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Don Juan no se inmutó. Echó a reír.

– Revelar la realidad -dijo, remedándome-. Eso es lo que hace el tonal.

Aduje que el tonal podía llamarse el Ego Empírico localizado en la corriente pasajera de la propia conciencia o experiencia, mientras que el Ego Trascendente se hallaba detrás de esa corriente.

– Observando, supongo -dijo él con sorna.

– Cierto. Observándose a sí mismo -dije.

– Oigo lo que dices -repuso-. Pero no dices nada. El nagual no es ni la experiencia ni la intuición ni el consciente. Esos términos, y todos los demás que se te dé la gana decir, son sólo objetos en la isla del tonal. El nagual, en cambio, solo es efecto. El tonal empieza al nacer y termina al morir, pero el nagual nunca termina. El nagual no tiene límites. He dicho que el nagual es donde se cierne el poder; ésa era sólo una forma de aludirlo. Quizá, por razones del efecto que causa, el nagual pueda entenderse mejor en términos de poder. Por ejemplo, cuando hace rato te sentiste entumido y sin poder hablar, yo te estaba en verdad tranquilizando; esto es, mi nagual actuaba sobre ti.

– ¿Cómo le fue posible hacer eso, don Juan?

– No vas a creerlo, pero nadie sabe cómo. Yo nada más sé que quería tu atención completa, y entonces mi nagual se encargó de hacerte el resto. Esto yo lo sé porque soy el testigo de sus efectos, pero no sé cómo funciona.

Calló un momento. Yo quería seguir sobre el tema. Intenté hacer una pregunta: me silenció.

– Uno puede decir que el nagual es el responsable de la creatividad -dijo al fin, y me miró con ojos penetrantes-. El nagual es la única parte de nosotros capaz de crear.

Permaneció callado, mirándome. Sentí que estaba encaminando la discusión a un tópico que yo había deseado que él elucidara más ampliamente. Me había dicho que el tonal no creaba nada, sino sólo atestiguaba y evaluaba. Le pregunté cómo explicaba el hecho de que construimos magníficas estructuras y máquinas.

– Eso no es creatividad -dijo-. Eso es solamente moldear cualquier cosa con nuestras manos, ya sea personalmente o en conjunto con las manos de otros tonales. Un grupo de tonales puede moldear lo que sea: estructuras magníficas, como dices.

– ¿Pero entonces qué es la creatividad, don Juan?

Se me quedó mirando, los ojos entrecerrados. Chasqueó suavemente la boca, alzó la mano derecha por encima de la cabeza y, con un brusco tirón, torció la muñeca como si hiciera girar una perilla de puerta.

– La creatividad es esto -dijo al poner la mano, con la palma ahuecada, al nivel de mis ojos.

Tardé un tiempo increíblemente largo en enfocar los ojos en su mano. Sentí que una membrana transparente sujetaba todo mi cuerpo en una posición fija, y que tenía que romperla para posar la vista en aquella mano.

Me esforcé hasta que gotas de sudor fluyeron a mis ojos. Por fin, oí o sentí un chasquido, y mis ojos y mi cabeza se libraron de golpe.

En la diestra de don Juan había el roedor más curioso que yo hubiese visto. Parecía una ardilla de cola esponjosa. La cola, sin embargo, era más bien la de un puercoespín. Tenía púas tiesas.

– ¡Tócalo! -dijo don Juan con suavidad.

Maquinalmente lo obedecí y pasé un dedo sobre el lomo suave. Don Juan acercó más su mano a mis ojos, y entonces noté algo que me produjo espasmos nerviosos. La ardilla tenía anteojos y dientes muy grandes.

– Parece un japonés -dije, y me eché a reír histéricamente.

El roedor empezó a crecer en la palma de don Juan. Y mientras mis ojos seguían llenos de lágrimas de risa, se hizo tan enorme que desapareció. Literalmente, salió de mi campo de visión. Ocurrió con tal rapidez que me quedé a la mitad de un espasmo de risa. Citando miré de nuevo, o cuando enjugué mis ojos y los enfoqué debidamente, me hallé mirando a don Juan. Estaba sentado en la banca y yo de pie frente a él, aunque no recordaba haberme parado.

Por un momento mi nerviosismo fue incontrolable. Con toda calma, don Juan se levantó, me forzó a tomar asiento, apoyó mi barbilla entre el bíceps y el antebrazo de su brazo izquierdo y me golpeó en la cima de la cabeza con los nudillos de su diestra. El efecto fue como la sacudida de una corriente eléctrica. Me tranquilizó de inmediato.

Yo deseaba preguntar tantas cosas. Pero mis palabras no lograban vadear todos esos pensamientos. Tuve entonces aguda conciencia de que había perdido el control sobre mis cuerdas vocales. Pero no quise esforzarme por hablar, y me recliné contra el respaldo de la banca. Don Juan dijo con energía que yo debía integrarme y dejarme de tonterías. Me sentía un poco mareado. Imperioso, me ordenó escribir mis notas, y me alargó mi bloque y mi lápiz tras recogerlos de bajo la banca.

Hice un esfuerzo supremo por decir algo, y de nuevo tuve la clara sensación de que una membrana me envolvía. Resoplé y gruñí durante un momento, mientras don Juan reía, hasta que oí o sentí otro chasquido.

Inmediatamente me puse a escribir. Don Juan habló como si me dictara.

– Uno de los actos de un guerrero es no dejar que nunca lo afecte nada -dijo-. De este modo, un guerrero puede estar viendo al mismo diablo, pero jamás dejará que nadie lo sepa. El control del guerrero tiene que ser impecable.

Esperó a que yo terminara de escribir y luego preguntó, riendo:

– ¿Anotaste todo eso?

Sugerí que friéramos a un restaurante a cenar. Me sentía desfallecer. Él dijo que debíamos quedarnos hasta que apareciera el "tonal hecho y derecho". Añadió con seriedad que, si no venía aquel día, tendríamos que quedarnos en la banca hasta que le diera la gana aparecer.

– ¿Qué es un tonal hecho y derecho? -pregunté.

– Un tonal en su punto justo, equilibrado y armonioso. Se supone que hoy encontrarás uno, o mejor dicho, que tu poder nos lo traerá.

– ¿Pero cómo puedo distinguirlo de otros tonales?

– No te apures por eso. Yo te lo señalaré.

– ¿Cómo es el tonal ese, don Juan?

– Eso es muy difícil de saber. Depende de ti. La función es para ti; por lo tanto, tú mismo pondrás esas condiciones.

– ¿Cómo?

– Eso yo no lo sé. Lo hará tu poder, tu nagual.

"Hablando en general, hay dos lados en cada tonal. Uno es la parte externa, el margen, la superficie de la isla. Ésa es la parte relacionada con la acción y la actuación, el lado áspero. La otra parte es la decisión y el juicio, el tonal interno, más suave, más delicado y más complejo.

"El tonal hecho y derecho es un tonal donde los dos niveles se encuentran en perfecta armonía y equilibrio."

Don Juan calló. Ya había oscurecido bastante, y me era difícil tomar notas. Me indicó estirarme y descansar. Dijo que el día había sido agotador, pero muy prolífico, y que sin duda el tonal hecho y derecho aparecería.

Pasaron docenas de personas. Estuvimos sentados, en calma y silencio, unos diez o quince minutos. Entonces don Juan se incorporó abruptamente.

– ¡No le hagas, hombre! Mira lo que viene allí. ¡Una vieja!

Señaló con una inclinación de cabeza a una joven que cruzaba el parque y se aproximaba a la vecindad de nuestra banca. Don Juan dijo que la joven era el tonal hecho y. derecho, y que si se detenía a hablar con cualquiera de nosotros, sería una indicación extraordinaria, y tendríamos que hacer lo que ella quisiese.

No me era posible distinguir con claridad las facciones de la mujer, aunque aún había luz suficiente. Se acercó a menos de un metro, pero pasó sin mirarnos. Don Juan me ordenó, en un susurro, alcanzarla y hablarle.

Corrí tras ella; pretendí estar perdido y le pedí orientación. Me acerqué mucho a ella. Era joven, de unos veinticinco años, de estatura mediana, muy atractiva y bien arreglada. Sus ojos eran claros y apacibles. Sonreía al escucharme. Había en ella algo que conquistaba. Me simpatizó tanto como los tres indios.

Regresé a la banca y tomé asiento.

– ¿Es esa chica un guerrero? -pregunté.

– No tanto -dijo don Juan-. Tu poder todavía no tiene la agudeza necesaria para traer un guerrero. Pero ese es un tonal en muy buen estado, que podría convertirse en tonal hecho y derecho. Los guerreros están hechos de esa madera.