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"A partir del momento en que somos todo tonal, empezamos a hacer pares. Sentimos nuestros dos lados, pero siempre los representamos con objetos del tonal. Decimos que nuestras dos partes son el alma y el cuerpo. O la mente y la materia. O el bien y el mal. Dios y Satanás. Nunca nos damos cuenta, sin embargo, de que sólo estamos haciendo parejas con las cosas de la isla, algo muy semejante a hacer parejas con café y té, o pan y tortillas, o chile y mostaza. Somos de verdad animales raros. Nos creemos tanto y, en nuestra locura, creemos tener perfecto sentido."

Don Juan se puso en pie y me apostrofó como un orador. Me señaló con el índice e hizo temblar su cabeza.

– El hombre no se mueve entre el bien y el mal -dijo en un tono hilarantemente retórico, tomando el salero y el pimentero en ambas manos-. Su verdadero movimiento es entre lo negativo y lo positivo

Dejó la sal y la pimienta y cogió un tenedor y un cuchillo.

– ¡Lo dicho es un error! No hay movimiento ninguno -continuó como si se respondiera a sí mismo-. ¡El hombre es sólo mente!

Cogió la botella de salsa y la puso en alto. Luego la dejó.

– Como puedes ver -dijo suavemente-, podríamos muy fácilmente reemplazar mente por salsa de chile y acabar diciendo: -“¡El hombre es sólo salsa de chile!” El hacer eso no nos volvería más dementes de lo que ya estamos.

– Mucho me temo no haber hecho la pregunta correcta -dije-. Quizá podríamos llegar a una mejor comprensión si preguntara qué puede uno hallar, específicamente, en el área más allá de la isla.

– No hay manera de responder eso. Si yo te dijera: nada, sólo haría al nagual parte del tonal. Todo cuanto puedo decir es que allí, más allá de la isla, uno encuentra al nagual.

– Pero, cuando usted, lo llama nagual, ¿no lo coloca también en la isla?

– No. Lo llamé nagual solamente para que te dieras cuenta de él.

– ¡Muy bien! Pero al darme cuenta de él también he dado el primer paso para convertirlo en un nuevo objeto de mi tonal.

– Creo que no me comprendes. Yo he nombrado al tonal y al nagual como un par verdadero. Eso es todo lo que he hecho.

Me recordó que en una ocasión, al tratar de explicarle mi insistencia en el significado, discutí la idea de que acaso los niños no fueran capaces de concebir la diferencia entre "padre" y "madre" hasta que no se desarrollaran lo suficiente en el manejo del significado, y que tal vez creerían que la diferencia estaba radicada en que "padre" usa pantalones y "madre" usa faldas, o en otras diferencias relativas al corte de pelo, o al tamaño del cuerpo, o a la ropa.

– Por cierto que hacemos lo mismo con las dos partes de nosotros -dijo-. Sentimos que en nosotros hay otro lado. Pero cuando tratamos de precisar cuál es ese otro lado, el tonal se apodera de la batuta y, como director, es un fracaso. Es tan mezquino y celoso que nos deslumbra con su astucia y nos fuerza a destruir el menor indicio de la otra parte del par verdadero: el nagual.

EL DÍA DEL TONAL

Al salir del restaurante, dije a don Juan que había tenido razón en advertirme acerca de la dificultad del tema, y que mi destreza intelectual no servía para captar sus conceptos y explicaciones. Sugerí que tal vez, si fuera yo a mi hotel a leer mis notas, mejoraría mi comprensión del asunto. Trató de tranquilizarme; dijo que me estaba preocupando por palabras. Mientras hablaba, experimenté un escalofrío, y por un instante sentí que, en verdad, había otra zona dentro de mí.

Mencioné a. don Juan mis inexplicables sensaciones. Su curiosidad pareció despertarse. Le dije que había tenido antes dichas sensaciones, y que parecían ser lapsos momentáneos, interrupciones en mi flujo de conciencia. Siempre se manifestaban como una sacudida en mi cuerpo, seguida por la impresión de hallarme suspendido en algo.

Nos dirigimos al centro, caminando pausadamente. Don Juan me pidió relatar todos los detalles de mis lapsos. Me resultaba muy difícil describirlos, más allá de llamarlos momentos de olvido, o distracción, o de no fijarme en lo que hacía.

Con toda paciencia me contradijo. Señaló que yo era una persona exigente, tenía una buena memoria y era muy cuidadoso en mis acciones. En un principio se me había ocurrido que aquellos lapsos peculiares se asociaban con la cesación del diálogo interno, pero también los experimentaba cuando había hablado extensamente conmigo mismo. Parecían brotar de una zona independiente de todo cuanto yo conocía.

Don Juan me dio palmadas en la espalda. Sonrió con deleite visible.

– Por fin empiezas a establecer relaciones reales -dijo.

Le pedí explicar la críptica frase, pero él detuvo abruptamente nuestra conversación y me hizo seña de seguirlo al atrio de una iglesia.

– ,Este es el final de nuestro viaje al centro -dijo, y tomó asiento en una banca-. Aquí tenemos un sitio ideal para observar a la gente. Unos pasan por la calle y otros vienen a la iglesia. Desde aquí podemos verlos a todos.

Señaló una ancha calle de comercios y el sendero de grava que llevaba a los escalones de la iglesia. Nuestra banca estaba a medio camino entre el templo y la calle.

Vista es mi banca favorita -dijo, acariciando la madera.

Me guiñó el ojo y añadió, sonriendo:

– Le caigo bien. Por eso no había nadie sentado aquí. Sabía que yo venía.

– ¿La banca sabia eso?

– ¡No! La banca no. Mi nagual.

– ¿Es el nagual algo consciente? ¿Se da cuenta de las cosas?

– Por supuesto que se da cuenta de todo. Por eso me interesa tu relato. Lo que tú llamas lapsos y sensaciones, es el nagual. Para hablar de él, debemos tomar prestado de la isla del tonal, así que es más conveniente no explicarlo, sino sencillamente contar sus efectos.

Quise decir alguna otra cosa sobre aquellas sensaciones peculiares, pero él me silenció.

– Esto es todo por hoy. Hoy no es el día del nagual, hoy es el día del tonal dijo-. Me puse mi traje porque hoy soy todo tonal.

Se me quedó mirando. Yo iba a decirle que el tema estaba resultando más difícil que cualquier cosa que jamás me hubiera explicado; él pareció anticipar mis palabras.

– Es difícil -dijo-. Lo sé. Pero si se piensa que ésta es la etapa final, la última etapa de lo que te he estado enseñando, no estamos diciendo demasiado al decir que envuelve todo cuanto mencioné desde el primer día en que nos encontramos.

Guardamos silencio un largo rato. Yo sentía que debía esperar la reanudación de las explicaciones, pero tuve un repentino ataque de aprensión y pregunté apresuradamente:

– ¿Están dentro de nosotros el nagual y el tonal?

Me dirigió una mirada penetrante.

– Esa es una pregunta muy difícil -dijo-. Tú mismo dirías que están dentro de nosotros. Yo mismo diría que no lo están, pero ninguno de nosotros estaría en lo cierto. El tonal de tu tiempo te empuja a mantener que todo lo que se trata de tus sensaciones y pensamientos tiene lugar dentro de ti. El tonal de los brujos dice lo contrario: todo está afuera. ¿Quién tiene razón? Ninguno. Adentro, afuera: eso realmente no importa.

Hice una observación. Dije que, cuando hablábamos del tonal y del nagual, parecía que aún hubiera una tercera parte. Él había dicho que el tonal "nos fuerza" a ejecutar acciones, y si era imposible tomar en cuenta al nagual, ¿quién era entonces el ser forzado?

No me respondió directamente.

– Explicar todo esto no es tan sencillo -dijo-. Por muy astutas que sean las aduanas del tonal, el asunto es que el nagual salta a la superficie. Pero su salida a la superficie siempre es inadvertida. El gran arte del tonal es reprimir toda manifestación del nagual, de tal modo que, aunque su presencia sea lo más obvio del mundo, pasa por alto.

– ¿Para quién pasa por alto?

Chasqueó la lengua, sacudiendo la cabeza de arriba a abajo. Lo presioné a responder.

– Para el tonal -dijo-. Estoy hablando exclusivamente del tonal. Por supuesto que ando con rodeos, pero eso no debería sorprenderte ni molestarte. Te advertí la dificultad de comprender lo que tengo que decirte. Me tuve que salir con todas estas bolas porque mi tonal se da cuenta de que está hablando de sí mismo. En otras palabras, mi tonal se usa a sí mismo a fin de entender la información que yo quiero que tu tonal tenga en claro. Digamos que el tonal, puesto que se da tremenda cuenta del esfuerzo que cuesta hablar de sí mismo, ha creado los términos “yo", "yo mismo" y otros así por el estilo, como balance, y gracias a ellos puede hablar con otros tonales, o consigo mismo, acerca de sí mismo.