"Ahora, cuando digo que el tonal nos fuerza a hacer algo, no quiero decir que haya ahí una tercera parte. Por lo visto, el tonal se fuerza a sí mismo a seguir sus propios juicios.
"En ciertas ocasiones, o bajo determinadas circunstancias especiales, algo en el mismo tonal se da cuenta de que hay más en nosotros. Es como una voz que surge de las profundidades: la voz del nagual. Como se ve, la totalidad de nosotros mismos es una condición natural que el tonal no puede aniquilar por entero, y hay momentos, sobre todo en la vida de un guerrero, en que la totalidad se hace aparente. Durante esos momentos, uno puede adivinar y avalorar lo que realmente somos.
"Esas sacudidas que has tenido te resultan muy bien, porque ésa es la forma en que surge el nagual. En esos momentos, el tonal se da cuenta de la totalidad de uno mismo. Siempre es una sacudida porque darse cuenta de esto desbarata el sosiego. Yo llamo a ese sentimiento: darse cuenta de la totalidad del ser que va a morir. La idea es que en el momento de la muerte el otro miembro del par verdadero; el nagual, empieza a operar por completo y el sentir y los recuerdos y las percepciones guardados en nuestras pantorrillas y muslos, en nuestra espalda y hombros y cuello, empiezan a expandirse y a desintegrarse. Como las cuentas de un interminable collar roto, se desparraman sin la fuerza unificadora de la vida."
Me miró. Sus ojos eran apacibles. Me sentí incómodo, estúpido.
– La totalidad de nosotros mismos es un asunto muy peliagudo -dijo-. Necesitamos solamente una porción muy pequeña de esa totalidad para llevar a cabo las tareas más complejas de la vida. Pero, al morir, morimos con la totalidad de nosotros mismos. Un brujo hace la pregunta: "Si vamos a morir con la totalidad de nosotros mismos, ¿por qué no, entonces, vivir con esa totalidad?"
Movió la cabeza para indicarme mirar a las numerosas personas que pasaban.
– Son todos tonal -dijo-. Voy a señalarte algunos para que tu tonal los evalúe, y al evaluarlos se evaluará a sí mismo.
Dirigió mi atención hacia dos ancianas que acababan de salir de la iglesia. Se detuvieron un momento en la cima de los escalones de piedra caliza, y luego empezaron a descender con infinitos cuidados, descansando en cada peldaño.
– Observa con mucho cuidado a esas dos viejas -dijo-. Pero no las veas como personas, ni como rostros que tienen cosas en común con nosotros; velas como tonales.
Las dos mujeres llegaron al pie de los escalones. Se movían como si la áspera grava estuviera hecha de canicas y ellas se viesen a punto de resbalar y perder el equilibrio. Caminaban del brazo, apuntalándose entre sí con el peso de sus cuerpos.
– ¡Míralas! -dijo don Juan en voz baja-. Esas viejas son el mejor ejemplo del peor tonal que puede hallarse.
Noté que las mujeres eran de huesos pequeños, pero gordas. Tendrían poco más de cincuenta años. Sus rostros mostraban una expresión dolorosa, como si descender los peldaños de la iglesia hubiera sido una empresa superior a sus fuerzas.
Estaban frente a nosotros; vacilaron un momento y después se detuvieron. Había otro peldaño más en la senda de grava.
– Tengan cuidado, señoras -gritó don Juan al incorporarse dramáticamente.
Las mujeres lo miraron, al parecer confundidas por su repentina exclamación.
– El otro día, mi mami se rompió la cadera aquí mismo -añadió él mientras acudía a prestarles ayuda.
Le dieron profusamente las gracias, y él les aconsejó que, si alguna vez perdían el equilibrio y caían, permanecieran inmóviles en el sitio hasta que llegara la ambulancia. Las mujeres se santiguaron.
Don Juan volvió a sentarse. Sus ojos resplandecían. Habló con suavidad.
– Esas mujeres no son tan viejas, ni sus cuerpos tan débiles, y sin embargo están decrépitas. Todo en ellas es sombrío y triste: su ropa, su olor, su actitud. ¿Por qué crees tú que son así?
– Quizá nacieron así -dije.
– Nadie nace así. Nos hacemos así. El tonal de esas viejas es débil y tímido.
"Te dije que éste iba a ser el día del tonal; con eso quise decir que hoy quiero tratar exclusivamente con el tonal. También te dije que me había puesto mi traje para ese mismo propósito. Quise mostrarte con mi traje que un guerrero trata a su tonal en forma muy especial. Te hice ver que mi traje fue hecho a la medida, y que todo lo que hoy traigo puesto me queda a la perfección. No es mi vanidad lo que quería mostrar, sino mi espíritu de guerrero, mi tonal de guerrero.
"Esas dos viejas te dieron hoy tu primera visión del tonal. La vida puede ser tan despiadada contigo como es con ellas, si eres descuidado con tu tonal. Yo me pongo de contraparte. Si comprendes correctamente, no será necesario recalcar este punto."
Tuve un repentino ataque de incertidumbre y le pedí descifrarme lo que yo debía de haber entendido. Sin duda, mi voz sonó desesperada. Don Juan rió con fuerza.
– Mira a ese muchacho de pantalones verdes y camisa rosada -susurró, indicando a un joven flaco y muy moreno, de facciones afiladas, parado casi frente a nosotros. Parecía indeciso entre ir hacia la iglesia o hacia la calle. Dos veces alzó la mano en dirección del templo, como si hablara consigo mismo y estuviera a punto de encaminarse a la puerta. Luego me miró con expresión vacía.
– Mira cómo está vestido -dijo don Juan en un susurro- ¡Fíjate en esos zapatos!
La ropa del muchacho se veía andrajosa y arrugada, y sus zapatos estaban cayéndose a pedazos.
– Se ve que es muy pobre -dije.
– ¿Es eso todo lo que puedes decir? -preguntó don Juan.
Enumeré una serie de razones que podrían haber explicado la astrosa apariencia del joven: mala salud, un revés de la suerte, indolencia, indiferencia hacia su apariencia personal, o la posibilidad de que acabara de salir de la cárcel.
Don Juan dijo que yo no hacía sino especular, y que no le interesaba justificar nada sugiriendo que el joven era víctima de fuerzas inconquistables.
– A lo mejor es un agente secreto que se ha disfrazado de vago -dije en son de broma.
El muchacho se alejó hacia la calle con paso incoherente.
– No se ha disfrazado de vago; es un vago -dijo don Juan-. Mira qué débil está su cuerpo. Tiene los brazos y las piernas como, alambres. Apenas puede caminar. Nadie es capaz de fingir esa apariencia. Algo anda muy mal con él, pero sin lugar a duda, no sus circunstancias. Debo insistir de nuevo que quiero que veas a ese hombre como a un tonal.
– ¿Qué implica el ver a alguien como a un tonal?
– Implica dejar de juzgarlo en un sentido moral, o disculparlo con la idea de que es como una hoja a merced del viento. En otras palabras, implica ver a un hombre sin pensar que no tiene ni esperanza ni remedio.
"Tú sabes exactamente lo que yo estoy diciendo. Puedes valorar a ese muchacho sin condenarlo ni perdonarlo."
– Bebe demasiado -dije.
No fue una frase volitiva. Simplemente la enuncié sin saber en realidad por qué. Por un instante, incluso sentí que alguien parado a mis espaldas había dicho las palabras. Me vi impulsado a explicar que la afirmación era, otra de mis especulaciones.
– Ése no fue el caso -dijo don Juan-. El tono de tu voz tenía una certeza que no tenía antes. No dijiste: "A lo mejor es borracho."
Me sentí apenado, aunque sin poder determinar con exactitud el motivo. Don Juan rió.
– Viste a través de ese hombre -dijo-. Eso fue ver. Ver es así. Uno hace afirmaciones con gran certeza, y sin saber cómo.
"Tú sabes que el tonal de ese joven está fundido, pero no sabes cómo lo sabes."
Hube de admitir que de algún modo había tenido esa impresión
– Es muy cierto -dijo don Juan-. No importa realmente que sea joven; está tan decrépito como esas dos viejas. La juventud no le pone de ningún modo barrera al deterioro del tonal.
"Tú pensaste que podría haber muchísimas razones para la condición de aquel hombre. Yo encuentro que sólo hay una: su tonal. No es que su tonal sea débil por la bebida; es al contrario: bebe porque su tonal es débil. Esa debilidad lo fuerza a ser lo que es. Pero lo mismo nos pasa a todos nosotros en una forma o en otra."