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A la izquierda del hombre, había otra imagen en el cuadro. Era un león volador. Es decir, la cabeza y la melena eran de león, pero la parte inferior del cuerpo pertenecía a un perro de aguas de pelambre blanca y rizada.

Iba yo a enfocar en él mi atención, cuando el hombre produjo con los labios un ruido chasqueante y sacó por la ventana la cabeza y el tronco. Todo su cuerpo emergió como si algo lo empujara. Quedó suspendido un momento, agarrando el pretil con las puntas de los dedos mientras oscilaba como péndulo. Después se soltó.

Experimenté en mi propio cuerpo la sensación de caída. No era un desplome, sino un descenso suave, y luego un flotar acojinado. El hombre carecía de peso. Permaneció estacionario un instante y luego se perdió de vista como si una fuerza incontrolable lo hubiera absorbido a través de una grieta en el cuadro. Un segundo después se hallaba de nuevo en la ventana, mirándome de reojo. Su antebrazo derecho descansaba en el pretil, sólo que esta vez su mano se agitaba diciéndome adiós.

El comentario de don Juan fue que mi "ver" era demasiado elaborado.

– Eso no es lo mejor que tienes -dijo-. ¿Quieres que te explique lo que sucedió? Bueno, pues yo quiero que uses tu ver para explicarlo. Ahorita viste, pero viste porquerías. Esa clase de información es inútil para un guerrero. Llevaría demasiado tiempo descifrar qué es qué. El ver debe ser directo, porque un guerrero no puede malgastar su tiempo en deshilar lo que él mismo está viendo. Ver es ver porque acaba con todas esas idioteces.

Le pregunté si consideraba que mi visión había sido sólo una alucinación, y no "ver" en realidad. Él estaba convencido, a causa de lo intrincado del detalle, de que había sido "ver", pero que no se ajustaba a la ocasión.

– ¿Piensa usted que mis visiones explican algo? -pregunté.

– Seguro que sí. Pero si yo estuviera en tu lugar no me pondría a deshilvanarlas. Al principio, ver es confuso y es muy fácil perderse allí. Pero, a medida que el guerrero se pone más fuerte, su ver se convierte en lo que debería ser: un conocimiento directo.

Mientras don Juan hablaba, tuve uno de aquellos peculiares lapsos de sentimiento, y claramente percibí que estaba a punto de quitar el velo a algo que ya conocía, una cosa que me eludía convirtiéndose en algo borroso. Tomé conciencia de hallarme enmedio de una pugna. Mientras más intentaba definir o alcanzar aquel esquivo conocimiento, más hondo se hundía.

– Ese ver fue demasiado… demasiado visionario -dijo don Juan.

El sonido de su voz me estremeció.

– Un guerrero hace una pregunta, y a través dé su ver obtiene una respuesta, pero la respuesta es sencilla, nunca es adornada hasta el punto de que hay perros de aguas voladores.

Reímos de la imagen. Y, medio en broma, le dije que él era demasiado estricto; cualquiera que atravesara lo que yo había atravesado esa mañana, merecía un poco de tolerancia.

– Eso es irse por lo fácil -dijo-. Es el camino de la entrega. Tú haces girar el mundo sobre el sentimiento de que todo es demasiado para ti. Tú no estás viviendo como guerrero.

Le dije que, habiendo tantas facetas en lo que él llamaba el camino del guerrero, resultaba imposible cumplirlas todas, y que el sentido del concepto sólo se aclaraba cuando yo encontraba nuevas instancias en las que debía aplicarlo.

– Una regla básica para un guerrero -repuso- es hacer sus decisiones con tanto cuidado que nada de lo que pueda ocurrir como resultado de ellas sea capaz de sorprenderlo, mucho menos de menguar su poder.

"Ser un guerrero significa ser humilde y alerta. Hoy día, lo que tenías que haber hecho era observar la escena que se desarrollaba frente a tus ojos, no romperte el seso tratando de razonar cómo era eso posible. Enfocaste tu atención en el sitio que no debías. Si yo quisiera ser bueno contigo, me sería fácil decir que, siendo ésta la primera vez que te ocurrió, no estabas preparado. Pero eso no se puede permitir, porque viniste aquí como un guerrero, dispuesto a morir; por lo tanto, lo que te ocurrió hoy no debía haberte agarrado con los pantalones en la mano."

Concedí que mi tendencia era la de entregarme al miedo y al desconcierto.

– Digamos que una regla básica para ti debe ser que, cuando vengas a verme, vengas preparado a morir -dijo él-. Si vienes dispuesto a morir, no habrá caídas, ni sorpresas desagradables, ni acciones innecesarias. Todo caerá suavemente en su sitio, porque tú no estás esperando nada.

– Eso es fácil de decir, don Juan. Pero yo estoy en la línea de fuego. Yo soy el que tiene que vivir con todo esto.

– El caso no es el que tengas que vivir con todo esto. Tú eres todo esto. No estás solamente tolerándolo por lo pronto. Tu decisión de unir fuerzas con este maligno mundo de la brujería, debería haber quemado todos esos pesados sentimientos de confusión y debería haberte dado la ligereza necesaria para reclamar todo esto como tu mundo.

Me sentí apenado y triste. Las acciones de don Juan, por más preparado que me hallara, me abrumaban en tal forma que cada vez que entraba en contacto con el no me quedaba otro recurso sino el de actuar y sentirme como una persona regañona, semirracional. Experimenté un brote de ira y no quise seguir escribiendo. En ese momento, deseaba desgarrar mis notas y tirarlas en el bote de la basura. Y lo hubiera hecho de no ser por don Juan, quien rió y detuvo mi brazo.

En tono burlón dijo que mi "tonal" estaba a punto de caer en sus tonterías habituales. Me recomendó ir a la fuente y echarme agua en el cuello y las orejas.

El agua me tranquilizó. Permanecimos callados largo tiempo.

– Escribe, escribe -me instó don Juan en tono amistoso-. Digamos que tu cuaderno es la única brujería que tienes. Romperlo es otro modo de abrirte a tu muerte. Sería otro de tus berrinches, un berrinche vistoso cuando mucho, pero no un cambio. Un guerrero jamás deja la isla del tonal. La utiliza.

Señaló en torno con un rápido ademán, y luego tocó mi cuaderno.

– Éste es tu mundo. No puedes renunciar a él. Es inútil enojarse y desilusionarse con uno mismo. Eso simple y llanamente prueba que el tonal de uno está envuelto en una batalla interna; una batalla dentro del propio tonal es una de las luchas más imbéciles que pueden ocurrir. La vida ajustada de un guerrero está diseñada para acabar con esa lucha. Desde el principio te he enseñado a evitar la fatiga y el desgaste. Ahora ya no hay la guerra esa que había dentro de ti, porque el camino del guerrero es armonía: la armonía entre las acciones y las decisiones, al principio, y luego la armonía entre tonal y nagual.

"Durante todo este tiempo que llevo de conocerte, he hablado tanto a tu tonal como a tu nagual. Ésa es la forma de conducir la instrucción.

"Al comienzo, uno tiene que hablarle al tonal. El tonal es el que debe ceder el control. Pero hay que hacerlo que lo ceda con alegría. Por ejemplo, tu tonal ha cedido algunos controles sin mucho forcejeo, porque se le hizo claro que, de seguir como estaba, la totalidad de ti estaría muerta hoy en día. En otras palabras, se hace que el tonal abandone cosas innecesarias como el sentirse importante y el entregarse al vicio, las cuales sólo lo hunden en el aburrimiento. Todo el problema es que el tonal se aferra a esas cosas cuando debería dar las gracias por librarse de esa porquería. La tarea es entonces convencer al tonal de que se haga libre y fluido. Eso es lo que un brujo necesita antes que cualquier otra cosa: un tonal fuerte, y libre. Mientras más se fortalece, menos se aferra a sus hechos, y más fácil resulta encogerlo. Así, lo que ocurrió esta mañana fue que vi la oportunidad de encoger tu tonal. Por un instante, estabas distraído, apurado, sin pensar, y agarré ese momento para empujarte.

"El tonal se encoge en determinados momentos, sobre todo cuando se apena. De hecho, una característica del tonal es su timidez. Su timidez no viene realmente al caso. Pero hay ciertas ocasiones en que el tonal es tomado por sorpresa, y su timidez, inevitablemente, lo encoge.