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El ajuste más dramático de mi sistema de interpretación fue en la idea del yo en el mundo de los seres inorgánicos. En ese mundo, yo era una masa de energía que podía deslizarse por los túneles, como una veloz luz, o podía gatear en sus paredes, como un insecto. Si volaba, una voz me daba consistente información sobre los detalles de las paredes en las cuales había enfocado mi atención. Esos detalles eran intrincadas protuberancias, como el sistema Braille. Cuando gateaba en las paredes, podía ver los mismos detalles con mayor precisión, y escuchar la voz dándome descripciones más complejas.

Una consecuencia inevitable fue el desarrollo de dos tipos simultáneos de enfoque. Por un lado, sabía que aquello era un ensueño, y por otro, sabía que aquello era un viaje pragmático, inimaginable, pero tan real como cualquier viaje en el mundo. De ese modo corroboré la aseveración de don Juan de que la existencia de los seres inorgánicos es el más temible asaltante de nuestra razón.

En un momento dado, cuando la tensión de mi insostenible posición -creer seriamente en la existencia de los seres inorgánicos, y al mismo tiempo, creer seriamente que todo era sólo un ensueño-, estaba a punto de destruirme, algo cambió drásticamente en mi actitud, aunque sin habérmelo propuesto.

Don Juan explicó mi cambio en términos de energía; dijo que mi energía, la cual había estado aumentando continuamente, un día alcanzó un nivel que me permitió ignorar las conjeturas y los prejuicios sobre la naturaleza del hombre, la realidad, y la percepción. Ese día me enamoré del conocimiento, sin considerar su lógica o su valor funcional y, sobre todo, sin considerar mi conveniencia personal.

Cuando mi investigación sobre la existencia de los seres inorgánicos me dejó de importar, don Juan, por su propia cuenta, me habló de mis prácticas de ensueño.

– Creo que no estás consciente de la regularidad de tus encuentros con los seres inorgánicos -dijo.

Tenía razón. Nunca me había tomado la molestia de pensar en mis viajes de ensueño. Los hacía sin más ni más. Le comenté sobre lo raro de mi descuido.

– No es un descuido -dijo-. El carácter de ese reino es fomentar los secretos, el sigilo. Los seres inorgánicos se encubren en el misterio y la oscuridad. Piensa en esa masa porosa que es su mundo: estacionario, fijo para atraernos como polillas a la luz o al fuego.

"Hay algo que el emisario no se atrevió a decirte; que los seres inorgánicos buscan nuestra conciencia, o la conciencia de cualquier ser que caiga en sus redes. Nos dan conocimiento, pero cobran su precio: todo nuestro ser.

– ¿Quiere usted decir, don Juan, que los seres inorgánicos son como pescadores?

– Exactamente. En un momento dado, el emisario te va a mostrar hombres que han sido atrapados ahí por ellos, o a lo mejor te mostrará otros seres que no son humanos, los cuales también fueron ahí atrapados.

Mi reacción debería de haber sido miedo y repugnancia. Las revelaciones de don Juan me afectaron profundamente, pero en el sentido de que me despertaron una incontenible curiosidad que me hacía casi jadear.

– Los seres inorgánicos no pueden forzar a nadie a que se quede con ellos -prosiguió don Juan-. Vivir en su mundo es un asunto voluntario. Sin embargo, son capaces de aprisionarnos, concediéndonos todos nuestros deseos, consintiéndonos y llenándonos de mimos. Ten cuidado con la conciencia inmóvil. La conciencia de ese tipo tiene que buscar movimiento, y como te dije, lo hace creando proyecciones; proyecciones fantasmagóricas en algunas ocasiones.

Le pedí a don Juan que me explicara eso de las proyecciones fantasmagóricas. Dijo que los seres inorgánicos, se agarraban de los sentimientos más íntimos de los ensoñadores, y jugaban con ellos sin misericordia, creando fantasmas ya sea para agradar o para atemorizar a los ensoñadores. Me recordó que yo había forcejeado con uno de esos fantasmas. Explicó que los seres inorgánicos son estupendos manipuladores que se deleitan proyectándose a sí mismos, como películas.

– Los brujos antiguos se vinieron al suelo por su estúpida fe en esas proyecciones -continuó-. Los brujos antiguos creían que sus aliados tenían poder. Ignoraban el hecho de que sus aliados eran una tenue energía proyectada a través de dos mundos, como una película cósmica.

– Se está usted contradiciendo, don Juan. Usted mismo dijo que los seres inorgánicos son reales. Y ahora me dice que son meramente proyecciones.

– No dije que los seres inorgánicos son meramente proyecciones. Dije que se proyectan en nuestro mundo como películas; y me permití añadir que eran como películas de tenue energía proyectada a través de las líneas fronterizas de dos mundos. No hay contradicción en lo que dije.

– ¿Pero qué me dice acerca de los seres inorgánicos en su propio mundo? ¿Son también meras proyecciones?

– De ninguna manera. Ese mundo es tan real como el nuestro. Los brujos antiguos describieron el reino de los seres inorgánicos como una masa de cavernas porosas flotando en un espacio oscuro. Y describieron a los seres inorgánicos como cañas huecas atadas en manojos inconcebibles, como las células del cuerpo. Los brujos antiguos llamaban a esos inconcebibles manojos, el laberinto de la penumbra.

– Entonces todos los ensoñadores ven a ese mundo de la misma forma, ¿no?

– Por supuesto que sí. Todos los ensoñadores lo ven tal cual es. ¿Qué? ¿Crees que eres único?

Confesé que algo en ese mundo me había hecho sentir que yo era único. Lo que creaba esta clara y placentera sensación de ser exclusivo no era la voz del emisario de ensueño, ni nada que yo pudiera conscientemente imaginar.

– Eso es exactamente lo que derribó a los brujos antiguos -dijo don Juan-. Los seres inorgánicos les hicieron lo mismo que te están haciendo a ti; les hicieron sentir que eran únicos, exclusivos; y algo aún más pernicioso: les hicieron sentir que tenían poder. La sensación de tener poder y ser únicos es invencible como fuerza de corrupción. ¡Ten cuidado!

– ¿Cómo evitó usted ese peligro?

– Fui unas cuantas veces a ese mundo, y luego no volví más.

Don Juan explicó que, en la opinión de los brujos, el universo es predatorio, y que los brujos tomaban esto en cuenta al llevar a cabo sus actividades diarias de brujería. Su idea era que la conciencia está esencialmente obligada a expandirse, y la manera en que se puede expandir es por medio de luchas, por medio de confrontaciones de vida o muerte.

– La conciencia de los brujos se expande cuando ensueñan -prosiguió-. Y en el momento en que se expande, algo allá afuera reconoce su expansión, y se propone conseguirla. Los seres inorgánicos son los postores para esa nueva y expandida conciencia. Los ensoñadores deben estar siempre alertas. En el momento en que se aventuran en ese universo predatorio, se convierten en presas.

– ¿Qué es lo que me sugiere que haga para estar a salvo, don Juan?

– ¡No te descuides ni por un segundo! No dejes que nada ni nadie decida por ti. Ve al mundo de los seres inorgánicos, únicamente cuando tú quieras ir.

– Honestamente, don Juan, yo no sabría cómo hacer eso. Una vez que aíslo a un explorador, una tremenda presión se ejerce sobre mí para que vaya. No tengo ni la menor idea cómo cambiar de parecer.

– Déjate de idioteces. Tú puedes parar cuando se te dé la gana. No lo has intentado, eso es todo.

Insistí con vehemencia que me era imposible parar. Él no prosiguió con el tema, y me sentí agradecido por ello. Un perturbador sentimiento de culpa había empezado a corroerme. Por una razón desconocida, jamás se me había ocurrido ni siquiera la idea de parar conscientemente la atracción de los exploradores.

Como de costumbre, don Juan tenía razón. Descubrí que realmente podía cambiar el curso de mi ensueño, intentado ese curso. Después de todo, había intentado que los exploradores me transportaran a su mundo. Era factible que si intentaba deliberadamente lo opuesto, mi ensueño seguiría un curso opuesto.