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– Quedarse dormido en un momento de silencio total garantiza una perfecta entrada al ensueño -dijo la voz del emisario-, y también garantiza el incremento de la atención de ensueño.

– Los ensoñadores deberían usar un anillo de oro -me dijo el emisario en otra ocasión-, y es preferible que les quede un poco apretado.

Su explicación fue que un anillo sirve a los ensoñadores como puente para emerger del ensueño y regresar al mundo cotidiano, o para sumergirse, desde nuestra conciencia cotidiana, en el reino de los seres inorgánicos.

– ¿Cómo funciona ese puente? -pregunté. No había comprendido lo que esto implicaba.

– El contacto de los dedos con el anillo tiende el puente -dijo el emisario-. Si un ensoñador ensueña con un anillo puesto, ese anillo atrae la energía de mi mundo, y la guarda; y cuando es necesario, el anillo libera esa energía en los dedos del ensoñador, y eso lo transporta de regreso a este mundo.

"La presión que ese anillo ejerce alrededor del dedo, sirve igualmente para asegurar que el ensoñador regrese a su mundo, al crear en su dedo una sensación familiar y constante.

Durante otra sesión de ensueño, el emisario dijo que nuestra piel es el órgano perfecto para transformar ondas energéticas de la forma del mundo cotidiano a la forma del mundo de los seres inorgánicos, o viceversa. Recomendó mantener la piel fresca y libre de aceites o pigmentos. También recomendó que los ensoñadores usaran un cinturón apretado, o una cinta en la frente, o un collar, para así crear un punto de presión, el cual sirve como un centro de intercambio energético en la piel.

Explicó que la piel automáticamente filtra energía, y lo que se necesita para que la piel no sólo la filtre sino también la intercambie de una forma a la otra es expresar nuestro intento en voz alta durante el ensueño.

La voz del emisario me hizo un día un maravilloso obsequio. Dijo que para poder asegurar la agudeza y precisión de nuestra atención de ensueño debemos sustraerla de atrás de nuestro paladar, donde se localiza un enorme depósito de atención en todos los seres humanos. Las direcciones específicas del emisario fueron emplear disciplina y control para presionar la punta de la lengua contra el paladar, mientras se ensueña. La caracterizó como una tarea tan difícil y desgastante como encontrarse las manos en un sueño, pero que una vez perfeccionada da asombrosos resultados en el control de la atención de ensueño.

Recibí del emisario instrucciones en todos los temas concebibles, instrucciones que rápidamente olvidaba si no me eran repetidas infinidad de veces. Le pedí consejo a don Juan acerca de este problema de no poder retener las informaciones que me daba el emisario.

Su comentario fue tan breve como me lo esperaba.

– Enfócate solamente en lo que el emisario dice acerca del ensueño -dijo.

Fiel a esa recomendación, únicamente seguí sus instrucciones cuando trataban sobre el ensueño, y corroboré personalmente su valor. Lo más vital para mí fue que la atención de ensueño está localizada atrás del paladar. Tuve que llevar a cabo un tremendo esfuerzo para sentir que estaba presionando el paladar con la punta de mi lengua mientras ensoñaba. Una vez que lo logré, mi atención de ensueño tomó su propio curso, y se volvió quizá más aguda que mi percepción normal del mundo cotidiano.

No me costó trabajo deducir cuán profundo debe de haber sido el trato y compromiso de los brujos antiguos con los seres inorgánicos. Los comentarios y advertencias de don Juan, sobre los peligros de tal relación, se volvieron para mí más apremiantes que nunca. Hice lo mejor que pude para vivir de acuerdo a su criterio de una autoexaminación de misericordia. Solamente así el emisario se pudo convertir en un reto para mí: el reto de no sucumbir a la tentación de sus promesas de conocimiento y poder ilimitado, logrados con sólo expresar el deseo de vivir en ese mundo.

– Me debería usted dar por lo menos una idea sobre lo que debo hacer -insistí en una ocasión en la que hablamos del ensueño.

– No puedo -dijo de modo concluyente-. Y no me lo pidas otra vez. Te dije que en esta situación los ensoñadores tienen que estar solos.

– Pero ni siquiera sabe usted lo que quiero preguntarle.

– Por supuesto que lo sé. Quieres que te diga que está bien que vivas en uno de esos túneles; aunque tu única razón para vivir allí sea la de averiguar de qué te está hablando la voz del emisario.

Tuve que admitir que ese era exactamente mi dilema. Quería por lo menos saber qué implicaba la aseveración del emisario de que uno puede vivir dentro de esos túneles.

– Yo tuve que pasar por el mismo tormento -prosiguió don Juan-, y nadie me pudo ayudar. La decisión de vivir en ese mundo es algo extremadamente personal y final; una decisión que se finaliza en el instante mismo en que se expresa en voz alta el deseo de vivir allí. Los seres inorgánicos satisfacen los más íntimos caprichos de los ensoñadores, con tal de que expresen tal deseo.

– Esto es realmente diabólico, don Juan.

– ¡Y cómo! Pero no solamente por lo que estás pensando. Para ti, la parte diabólica es la tentación de ceder, especialmente cuando las recompensas son tan grandiosas. Para mí, la naturaleza diabólica del reino de los seres inorgánicos es que puede que sea el único refugio que los ensoñadores tienen en un universo hostil.

– ¿Es realmente un refugio para los ensoñadores, don Juan?

– Ciertamente es un refugio para algunos ensoñadores. Estoy solo en un universo hostil y he aprendido a decir: ¡pues que así sea!

Ese fue el final de nuestra conversación. No dijo lo que yo quería oír, sin embargo, entendí perfectamente bien que el solo deseó de saber cómo sería vivir en uno de esos túneles significaría escoger ese modo de vida. Yo no estaba interesado en tal cosa. En esos momentos, tomé la decisión de continuar con mis prácticas de ensueño, sin ninguna otra implicación. Se lo dije a don Juan rápidamente.

– No digas nada -me aconsejó-, pero sí entiende que si escoges permanecer en ese mundo, tu decisión será final. Te quedarás allí para siempre.

Me es imposible juzgar objetivamente qué fue lo que sucedió durante las innumerables veces que ensoñé ese mundo. Puedo decir que parecía ser un mundo tan real como cualquier sueño puede ser real. O también puedo decir que parecía ser tan real como nuestro mundo cotidiano lo es. Ensoñando ese mundo me di cuenta de lo que tantas veces don Juan me había dicho: que bajo la influencia del ensueño, la realidad sufre una metamorfosis. Me encontré frente a las dos opciones que enfrentan todos los ensoñadores. Don Juan dijo que o ajustamos nuestro sistema de interpretación sensorial, o hacemos caso omiso de él.

Para don Juan, el ajustar nuestro sistema de interpretación significaba renovarlo. Dijo que al vivir de acuerdo a las premisas del camino del guerrero, los ensoñadores ahorran y almacenan la energía necesaria para suspender todo juicio, y facilitar de esta forma, la renovación del sistema de interpretación. Explicó que si les da por renovarlo, la realidad se vuelve fluida, y la esfera de lo que puede ser real aumenta sin poner en peligro la integración de la realidad. Ensoñar abre la puerta a otros aspectos de lo que es real.

Si a los ensoñadores les da por hacer caso omiso del sistema de interpretación, el campo de lo que puede ser percibido sin interpretación aumenta sin medida. La expansión de la percepción es tan gigantesca, que se queda con muy pocos medios de interpretación sensorial, y por lo tanto se queda con el sentido de una infinita realidad que es irreal, o una irrealidad infinita que podría muy bien ser real, pero que no lo es.

La única opción aceptable para mí fue la de reconstruir y expandir mi sistema de interpretación. Al ensoñar el reino de los seres inorgánicos tuve que enfrentar, de ensueño en ensueño, la consistencia de ese mundo, empezando por encontrar a los exploradores, expresar mi intento de seguirlos, escuchar la voz del emisario, y entrar en los túneles. Los atravesé una y otra vez sin sentir nada, pero estando consciente de que el tiempo y el espacio eran constantes, aunque no en términos discernibles para la razón bajo circunstancias normales. Sin embargo, al notar la diferencia, ausencia, o profusión de detalle en cada túnel; o al notar el sentido de distancia entre los túneles; o al notar el largo o ancho aparente de cada túnel por el cual viajé, llegué a tener un mínimo sentido de observación objetiva.