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– En el nivel de ensueño en que te encuentras ahora, los exploradores son rastreadores que vienen del reino de los seres inorgánicos -dijo don Juan, comentando acerca de lo que me sucedía-. Son muy rápidos, y esto quiere decir que no se quedan por mucho tiempo.

– ¿Por qué dice usted que son rastreadores, don Juan?

– Porque siguen el rastro de la conciencia. Ellos tienen conciencia de ser y propósito, aunque eso sea incomprensible para nuestras mentes.

– ¿Cuál es la diferencia entre un rastreador y un explorador?

– Los rastreadores van en pos de las huellas que deja la conciencia de ser a su paso. Los exploradores la exploran una vez que la encuentran. Como ya te lo he dicho, los exploradores vienen del mundo de los seres inorgánicos; su conciencia y propósito quizá sea comparable al propósito y la conciencia de los árboles.

Explicó que la conciencia de ser es como una velocidad interna y que la velocidad interna de los árboles y de los seres inorgánicos son infinitamente más lentas que la nuestra y por lo tanto, incomprensibles para nosotros.

– Ambos, los árboles y los seres inorgánicos, están hechos para durar mucho más que nosotros -añadió-. Son inmóviles, pero hacen que todo se mueva alrededor de ellos.

– ¿Quiere usted decir, don Juan, que los seres inorgánicos son estacionarios como los árboles?

– Naturalmente. Lo que ves en tus ensueños, como palos oscuros o luminosos, son sus proyecciones. Lo que oyes como la voz del emisario de ensueño es también su proyección. Al igual que lo son los exploradores.

Me puse repentinamente muy ansioso, agobiado por sus aseveraciones. Le pregunté a don Juan si los árboles también tenían proyecciones de esa naturaleza.

– Las tienen -dijo-. Para nosotros los seres humanos las proyecciones de los árboles son menos amigables aun que las de los seres inorgánicos. Los ensoñadores nunca las buscan, a menos que estén en un estado de profunda amenidad con los árboles; un estado muy difícil de lograr, ya que nosotros no tenemos amigos en esta tierra -se rió entre dientes y añadió-: no es un gran misterio la razón de esto.

– Quizá no lo sea para usted, don Juan, pero ciertamente lo es para mí.

– Somos destructivos a más no poder. Hemos ganado la enemistad de todos los seres vivientes de esta tierra; es por eso que no tenemos amigos.

Me sentí más mal aún y quise terminar la conversación. Pero una repentina oleada de curiosidad me hizo regresar al tema de los seres inorgánicos.

– ¿Qué cree usted que debería hacer para seguir a uno de los exploradores? -pregunté.

– ¿Qué razón podrías tener para seguirlos?

– Estoy haciendo una investigación objetiva sobre los seres inorgánicos.

– Ahora sí que me estás tomando el pelo, ¿verdad? A poco no estabas totalmente convencido de que los seres inorgánicos no existen.

Su tono burlón y su risa entrecortada me dieron a entender lo que pensaba de mi investigación.

– Cambié de parecer, don Juan. Ahora quiero explorar todas esas posibilidades.

– Acuérdate que el reino de los seres inorgánicos era el terreno de los brujos antiguos. Para llegar ahí, tuvieron que fijar tenazmente su atención de ensueño en los objetos de sus sueños. De esa manera, eran capaces de aislar a los exploradores. Y una vez que tenían a los exploradores enfocados, gritaban su intento de seguirlos. En el instante en que los brujos antiguos manifestaban en voz alta su intento, una fuerza incontenible los jalaba.

– ¿Así tan simplemente como eso, don Juan?

No me contestó. Se sonrió mirándome a los ojos, como retándome a que lo hiciera.

En mi casa, traté de indagar y de deducir, hasta el cansancio, lo que don Juan quiso realmente decir. No estaba en absoluto dispuesto a considerar que quizá hubiera descrito un proceso factible. Un día, después de haber agotado todas mis ideas y mi paciencia, tuve un extraño sueño. En él, un pez repentinamente brincó fuera de una alberca, al borde de la cual yo caminaba. El pez se retorció a mis pies y luego voló como si fuera un pájaro con alas coloridas, y se sentó en una rama, siendo aún un pez. La escena era tan poco común, que mi atención de ensueño se galvanizó. Supe instantáneamente que se trataba de un explorador. Un segundo más tarde, cuando el pez-pájaro se transformó en un punto de luz, grité mi intento de seguirlo, y tal como don Juan lo había dicho: una fuerza incontenible me jaló a otro mundo.

Volé a través de un túnel oscuro, como si fuera yo un insustancial insecto volador. La sensación de un túnel terminó de una manera abrupta, exactamente como si yo hubiera sido arrojado fuera de un tubo. El impulso me dejó, de un golpe, frente a una inmensa masa física; me encontraba casi tocándola. En cualquier dirección que mirara, no podía ver su fin. Cínicamente me puse a pensar que yo mismo estaba construyendo la visión de esa masa, al igual que uno construye un sueño -¿y por qué no? pensé, después de todo, estaba dormido, ensoñando.

Sin otra cosa que hacer, seguí mi rutina y empecé a observar los detalles de mi ensueño. Lo que estaba frente a mí se parecía mucho a una gigantesca esponja. Era una masa porosa y cavernosa. No podía sentir su textura, pero se veía como si fuera áspera y fibrosa. Era de un color café oscuro. No cambiaba de forma; tampoco se movía. Al mirarla fijamente, tuve la absurda impresión de que esa masa estacionaria era algo real; estaba fija en algún sitio, ejerciendo una atracción tan poderosa sobre mí que me era totalmente imposible desviar mi atención de ensueño para examinar algo más. Una extraña fuerza que jamás había encontrado antes en mis ensueños, me tenía aprisionado.

Luego, sentí claramente cómo la masa dejaba libre mi atención de ensueño, la cual se enfocó en el explorador que me había transportado hasta allí. En la semioscuridad se veía como una luciérnaga flotando a mi lado, por encima de mí. En su reino, era una pequeña masa de pura energía. Yo era capaz de ver su chisporroteo energético. Parecía estar consciente de mí. De repente se me echó encima y me jaló o me aguijoneó. No sentí su toque, sin embargo, sabía que me estaba tocando. Era una sensación nueva y asombrosa; sentí como si una parte de mi, que no estaba presente ahí, hubiese sido electrificada por ese toque; una tras otra, oleadas de energía pasaron por ese yo ausente.

A partir de ese momento, todo en mi ensueño se volvió mucho más real que antes, al punto de que se tornó muy difícil mantener la idea de que estaba meramente ensoñando. Una dificultad incrementada por la certeza de que con su toque, el explorador había hecho una conexión energética conmigo. Empecé a adivinar lo que quería que yo hiciera, en el instante mismo en que parecía jalarme o empujarme.

Lo primero que hizo fue empujarme hacia adentro de la masa física, a través de una enorme caverna o apertura. El interior era tan homogéneamente poroso como el exterior, pero de apariencia más pulimentada, como si la asperidad hubiese sido lijada. Me encontré frente a una estructura semejante a una amplificación de un panal de abejas. Innumerables túneles de forma geométrica partían en todas direcciones. Formaban ángulos entre uno y otro; o iban hacia arriba o hacia abajo en leves inclinaciones, grandes empinadas, o verticalmente.

La luz era muy tenue, sin embargo, todo era perfectamente visible. Los túneles parecían estar vivos y conscientes de sí; chisporroteaban. Al quedarme mirándolos fijamente me di cuenta de que estaba viendo. Esos eran túneles de energía. En el instante de comprender esto, la voz del emisario de ensueño rugió en mis oídos, tan fuerte que no pude entender lo que dijo.

– ¡Baja el tono! -grité con mi usual impaciencia, y comprobé que si hablaba, bloqueaba la visión de los túneles y entraba en un vacío en el cual lo único que podía hacer era escuchar.

El emisario moduló su voz y dijo:

– Estás adentro de un ser inorgánico. Escoge un túnel y hasta puedes vivir en él. -La voz se calló por un instante y luego añadió -: eso es, si así lo deseas.