No pude decir nada. Tenía miedo de que cualquier afirmación que hiciera, pudiera ser interpretada de manera opuesta a lo que quería decir.
– Hay infinitas ventajas para ti -continuó la voz del emisario-. Podrías vivir en tantos túneles como te plazca. Y cada uno de ellos te enseñaría algo diferente. Los brujos de la antigüedad vivieron así y aprendieron cosas maravillosas.
Aunque sin sentirlo, tuve la sensación de que el explorador me empujaba por detrás. Parecía urgirme a seguir adelante. Tomé el túnel inmediatamente a mi derecha. Tan pronto como estuve en él, comprendí que estaba flotando. Era yo una masa de energía igual al explorador.
La voz del emisario sonó una vez más en mis oídos.
– Sí, eres una masa de energía -dijo, reafirmando lo que yo ya sabía. Pero aun así, su redundancia me causó alivio-. Y estás flotando adentro de un ser inorgánico -prosiguió-. Esta es la forma en que el explorador quiere que te muevas en este mundo. Cuando te tocó, te cambió para siempre. Ahora, prácticamente eres uno de nosotros. Si te quieres quedar aquí, simplemente tienes que manifestar tu intento en voz alta.
El emisario dejó de hablar y pude ver nuevamente el túnel. Pero cuando volvió a dirigirme la palabra, algo se había ajustado; podía escuchar la voz del emisario sin perder de vista a ese mundo.
– Los brujos antiguos aprendieron todo lo que sabían acerca del ensueño, quedándose aquí con nosotros -dijo.
Estaba a punto de preguntarle si habían aprendido todo lo que sabían simplemente viviendo en esos túneles, pero el emisario me contestó antes de que se lo preguntara.
– Sí, aprendieron todo simplemente viviendo dentro de los seres inorgánicos -dijo-. Lo único que los brujos antiguos tuvieron que hacer para vivir adentro de ellos, fue decirlo; de la misma manera que lo único que tuviste que hacer tú para llegar aquí, fue expresar tu intento en voz alta, de una manera fuerte y clara.
El explorador me señaló que continuara moviéndome. Por un momento dudé qué hacer; el explorador hizo algo similar a darme un empellón de tal magnitud que volé a una velocidad inverosímil por innumerables túneles sin chocar contra nada cambiando direcciones sin saber cómo. Finalmente me detuve, porque el explorador se detuvo. Nos quedamos flotando por unos instantes, y luego caímos en un túnel vertical. No sentí el drástico cambio de dirección. De acuerdo a mi percepción, continuaba moviéndome en forma paralela al suelo.
Cambiamos de direcciones verticales arriba y abajo varias veces, y en todos esos cambios experimenté la misma percepción. Estaba a punto de formular un pensamiento al respecto, cuando escuché la voz del emisario.
– Creo que te sentirías mejor si gatearas en lugar de volar -dijo-. También te puedes mover como una araña o una mosca, para arriba, o para abajo, o volteado de cabeza.
Me calmé instantáneamente. Era como si hubiera estado hueco, y de repente tuviera ahora un peso que podía mantenerme fijo en el piso. No sentía las paredes de los túneles, pero el emisario tenía razón en cuanto a que me sentiría mejor moviéndome contra las paredes como si estuviera gateando.
– En este mundo la gravedad no te inmoviliza -dijo. De lo cual por supuesto ya me había dado cuenta-. Tampoco tienes que respirar -la voz continuó-. Y únicamente para tu conveniencia, puedes retener la vista y ver cómo ves en tu mundo. El emisario parecía indeciso, decidiendo si añadir algo más o no. Tosió de la misma forma que un hombre lo hace cuando se aclara la garganta, y dijo-: la vista nunca se menoscaba en este mundo, por lo tanto, un ensoñador habla siempre de sus ensueños en términos de lo que ve.
El explorador me dio la señal de entrar a un túnel a mi derecha. Era más oscuro que los otros. De una manera absurda, me pareció acogedor, amigable, y hasta conocido. Se me ocurrió que yo era como ese túnel, o que ese túnel era como yo.
– Ustedes dos ya se conocieron antes -dijo la voz del emisario.
– ¿Cómo dijiste? -pregunté. Entendí lo que me había dicho, pero no podía comprender lo que quería decir con eso.
– Ustedes dos forcejeaban una vez, y por esa razón, ahora llevan consigo la energía del uno y del otro.
Se me ocurrió que la voz del emisario estaba llena de malicia o hasta de sarcasmo.
– No, no es sarcasmo -me aseguró el emisario-. Me da gusto que tengas familiares aquí entre nosotros.
– ¿Qué quieres decir con familiares? -pregunté.
– Cuando se comparte energía, se crea un parentesco -contestó-. La energía es como la sangre.
No fui capaz de decir nada más. Sentí de un modo muy vago lejanas punzadas de terror.
– El miedo es algo que no existe en este mundo -dijo el emisario. Y esa fue su única aseveración no cierta.
Mi ensueño terminó ahí. La impresionante intensidad y claridad de mi ensueño, y la continuidad de las aseveraciones del emisario me impresionaron de tal manera, que estaba más que ansioso por contárselo a don Juan. Me sentí terriblemente perturbado y sorprendido cuando don Juan no quiso escuchar mi relato. No dijo nada, pero tuve la clara impresión de que creía que todo había sido el resultado de mis exageraciones.
– ¿Por qué se comporta usted así conmigo? -le recriminé-. ¿Está usted molesto conmigo?
– No. No estoy molesto contigo de ninguna manera -dijo-. El problema es que no puedo hablar de esta parte de tu ensueño. Estás completamente solo en este asunto. Te he dicho que los seres inorgánicos son reales. Ahora te estás dando cuenta de lo reales que son. Pero lo que hagas con tus descubrimientos es asunto tuyo, únicamente tuyo. Algún día te darás cuenta de la razón por la cual tienes que estar solo.
– ¿Pero no hay nada que usted me pueda decir acerca de ese ensueño? -insistí.
– Lo que te puedo decir es que no fue solamente un ensueño. Fue un viaje a lo desconocido. Un viaje necesario, y extremadamente personal.
Inmediatamente cambió de tema, y empezó a hablar sobre otros aspectos de sus enseñanzas. Pero a partir de ese día, a pesar de mi miedo y la falta de consejos, me convertí en un viajero diario a ese mundo esponjoso. Comprobé que cuanto más intensa era mi capacidad de observar los detalles de mis ensueños, más fácil era aislar a los exploradores. Si admitía que los exploradores eran una energía foránea, se mantenían dentro de mi campo de percepción por un rato. Si los tomaba como objetos casi conocidos, se quedaban por un rato aún más largo, cambiando de forma erráticamente. Pero si los seguía, expresando en voz alta mi intento de ir con ellos, los exploradores transportaban mi atención de ensueño a un mundo más allá de lo que puedo normalmente imaginar.
Don Juan me había dicho que los seres inorgánicos están siempre dispuestos a enseñar. Pero no me había dicho que lo que están dispuestos a enseñar es ensoñar. Me aseguró que el emisario de ensueño, siendo una voz, es un perfecto puente entre ese mundo y el nuestro. Lo que descubrí fue que la voz del emisario no era solamente la voz de un maestro sino la voz del más sutil de los vendedores. Repetía una y otra vez, en la ocasión y el momento precisos, las ventajas que su mundo ofrecía. Sin embargo, también me enseñó cosas de incalculable valor sobre diferentes aspectos del ensueño.
– Para que el ensueño sea perfecto, lo primero es parar el diálogo interno -me dijo en una ocasión-. A fin de pararlo, pon entre tus dedos dos cristales de cuarzo que midan entre seis y nueve centímetros de largo, o un par de piedras de río pulidas, del largo y del ancho de tus dedos. Dobla un poco tus dedos, y presiona los cristales o piedras con ellos.
El emisario añadió que pedazos de metal pulido, siempre y cuando fueran de la misma medida que los dedos, eran igualmente efectivos. El procedimiento consistía en presionar dos o hasta tres objetos delgados entre los dedos de cada mano, creando de esta manera una presión casi dolorosa en las manos. Una presión que tenía la extraña propiedad de parar el diálogo interno. El emisario expresó su preferencia por los cristales de cuarzo; dijo que daban los mejores resultados, aunque con práctica cualquier cosa era adecuada.