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"No hay manera de responder a esas preguntas. La mente del mercachifle está hecha para el comercio. Pero la libertad no puede ser una inversión. La libertad es una aventura sin fin, en la cual arriesgamos nuestras vidas y mucho más, por unos momentos que no se pueden medir con palabras o pensamientos.

– No fue mi intención hablar como mercachifle al hacerle esa pregunta, don Juan. Lo que quiero saber es, ¿cuál podría ser la fuerza que impulse a un perfecto haragán como yo para que hiciera todo esto?

– La búsqueda de la libertad es la única fuerza que yo conozco. Libertad de volar en ese infinito. Libertad de disolverse, de elevarse, de ser como la llama de una vela, que aun al enfrentarse a la luz de un billón de estrellas permanece intacta, porque nunca pretendió ser más de lo que es: la llama de una vela

5 EL MUNDO DE LOS SERES INORGÁNICOS

A pesar de que don Juan parecía no sólo desinteresado en hablar sobre el tema del ensueño sino hasta molesto, yo aún solicitaba su consejo, pero únicamente en casos de extrema necesidad. Cada vez que hablábamos de mis prácticas de ensueño, él minimizaba la importancia de cualquier cosa que hubiese logrado. Yo consideré esa reacción suya como una confirmación de su perenne desapruebo.

En ese entonces, mi interés en los seres inorgánicos se había convertido en la parte crucial de mis prácticas de ensueño. Después de encontrar a seres inorgánicos en mis sueños y, especialmente, después de mi encuentro con ellos en el desierto, debería haber estado más predispuesto a tomar en serio su existencia. Pero esos eventos tuvieron más bien el efecto contrario. Mi objetivo se tornó en probar que no existían.

Entretuve entonces la idea de una investigación objetiva. El método de esta investigación iba a consistir en compilar una meticulosa crónica de todo lo que aconteciera durante mis sesiones de ensueño; y luego, usar esa crónica como base para averiguar si mi ensueño confirmaba o refutaba lo que don Juan decía de los seres inorgánicos. Escribí cientos de páginas de minuciosas anotaciones sobre detalles que yo consideraba importantes, cuando debería haberme sido claro que había obtenido la evidencia de su existencia casi desde el comienzo de mi investigación.

Después de unas cuantas sesiones, descubrí que lo que había creído ser una recomendación casual de don Juan: suspender todo juicio y dejar que los seres inorgánicos se manifestaran por su propia cuenta, era en realidad el procedimiento usado por los brujos antiguos para atraerlos. Don Juan estaba simplemente siguiendo su tradición al dejarme que lo descubriera por mí mismo. La advertencia que me hizo una y otra vez fue que es muy difícil hacer que el yo quite sus barreras, excepto bajo una disciplina implacable. Decía que ciertamente nuestra razón es la línea de defensa más fuerte del yo; y cuando se trata de la brujería, la más amenazada. Don Juan consideraba que la existencia de los seres inorgánicos es el más temible asaltante de nuestra racionalidad.

Algo más que quedó aclarado en el curso de mi investigación fue la rutina que me había impuesto don Juan. Al parecer algo muy simple. Primero, observaba cada objeto de mis sueños, y luego, cambiaba de sueños. Puedo sinceramente decir que siguiendo tal rutina observé universos de detalles en sueño tras sueño. Inevitablemente, en un momento dado, mi atención de ensueño empezaba a disminuir y mis sesiones de ensueño terminaban ya fuera quedándome dormido y teniendo sueños normales de los que no tenía ninguna atención de ensueño, o quedándome despierto sin poder conciliar el sueño.

Sin embargo, de vez en cuando, tal como don Juan lo había descrito, una corriente de energía forastera, lo que él llamaba un explorador, se introducía a mis sueños. Saber de antemano que esto iba a suceder me ayudó a ajustar mi atención de ensueño y a estar alerta. La primera vez que noté energía foránea, estaba yo soñando que andaba de compras en un gran almacén. Iba yo de mostrador en mostrador buscando objetos antiguos de arte. Finalmente encontré uno. La ridiculez de buscarlos en un almacén era tan obvia que me causó risa, pero encontrar lo que buscaba borró la incongruencia. La pieza era el puño de un bastón. El vendedor me aseguró que estaba hecho de iridio, y dijo que era una de las sustancias más duras en el mundo. Era una pieza tallada: la cabeza y el hombro de un simio. A mi me parecía como de jade. El vendedor se sintió insultado cuando le insinué que quizá era jade, y para probar mi error, arrojó el objeto contra el piso de cemento con gran fuerza. No se rompió, rebotó como una pelota y salió del almacén girando como si fuera un frisbee. Lo seguí. Desapareció detrás de unos árboles. Corrí a buscarlo, y lo encontré hundido en el suelo. Se había transformado en un bastón largo, extraordinariamente bello, de color verde profundo con negro.

Lo codicié al punto de aferrarlo con toda mi fuerza. Forcejeé para arrancarlo del suelo, antes de que alguien más viniese. Pero por más que hice, no pude sacarlo. Tenía miedo de romperlo si trataba de extraerlo moviéndolo para adelante y para atrás. Empecé a cavar a su alrededor con mis manos. A medida que continuaba cavando, el bastón comenzó a derretirse, hasta que quedó únicamente un charco de agua verdusca en su lugar. Me quedé mirando fijamente el agua, la cual, de repente, pareció explotar; se convirtió en una burbuja blanca y desapareció. Mi sueño continuó con otras imágenes y otros detalles que aunque eran cristalinamente claros, no eran sobresalientes.

Cuando le conté a don Juan este ensueño, me dijo:

– Aislaste a un explorador. Los exploradores son más numerosos en nuestros sueños comunes y corrientes. Los sueños de los ensoñadores están extrañamente libres de exploradores. Al momento que aparecen, son identificados por su extrañeza y la incongruencia de su presencia.

– ¿Incongruencia, de qué manera, don Juan?

– Su presencia no tiene ningún sentido.

– En un sueño muy pocas cosas tienen sentido.

– Es únicamente en los sueños comunes y corrientes que las cosas no tienen sentido, yo diría que es así debido a que la gente común y corriente sufre asaltos más intensos de lo desconocido. En sus sueños hay muchísimos exploradores.

– ¿Y por qué es así, don Juan?

– En mi opinión, lo que ocurre es un equilibrio de fuerzas. La gente común y corriente tiene estupendas barreras para protegerse contra esos asaltos. Barreras tales como preocupaciones diarias. Mientras más fuerte es la barrera, más fuerte es el ataque.

"Por otro lado, los ensoñadores tienen menos barreras y menos exploradores en sus ensueños. Parece que en sus ensueños hay menos exploradores, quizá para asegurar que los ensoñadores se percaten rápidamente de su presencia.

Don Juan me aconsejó poner mucha atención y recordar todo detalle posible del ensueño que tuve. Hasta me hizo repetirle lo que ya le había contado.

– Me desconcierta usted -le dije-. Primero no quiere escuchar nada acerca de mis ensueños, y luego si quiere. ¿Hay algún orden en rechazar y acceder?

– Por supuesto que hay orden detrás de todo esto -dijo-. Algunas cosas son de importancia clave, ya que están asociadas con el espíritu; otras no tienen absolutamente ninguna importancia, ya que están asociadas con nuestras pinches personalidades.

"El primer explorador que aislaste, va a estar siempre presente de una forma o de otra, igual que los detalles de tu ensueño. Así que será un bastón, o un frisbee, o un vendedor, o iridio. Por cierto, ¿qué es iridio?

– Realmente no lo sé.

– ¡Ahí lo tienes! ¿Y qué dirías si resultara ser una de las sustancias más duras del mundo?

Los ojos de don Juan brillaban de deleite, mientras yo me reía nerviosamente de tan absurda posibilidad, la cual resultó ser cierta.

Una vez que hube aceptado el esquema de don Juan de que energía foránea se filtra en los sueños, empecé a tomar en cuenta la presencia de objetos extraños en mis ensueños. Invariablemente, después de haberlos aislado, mi atención de ensueño se enfocaba en ellos con una intensidad que no me ocurría en ninguna otra oportunidad. Lo primero que noté fue el gran esfuerzo que mi mente hacia para transformarlos en objetos conocidos. La desventaja de mi mente era su incapacidad de llevar totalmente a cabo tal transformación; el resultado era un objeto espurio, casi desconocido. Después, la energía foránea se disipa fácilmente, convirtiéndose en una burbuja de luz que era rápidamente absorbida por otros apremiantes detalles de mis ensueños.