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– Sí, ya capto. Es una precaución por si alguien lo comprueba. Con la mafia nunca se sabe.

– Ni con la policía.

IV

Conduciendo a un promedio de casi ciento cincuenta kilómetros por hora, y contando una parada de quince minutos en un McDonald's, Bosch y Edgar se plantaron en Las Vegas en cuatro horas. Una vez allí, se dirigieron al aeropuerto internacional McCarran, dejaron el coche en el aparcamiento y sacaron sus maletines y bolsas del maletero.

Mientras Edgar esperaba fuera, Bosch entró en la terminal y alquiló un vehículo en la compañía Hertz.

Eran casi las cuatro y media cuando llegaron al edificio de la Metro. Al atravesar la oficina de detectives, Bosch vio a Iverson en su mesa, hablando con Baxter. Iverson sonrió ligeramente, pero Harry no le hizo caso y siguió caminando hasta el despacho de Felton que estaba trabajando con la puerta abierta. Harry dio dos golpecitos antes de entrar.

– Bosch, ¿dónde se había metido?

– Tenía que solucionar unos asuntos.

– ¿Es éste el fiscal?

– No, es mi compañero, Jerry Edgar. El fiscal no vendrá hasta mañana por la mañana.

Edgar y Felton se dieron la mano, pero Felton mantuvo la vista fija en Bosch.

– Pues ya puede llamarle y decirle que no se moleste.

Bosch lo miró un momento y comprendió la sonrisita de Iverson: algo había ocurrido.

– Capitán, nunca deja de sorprenderme -dijo-. ¿Qué pasa?

Felton se echó hacia atrás en la silla. En el borde de la mesa había un cigarro sin encender, con la punta empapada de saliva. El capitán lo cogió y se lo colocó entre los dedos. Era evidente que estaba alargando la situación para que Bosch picara, pero éste no mordió el anzuelo.

– Su amigo Lucky está haciendo las maletas -le informó finalmente el capitán.

– ¿Va a aceptar la extradición?

– Sí, se lo ha pensado mejor. No es tan tonto como parece.

Bosch cogió una silla frente a la mesa del capitán y Edgar otra a su derecha.

– Goshen -prosiguió Felton- ha despedido a ese esbirro de Joey, Mickey Torrino, y se ha buscado a su propio picapleitos. No es que sea una gran mejora, pero al menos el nuevo abogado defenderá sus intereses.

– ¿Y por qué ha cambiado de opinión? -preguntó Bosch-. ¿Le ha contado usted lo de Balística?

– Sí, claro. Lo traje aquí y le expliqué la situación. También le anuncié que habíamos pulverizado su coartada.

Bosch miró a Felton, pero no hizo la pregunta que éste esperaba.

– Pues sí, no se crea que nos tocamos las pelotas. Empezamos a investigar a este tío y les hemos allanado el terreno. Goshen declaró que el viernes por la noche no había salido de su despacho hasta las cuatro de la madrugada, hora en que volvió a casa. Pues bien, nos fuimos para el club y descubrimos que hay una puerta trasera, por donde Goshen podría haber entrado y salido tranquilamente. Nadie lo vio desde que Tony Aliso se marchó de Dolly's hasta que cerró el local, así que tuvo tiempo de sobras de ir a Los Ángeles, cargarse a Tony y volver en el último vuelo. -Felton hizo una pausa-. Y ahora la guinda; en el club hay una chica que trabaja con el nombre de Modesty. Pues resulta que Modesty tuvo una bronca con otra bailarina y fue al despacho de Goshen para quejarse. La chica asegura que nadie contestó cuando llamó a la puerta y que cuando le dijo a Dandi que quería ver al jefe, éste le respondió que no estaba. Eso fue hacia las doce de la noche.

Felton hizo un gesto de aprobación y guiñó el ojo.

– Vale, ¿y qué dice Dandi?

– Nada, aunque era de esperar. De todos modos, si ese matón pretende subir al estrado y apoyar la coartada de Goshen lo destrozaremos fácilmente. El tío tiene antecedentes penales desde la escuela primaria.

– De acuerdo, olvidémonos de él. ¿Y Goshen?

– Bueno, ya le digo que lo hemos traído aquí esta mañana y yo le he advertido que se le estaba acabando el tiempo. Goshen tenía que decidirse y se ha decidido; ha cambiado de abogado y, en mi opinión, ésa es una señal clara de que está dispuesto a negociar. Con un poco de suerte lo trincaremos a él, a Joey El Marcas y a unos cuantos chorizos de la ciudad. Nosotros habremos dado el mejor golpe de la Metro en diez años y todo el mundo contento.

Bosch se levantó y Edgar lo imitó.

– Es la segunda vez que me hace esto -protestó Bosch sin perder la compostura-. Y le aseguro que no habrá una tercera. ¿Dónde está Goshen?

– Tranquilo, Bosch. Todos queremos lo mismo.

– ¿Está aquí o no?

– En la sala número tres. Cuando lo dejé estaba con Alan Weiss, el nuevo abogado.

– ¿Ha hecho alguna declaración?

– No, claro que no. Weiss nos ha dictado sus condiciones. No habrá negociación hasta que llegue a Los Ángeles. En otras palabras, él acepta la extradición y ustedes lo acompañan a casa. Su gente tendrá que hacer el trato allá; nosotros nos retiramos a partir de hoy. Hasta que vuelva a buscar a Joey El Marcas; con eso le ayudaremos, Bosch. Hace años que espero ese día.

Harry salió del despacho sin decir una palabra, atravesó la oficina de la brigada de detectives sin mirar a Iverson y se dirigió al pasillo trasero que conducía a las salas de interrogación. Al llegar a la puerta de la sala tres, Bosch levantó la tapa que cubría la ventanita y vio a Goshen vestido con un mono azul de recluso. A su lado había un hombre mucho más menudo que Goshen, elegantemente trajeado. Bosch golpeó el vidrio con los nudillos, esperó un segundo y abrió la puerta.

– ¿Abogado? ¿Podría hablar con usted aquí fuera?

– ¿Es usted de Los Ángeles? Ya era hora.

– Hablemos fuera.

Cuando el abogado se levantó, Bosch miró a Goshen, que estaba esposado a la mesa. Apenas habían pasado treinta horas desde la última vez que lo había visto, pero Luke Goshen había cambiado. Tenía los hombros caídos y la mirada perdida. Parecía encerrado en sí mismo, como suele ocurrirle a la gente después de pasar una noche contemplando su destino. Goshen no miró a Bosch, que se limitó a cerrar la puerta en cuanto Weiss salió.

Weiss era un hombre de la edad de Bosch, delgado y muy bronceado. El abogado lucía unas gafas de montura dorada muy fina y, aunque no estaba seguro del todo, a Harry le pareció que llevaba peluquín. En los pocos segundos que tuvo para calar al abogado, Bosch decidió que Goshen había elegido bien.

Después de las presentaciones de rigor, Weiss fue directamente al grano.

– Mi cliente está dispuesto a aceptar cualquier petición de extradición, pero ustedes deben actuar deprisa. El señor Goshen no se siente seguro en Las Vegas, ni siquiera en la cárcel de la Metro. Yo esperaba que la vista se pudiera celebrar hoy mismo, pero ya es demasiado tarde. Mañana a las nueve en punto estaré en el juzgado. Ya hemos quedado con el señor Lipson, el fiscal local, y usted podrá llevárselo al aeropuerto hacia las diez.

– Pise el freno, abogado -dijo Edgar-. ¿Por qué tanta prisa de repente? ¿Porque Luke se ha enterado de los resultados de Balística o porque El Marcas también se ha enterado y piensa que es mejor retirarse a tiempo?

– Supongo que es más fácil para Joey encargar un asesinato en la Metro que en Los Ángeles, ¿no? -añadió Bosch.

Weiss los miró como si fueran extraterrestres.

– El señor Goshen no sabe nada de un asesinato y espero que ese comentario sea sólo parte de la estrategia de intimidación que ustedes suelen emplear. Lo que sí sabe es que existe una conspiración para cargarle con un crimen que no ha cometido. Mi cliente cree que la mejor forma de llevar esto es cooperar en todo lo que haga falta en un nuevo ambiente, lejos de Las Vegas. Los Ángeles es su única alternativa.