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– No está mal, la última frase -comentó Alison.

– No lo puedo creer. Ha sobornado a la asociación.

– De hecho, sí. Más concretamente, ha comprado la posibilidad de que la asociación pierda registros de tus guiones no producidos y se registren a su nombre.

– Pero, por Dios, a excepción de Nosotros, los veteranos, ninguno de esos guiones vale mucho.

– Pero siguen siendo bastante ingeniosos e inteligentes, ¿no?

– Por supuesto que lo son: los he escrito yo.

– Así me gusta. Ahora Fleck tiene cuatro guiones sólidos y profesionales a su nombre, y uno de ellos es tan bueno que, según el Daily Variety de esta mañana, ha logrado que Peter Fonda y Dennis Hopper acepten los papeles de los dos veteranos» de Vietnam con un cameo de Jack Nicholson como…

– ¿Richardson, el abogado?

– Acertaste.

– Es un reparto fantástico -dije, emocionado de repente-. Toda la generación de Easy Rider irá a verla.

– No hay duda. Por eso el mismo artículo de Variety ha anunciado que la Columbia Tri-Star ha aceptado distribuir la película.

– Entonces es que van a producirla sin duda.

– Claro, el dinero es de Fleck, por lo tanto tiene luz verde. El problema es que tu nombre no saldrá en los créditos.

– Tiene que haber alguna vía legal para reclamar…

– Le he dado mil vueltas con mi abogado. Dice que Fleck ha perpetrado la estafa perfecta. Tu antiguo registro ha sido eliminado. Fleck se ha convertido de repente en el autor oficial de tus viejas obras. Y si lo hacemos público, sobre todo lo de Nosotros, los veteranos, ya sabes lo que pasaría. Los abogados de Fleck jugarán la carta del «plagiarista chiflado». También harán saber que, cuando todavía eras un «autor legítimo», Fleck te invitó a su isla, para hablar de que escribieras una película para él. Dirán que resultaste problemático y te descartó. Así que, naturalmente, tú recurriste a tus habituales trucos psicóticos y te convenciste de que eras el autor auténtico de Nosotros, los veteranos, aunque no haya ningún registro que demuestre que eres su autor, mientras que sí existe un documento oficial de la Asociación de Autores que acredita la autoría de Fleck.

– ¡Dios mío!

– Es asombroso lo que puede comprar el dinero.

– Pero, un momento, ¿no podemos demostrar que Fleck ha registrado los cuatro guiones el mes pasado?

– ¿Y quién dice que no puede haber esperado a presentarlos a la asociación hasta ahora? Por ejemplo, podría decir que ha estado escribiendo esos guiones en privado durante los últimos dos años. Que iniciara la producción de Nosotros, los veteranos significa que probablemente decidió que había llegado la hora de registrarlo todo oficialmente en la Asociación de Autores.

– ¿Pero y los ejecutivos del estudio y los lectores que leyeron mi guión…?

– ¿Te refieres a hace cinco años? Vamos, David, ¿ya no te acuerdas de la regla número uno del Departamento de Nuevos Proyectos?: olvidar el guión que acabas de leer justo tres minutos después de terminarlo. Más aún, si algún pringado se acuerda de haber leído tu guión, ¿crees que va a ponerse a tu favor contra el poderoso señor Fleck? Especialmente con tu posición actual en la ciudad, que podríamos describir con optimismo como «rara». Créeme, el abogado, el detective y yo hemos intentado imaginar toda clase de escenarios en los que podríamos atacar. No hemos encontrado ninguno. Fleck ha cerrado todas las posibles escapatorias. El abogado no ha tenido más remedio que admirar la elegancia de la estafa que ha montado. Hablando en plata, estás en un aprieto.

Miré fijamente la pila de papeles que llenaban la mesa de Alison. Todavía intentaba orientarme en la sala de espejos en la que me encontraba, y asumir que no había salida: que mi obra era ahora la obra de Fleck. Nada de lo que pudiera decir o hacer lo cambiaría.

– Hay algo más que necesitas saber -dijo Alison-. Cuando le conté al detective cómo había hundido tu carrera Theo MacAnna le interesó mucho y dijo que lo investigaría.

De nuevo, Alison sacó una carpeta y de ella un par de fotocopias. Me las alargó y dijo:

– Échales un vistazo.

Las miré y vi que en la mano tenía un estado de cuentas del Bank of California de la cuenta de un tal Theodor MacAnna, domiciliado en el 1158 de King's Road, West Hollywood, California.

– ¿Cómo coño lo ha conseguido?

– No se lo pregunté. Prefería no saberlo. Pero digamos que, donde hay un testamento, hay un familiar. En fin, mira la columna de los ingresos, el catorce de cada mes. Como verás, hay un ingreso de diez mil dólares de una empresa llamada Lubitsch Holdings. Mi detective ha comprobado cuál es esa empresa y resulta que es una compañía petrolera registrada en las islas Caimán, que no se sabe a quién pertenece. Es más, también descubrió que MacAnna gana la miseria de treinta y cuatro mil al año en Hollywood Legit, pero también se saca cincuenta mil más como corresponsal ocasional de Hollywood para algunos periódicos ingleses. No tiene ingresos familiares ni inversiones, ni nada. Sin embargo, durante los últimos seis meses, ha recibido diez billetes grandes al mes de una misteriosa sociedad llamada Lubitsch.

Silencio.

– ¿Cuándo estuviste en la isla de Fleck? -me preguntó.

– Hace siete meses.

– ¿No me dijiste que era una especie de cinéfilo?

– La antonomasia del coleccionista de cine.

– ¿Cuál es la única persona que conoces que se llame Lubitsch?

– Ernst Lubitsch, el gran director de comedias de los años treinta.

– Sólo a un cinéfilo le parecería gracioso poner el nombre de un legendario director de Hollywood a una empresa petrolera de las islas Caimán.

Un largo silencio.

– ¿Fleck pagó a MacAnna para que encontrara algo con que destruirme? -pregunté.

Alison se encogió de hombros.

– De nuevo, no tenemos pruebas claras, porque Fleck ha tapado su rastro endemoniadamente bien. Pero el detective y yo estamos de acuerdo: eso parece ser lo que ha pasado.

Me recosté en la silla, pensando, pensando, pensando. Las piezas de aquel perverso rompecabezas se estaban juntando repentinamente en mi cabeza. En los últimos seis meses, había creído que la catástrofe que estaba viviendo podía atribuirse sólo al destino; la teoría del dominó del desastre, en la que una desgracia provoca otra, que a su vez… Pero en aquel momento me daba cuenta de algo: todo había sido cuidadosamente orquestado, manipulado, instigado desde el principio. Para Fleck, yo no era más que una marioneta de usar y tirar, con la que podía jugar a placer. Había decidido hacerme añicos. Como una imitación de entidad suprema -una especie de brujo diabólico-, creía que podía tirar de todos los hilos.

– ¿Sabes lo que me parece más raro de todo? -preguntó Alison-. Que necesitara aniquilarte: si sólo hubiera querido comprar el guión y ponerle su nombre…, qué demonios, habríamos podido llegar a alguna clase de acuerdo, sobre todo si el precio era elevado. En lugar de eso, se te ha lanzado a la yugular, a la aorta y a todas tus arterias importantes. ¿Hiciste algo para que te odiara o qué?

Me encogí de hombros, pensando: no, pero su esposa y yo nos hicimos demasiado amigos. Sin embargo, ¿qué pasó al fin y al cabo entre Martha y yo? Un abrazo de borrachos, nada más…, y lo hicimos fuera de la vista del personal. A menos que hubiera cámaras de vigilancia nocturna ocultas en las palmeras…

¡Basta! Aquello era una fantasía totalmente paranoica. De hecho, Fleck y Martha estaban prácticamente separados, ¿no? ¿Por qué le iba a importar si nos hacíamos carantoñas en la playa?

Pero, evidentemente, sí le importaba, porque si no, ¿por qué me había hecho aquello?

A menos que… a menos que…

¿Te acuerdas de la película que insistió en que vieras? Salo o los 120 días de Sodoma. Recuerda cuánto te extrañó después que te hubiera sometido a aquella experiencia tan desagradable. Recuerda también su defensa de la película. «Lo que nos ha mostrado Pasolini era el fascismo en su forma pretecnológica más pura: la convicción de tener el derecho, el privilegio, de ejercer un control absoluto sobre otros seres humanos, hasta el punto de negar completamente su dignidad y sus derechos más esenciales, despojarlos de toda individualidad y tratarlos como objetos funcionales, que se descartan cuando ya no sirven. Ahora los aristócratas dementes de la película han sido sustituidos por poderes mayores: gobiernos, corporaciones o bancos de datos. Pero vivimos todavía en un mundo donde el impulso de dominar al prójimo sigue siendo una de las principales motivaciones humanas. Todos queremos imponer nuestra visión del mundo a los demás, ¿no?»