Изменить стиль страницы

– ¿Qué piensas hacer hoy? -preguntó.

– Gracias por contestar mis llamadas.

– He estado bastante ocupada.

– ¿Tienes noticias?

– Sí -dijo con una voz tensa-. Pero preferiría que lo discutiéramos cara a cara.

– ¿No puedes decirme…?

– ¿Podemos almorzar?

– Claro.

– Entonces quedamos a la una en mi despacho.

Me duché, me vestí y subí al Volkswagen. Me dirigí al sur. Llegué a la ciudad en menos de dos horas. No había estado en Los Ángeles desde hacía casi cuatro meses, y al pasar por Wiltshire, en dirección al despacho de Alison, me sorprendió lo mucho que lo echaba de menos. Aunque el resto del mundo la desprecie por su supuesta superficialidad y su deformidad visual («New Jersey con mejores ropas», como decían mis ingeniosos amigos de Manhattan), a mí me encantaba su alucinante extensión; su mezcla de lo industrial y la opulencia, su envejecido glamour de medio pelo; la sensación de que estabas en un Paraíso de Pacotilla… y al mismo tiempo repleto de posibilidades.

Suzy, la secretaria de Alison, no me reconoció al principio.

– ¿Qué desea? -preguntó, mirándome con desconfianza cuando crucé la puerta. Entonces se le encendió la luz-: Oh, por Dios, David…, hola.

Alison salió del despacho y tuvo un sobresalto cuando me vio. La barba me sobrepasaba la barbilla y llevaba el pelo recogido en una cola. Me dio un beso rápido en la mejilla, me miró atentamente y dijo:

– Si me entero de una competición de dobles de Charles Manson, te apunto. Causarás sensación.

– Yo también me alegro de verte, Alison -dije.

– ¿Qué clase de dieta has seguido? ¿Macroneurótica?

No hice caso del comentario y miré la gruesa carpeta que llevaba bajo el brazo.

– ¿Qué llevas ahí?

– Pruebas.

– ¿De qué?

– Pasa.

Hice lo que me había ordenado, me senté en la silla enfrente de la suya.

– Podemos ir a algún sitio bonito -dijo-. Pero…

– ¿Prefieres que hablemos aquí?

– Exacto.

– ¿Tan malo es?

– Es muy malo. ¿Pedimos algo?

Asentí y Alison cogió el teléfono y le pidió a Suzy que llamara a Barney Greengrass, y encargara una bandeja de su mejor surtido de ahumados, con un bagel y la guarnición habitual de salsas y acompañamientos.

– Y un par de gaseosas de apio, como si estuviéramos en Nueva York -añadió Alison.

Colgó el teléfono.

– Doy por supuesto que no bebes.

– ¿Tan evidente es?

– Irradias buena salud anoréxica.

– ¿Necesito una copa para lo que tienes que decirme?

– Es posible.

– Paso.

– Estoy impresionada.

– Ya está bien de suspense, Alison. Habla. Abrió la carpeta.

– Quiero que recuerdes cuándo escribiste el original de Nosotros, los veteranos. Según mis archivos, fue en el otoño de 1995.

– En noviembre de 1995, para ser exactos.

– ¿Y estás absolutamente seguro de que lo registraste en la Asociación de Autores?

– Por supuesto. Siempre he registrado automáticamente todos mis guiones en la asociación.

– Y siempre te dieron un documento estándar que decía que estaba registrado, ¿no?

– Sí.

– ¿Tienes el documento de Nosotros, los veteranos?

– Lo dudo.

– ¿Estás completamente seguro?

– Bueno, siempre he sido muy expeditivo con los papeles, tiro todo lo que no es esencial.

– ¿Un comprobante de registro en la Asociación de Autores no es importante?

– No, cuando sabes que, al registrar un guión en la asociación, el guión queda registrado. ¿Adónde quieres ir a parar, Alison?

– La Asociación de Autores de Cine y Televisión tiene un guión titulado Nosotros, los veteranos en sus archivos. Pero se registró el mes pasado, con el nombre de su autor, Philip Fleck.

– Pero, un momento, tienen que tener una copia del registro de mi guión en noviembre de 1995…

– No, no la tienen.

– Pero eso no puede ser. Yo lo registré.

– Eh, yo te creo. No sólo eso, he conseguido encontrar el guión original de 1995.

Buscó en la carpeta y sacó una copia del guión, maltrecha y un poco amarillenta. El título de la primera página decía: «Nosotros, los veteranos. Guión de David Armitage. Primer borrador: noviembre de 1995».

– ¡Ésa es la prueba que necesitas! -dije, señalando la fecha de la primera página.

– Pero, David, ¿quién dice que tú no has falsificado el título de la página hace poco? ¿Quién dice que no decidiste robarle el guión a Philip Fleck y pusiste tu propio nombre en la primera página?

– ¿De qué me estás acusando, Alison?

– No me estás escuchando. Sé que escribiste esa película. Sé que no eres un plagiario. Y sé que no estás más desquiciado que cualquier otro de los autores que represento. Pero también sé que la Asociación de Autores no tiene constancia de que tú seas el autor de Nosotros, los veteranos…

– ¿Cómo puedes estar tan segura?

– Porque cuando la semana pasada me comunicaron que el texto sólo estaba registrado a nombre de Philip Fleck, me puse en contacto con mi abogado, quien, a su vez, me puso en contacto con un investigador privado…

– ¿Has contratado a un detective? -pregunté, totalmente asombrado.

– Joder, sí. Estamos hablando de un robo muy serio, que podría valer un millón cuatrocientos mil dólares. Por supuesto que he contratado a un detective. Deberías haberlo visto. Treinta y cinco años, el peor caso de acné que he visto en mi vida, y un traje que parecía robado del coche de un misionero mormón. Te aseguro que no era precisamente Sam Spade. Pero a pesar de la mala pinta, el tipo es concienzudo como un inspector de Hacienda. Y ha descubierto que…

Buscó dentro de la carpeta, y primero sacó el registro reciente oficial en la Asociación de Autores de Nosotros, los veteranos, claramente a nombre de Philip Fleck. Después sacó todos los registros oficiales en la Asociación de Autores de todos mis guiones. Todos los episodios de Te vendo estaban enumerados, así como Romper y entrar. Pero no aparecía ninguno de mis guiones sin producir de los noventa.

– Cítame uno de esos guiones -dijo Alison.

– En el mar.-dije, mencionando un guión de género de acción («pero sarcásticamente cómico») en el que unos terroristas islámicos se apoderaban de un yate en el que viajaban tres hijos del presidente de Estados Unidos. Alison blandió un papel frente a mi cara.

– Registrado a nombre de Philip Fleck el mes pasado. Cítame otro de tus guiones sin producir.

– Tiempo de presentes -dije, mencionando una película de una mujer que se muere de cáncer, que escribí en 1996.

– Registrado a nombre de Philip Fleck el mes pasado -dijo, pasándome otro documento oficial de la Asociación de Autores-. Y ahora sacaremos el conejo de la chistera. Cítame otro guión tuyo sin producir.

– Buen lugar, mal momento.

– ¿Era el del lío de la luna de miel, no? Registrado a nombre de Philip Fleck el mes pasado.

Me quedé mirando el nuevo documento que me había pasado Alison.

– ¿Me ha robado todos los guiones que no he producido?

– Esa es la situación.

– ¿Y tu detective está seguro de que no hay ningún registro de los guiones a mi nombre?

– Nada de nada.

– ¿Cómo demonios ha podido hacerlo Fleck?

– Ah -dijo Alison, buscando en el fondo de la carpeta-, éste es su verdadero golpe maestro.

Me pasó una fotocopia de un breve artículo del Hollywood Reporter, de hacía cuatro meses:

La Fundación Fleck dona dos millones de dólares al fondo de beneficencia de la Asociación de Autores.

La Fundación Philip Fleck ha anunciado hoy la decisión de donar dos millones de dólares al fondo de beneficencia de la Asociación de Autores de Cine y Televisión. La portavoz de la fundación, Cybill Harrison, ha declarado que se trata de un reconocimiento sincero del esfuerzo de la asociación por promover y defender el trabajo de los autores para el cine, y al mismo tiempo apoyar a aquellos que tienen dificultades económicas o están afectados por una grave enfermedad. El director ejecutivo de la asociación, James LeRoy, ha comentado: «Este espléndido regalo subraya un hecho simple: cuando se trata de proteger las artes en Estados Unidos, Philip Fleck es lo más parecido a un Médici que existe en nuestro país. Todos los autores deberían tener un amigo como él».