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– Y nueve meses después nací yo, otra niña.

– Rechazó a dos hijas porque no tenían polla. -Mitchell apretó los dientes para contener la cólera-. Y pensar en todos los años durante los cuales intenté satisfacerlo y aplacarlo. -Mia suspiró-. ¿Qué sabes de la otra hija?

Kelsey parpadeó.

– No sé de qué hablas.

Mia también agitó las pestañas.

– En el cementerio… en el cementerio vi a una mujer. Se parece a mí, aunque es un poco más joven. Tiene mis ojos. -«Y los de Bobby», se dijo la detective-. Fue muy extraño.

Era evidente que Kelsey estaba desconcertada.

– No lo sabía. Eme, en ese tema no puedo ayudarte.

– De todos modos, te agradezco que me creas. Sé que parece un disparate.

– Jamás me has mentido. -Kelsey se apoyó en el respaldo de la silla y recapacitó-. Por lo tanto, somos tres engendros bastardos que no han salido varones.

– Que sepamos, tal vez hay más. Vete a saber cuántas veces intentó tener un varón.

Kelsey rio divertida.

– Por lo visto, Bobby disparó principalmente X. No produjo pequeñas Y que engendrasen pequeños Bobby.

Mia sonrió a pesar del lastre que cargaba sobre sus hombros.

– Por favor, no sabes cuánto te echo de menos.

Kelsey tragó saliva con dificultad.

– Calla, no me hagas… -Respiró hondo y miró subrepticiamente de un lado a otro-. Eme, no quiero hacerme ilusiones.

– Dentro de tres meses podrás volver a solicitar la libertad condicional.

– ¿Crees que no sé exactamente cuánto falta? No servirá de nada.

– Te prometo que allí estaré.

– Siempre has estado, has acudido a cada vista por la condicional y te lo agradezco. De todos modos, Shayla Kaufmann también asiste y su dolor tiene más peso que tus buenas palabras.

Mia apretó los puños.

– Kelsey, han pasado doce años.

– Su marido y su hijo siguen muertos.

– Tú no les disparaste. El vídeo de la tienda lo muestra claramente.

Kelsey había permanecido paralizada y la mano le temblaba tanto que estuvo a punto de soltar el arma. Su amigo Stone fue el autor de los disparos y por eso cumplía cadena perpetua sin posibilidad de solicitar la condicional. Kelsey había cooperado, lo que le permitió hacer un trato: de ocho a veinticinco años. En su momento, Mia se alegró de que la condena de Kelsey no fuese más dura. Doce años después, la detective conocía perfectamente la lentitud con la que el tiempo podía llegar a transcurrir.

La expresión de Kelsey se mantuvo impasible, pero su mirada se oscureció a causa de un tormento que casi nunca manifestaba en presencia de su hermana.

– No disparé, pero me quedé quieta mientras Stone lo hacía. No hice nada por salvar a ese hombre y a su hijo. El último acto del padre consistió en proteger al niño con su cuerpo.

La hermana menor se quedó rígida y clavó la mirada en un punto situado por encima del hombro de Mia. La detective supo que ambas pensaban que era algo que su padre jamás habría hecho.

– Maldita sea, Kelsey. Eras joven, estabas asustada y te habías drogado.

– Era culpable y sigo siéndolo. -Le temblaron tanto los labios que los apretó.

Mia se mordió con fuerza un carrillo.

– Asistiré a la vista por la condicional.

Kelsey cerró los ojos durante unos segundos y al abrirlos su mirada se tornó fría y distante.

– Chica, me he enterado de que te pegaron un balazo.

Mia se dio cuenta de que el tema de la libertad condicional estaba cerrado.

– Así es, ocurrió hace dos semanas.

– ¿Cómo está tu compañero?

– ¿Te refieres a Abe? Sigue hospitalizado, pero se recuperará.

– No bajes la guardia. -Kelsey esbozó una ligera sonrisa-. Eres la única que viene a visitarme a la cárcel, por lo que no quiero que te pase nada.

Mia carraspeó.

– De acuerdo.

– Ay, antes de que se me olvide. Dile a Dana que gracias, pero que no, gracias.

– ¿De qué hablas?

– Me envió una postal desde la playa. Es la foto de una langosta enorme y horrible y decía que le habría gustado que yo estuviese allí para ayudarles a comérsela. Las langostas me parecen desagradables.

– Se lo diré. Tengo que irme. Me esperan unas cuantas horas de lectura después de ponerle los puntos sobre las íes a alguien.

Aunque enarcó las cejas con apacible interés, la mirada de Kelsey fue aguda cuando preguntó:

– ¿Brutalidad policial?

– No. Se trata de mi compañero provisional. Me ha seguido y espera en el aparcamiento. -La detective carraspeó-. Cree que no me he dado cuenta de que me seguía.

La mirada que Kelsey le dirigió a su hermana fue risueña.

– ¿Por qué te ha seguido?

– Porque… -Mia pensó en todas las actitudes amables que Reed Solliday había tenido con ella durante los dos últimos días: café, analgésicos, abrirle la puerta como si fuera… como si fuera una dama. Al parecer, Reed Solliday era un caballero de los de antes y un tío agradable que había jugado al fútbol, al que le gustaba la poesía y que parecía sentir el dolor de las víctimas tan agudamente como ella. Suspiró y prosiguió-: Está preocupado por mí. Por lo que ha dicho, alguien se empotró en el coche de su esposa porque estaba demasiado cansado para conducir.

– ¿Está casado? -Kelsey meneó la cabeza en actitud reprobadora-. Eme, Eme.

– Es viudo y tiene una hija. ¡No me mires con esa cara! -apostilló cuando Kelsey la observó significativamente-. No es más que un compañero provisional, hasta que Abe regrese.

– ¿Cómo es?

Era un hombre corpulento y fornido.

– Guarda cierto parecido con Satán -dijo Mia y se pasó el pulgar y el índice alrededor de la boca al tiempo que explicaba-: Lleva perilla.

– Suena a guapo. -Kelsey levantó una ceja-. ¿Satán es un ángel caído o una gárgola?

Inquieta, Mia se acomodó en la silla.

– Entra… entra bien por los ojos.

Kelsey asintió con la expresión cargada de curiosidad.

– ¿Y qué más?

«Es un hombre honrado y me cae bien». Mia respiró hondo. «¡Mierda!»

– Eso es todo.

Kelsey se puso de pie.

– De acuerdo, si prefieres plantearlo así tendré que esperar la próxima carta de Dana, en la que me contará la exclusiva de pe a pa.

Sin despedirse, Kelsey colgó y se alejó. Nunca decía adiós, se limitaba a despedirse.

Afligida, Mia permaneció sentada un minuto más en la sala de visita. Al final colgó el auricular y se dispuso a darle a Solliday su merecido.

Martes, 28 de noviembre, 20:30 horas

Cuando Tania salió de la recepción con las flores, el individuo pensó que ya estaba bien de esperar El habitáculo del coche que había robado era agradable y estaba caldeado, por lo que pegó más de una cabezada mientras aguardaba. Todas las puertas del motel daban al exterior, por lo que sabía que, tarde o temprano, Tania tendría que pasar por allí.

Condujo lentamente por el aparcamiento y no la perdió de vista. Al final la mujer se detuvo y llamó a una puerta, que apenas entreabrieron, lo que impidió que el individuo avistase el interior. No tenía la menor importancia. Cogió los prismáticos y enfocó habitación 129. «¡Allá vamos!»

Volvió a bostezar. Estaba agotado. Quería atrapar a la vieja Dougherty, pero le disgustaba estar tan cansado como para no disfrutar o, peor aún, como para cometer un error. Tonto era el que corría riesgos porque estaba fatigado. Además, necesitaba la tarjeta que abría puertas y Tania seguiría al pie del cañón hasta las siete de la mañana. Podía quitársela ahora mismo, pero alguien se percataría de su ausencia en la recepción, ya que, tras quitarle la tarjeta, la pequeña Tania y su boquita de piñón no irían a ninguna parte.

El individuo se dijo que disponía de tiempo. Al fin y al cabo, los Dougherty no tenían adónde ir. Por lo tanto, volvería a su casa, descansaría y regresaría a la mañana siguiente para cerciorarse de que la señorita Tania llegaba sana y salva a casa.