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Para gran irritación de Evert Gullberg, la cuestión de los posibles contactos rusos de Olof Palme nunca quedó aclarada. A pesar de sus obstinados intentos por averiguar la verdad y encontrar las pruebas determinantes -the smoking gun-, la Sección jamás pudo hallar la más mínima prueba al respecto. A ojos de Gullberg eso no indicaba en absoluto que Palme fuera inocente, sino más bien que era un espía particularmente astuto e inteligente que no se había visto tentado a cometer los fallos cometidos por otros espías rusos. Palme continuó burlándolos año tras año. En 1982, cuando regresó como primer ministro, el asunto cobró de nuevo actualidad. Luego vinieron los tiros de Sveavägen y el asunto se convirtió para siempre en una cuestión académica.

El año 1976 fue problemático para la Sección. Dentro de la DGP /Seg -entre las pocas personas que conocían la existencia de la Sección – surgió una cierta crítica. Durante los diez anteriores años, sesenta y cinco funcionarios de la policía de seguridad habían sido despedidos de la organización debido a unas supuestas y poco fiables inclinaciones políticas. Sin embargo, en la mayoría de los casos la naturaleza de la documentación no permitió demostrar nada, lo que ocasionó que ciertos superiores empezaran a murmurar que los colaboradores de la Sección eran unos paranoicos que veían conspiraciones por doquier.

A Gullberg todavía le hervía la sangre por dentro cada vez que se acordaba de uno de los asuntos tratados por la Sección. Se trataba de una persona que fue reclutada por la DGP /Seg en 1968 y que el propio Gullberg consideraba sumamente inapropiada. Su nombre era Stig Bergling, inspector de policía y teniente del ejército sueco que luego resultó ser coronel del servicio de inteligencia militar ruso, el GRU. A lo largo de los siguientes años, Gullberg se esforzó, en cuatro ocasiones, en hacer que despidieran a Bergling, pero en cada una de las veces sus intentos fueron ignorados. La cosa no cambió hasta 1977, cuando Bergling fue objeto de sospechas también fuera de la Sección. Ya era hora. Bergling se convirtió en el escándalo más grande de la historia de la policía de seguridad sueca.

La crítica contra la Sección fue en aumento durante la primera mitad de los años setenta, de modo que, hacia la mitad de la década, Gullberg ya había oído varias propuestas de reducción de presupuesto e, incluso, que la actividad resultaba innecesaria.

En su conjunto, la crítica significaba que el futuro de la Sección era puesto en tela de juicio. Ese año, en la DGP /Seg se dio prioridad a la amenaza terrorista, algo que, desde el punto de vista del espionaje, era en todos los sentidos una historia aburrida que concernía principalmente a desorientados jóvenes que colaboraban con elementos árabes o propalestinos. La gran duda de la policía de seguridad era si el control personal iba a recibir asignaciones presupuestarias especiales para vigilar a ciudadanos extranjeros residentes en Suecia, o si eso debería seguir siendo un asunto exclusivo del departamento de extranjería.

De ese debate burocrático algo esotérico le surgió a la Sección la necesidad de reclutar los servicios de un colaborador de confianza que pudiera reforzar el control -el espionaje, en realidad- de los empleados del departamento de extranjería.

La elección recayó en un joven colaborador que llevaba trabajando en la DGP /Seg desde 1970 y del que tanto su historial como su credibilidad política resultaban los más idóneos para que fuera acogido en la Sección. En su tiempo libre era miembro de una organización llamada Alianza Democrática a la que los medios de comunicación socialdemócratas describían como de extrema derecha. En la Sección eso no supuso ninguna carga. De hecho, otros tres colaboradores también eran miembros de la Alianza Democrática y la Sección había tenido una gran importancia para la propia fundación de la Alianza. Contribuyeron asimismo a una pequeña parte de la financiación. Fue a través de esa organización como repararon en el nuevo colaborador y, finalmente, lo reclutaron para la Sección. Su nombre era Gunnar Björck.

Para Evert Gullberg fue una increíble y feliz casualidad que precisamente aquel día -el día de las elecciones de 1976, cuando Alexander Zalachenko desertó a Suecia y entró en la comisaría del distrito de Norrmalm pidiendo asilo político- fuera el joven Gunnar Björck quien lo recibiese, en calidad de tramitador de los asuntos del departamento de extranjería. Un agente que ya estaba vinculado a lo más secreto de lo secreto.

Björck era un chico despierto. Se dio cuenta enseguida de la importancia de Zalachenko, de modo que interrumpió el interrogatorio y metió al desertor en una habitación del hotel Continental. Fue, por lo tanto, a Evert Gullberg, y no a su jefe formal del departamento de extranjería, a quien llamó Gunnar Björck para darle el aviso. La llamada se produjo una vez cerrados los colegios electorales y cuando todos los pronósticos apuntaban a que Palme iba a perder. Gullberg acababa de llegar a casa y encender la tele para seguir la noche electoral. Al principio dudó de las informaciones que el excitado joven le transmitió. Luego se acercó hasta el hotel Continental, a menos de doscientos cincuenta metros de la habitación del Freys Hotel donde se encontraba en ese momento, para asumir el mando del asunto Zalachenko.

A partir de ese instante, la vida de Evert Gullberg se transformó de forma radical. La palabra «secreto» adquirió un significado y un peso enteramente nuevos. Comprendió lo necesario que resultaba crear una estructura propia en torno al desertor.

De manera automática, incluyó a Gunnar Björck en el grupo de Zalachenko. Fue una decisión inteligente y razonable, ya que Björck conocía la existencia de Zalachenko. Era mejor tenerlo dentro que fuera, donde supondría un riesgo para la seguridad. Eso implicó que Björck fuera trasladado desde su puesto oficial en el departamento de extranjería hasta uno de los despachos del piso de Östermalm.

Con el revuelo que se originó, Gullberg decidió ya desde el principio informar solamente a una persona dentro de la DGP /Seg: al jefe administrativo, que ya estaba al tanto de la actividad de la Sección. Este se guardó la noticia durante varios días hasta que le explicó a Gullberg que el asunto alcanzaba tal magnitud que habría que informar al director de la DGP /Seg y también al gobierno.

Por aquella época, el director de la DGP /Seg, que acababa de tomar posesión de su cargo, conocía la existencia de la Sección para el Análisis Especial, pero sólo tenía una vaga idea de a lo que la Sección se dedicaba en realidad. Había entrado para limpiarlo todo tras el escándalo del asunto IB * y ya se encontraba de camino a un cargo superior de la jerarquía policial. En conversaciones confidenciales con el jefe administrativo se enteró de que la Sección era un grupo secreto designado por el gobierno que se mantenía al margen de la verdadera actividad de la Säpo y sobre el que no había que hacer preguntas. Ya que, por aquel entonces, el jefe era un hombre al que nunca se le ocurriría formular preguntas susceptibles de generar respuestas desagradables, asintió de forma comprensiva y aceptó, sin más, que existiera algo llamado SAE y que eso no fuera asunto de su incumbencia.

A Gullberg no le hizo mucha gracia tener que informar al jefe sobre Zalachenko, pero aceptó la realidad. Subrayó la absoluta necesidad de mantener una total confidencialidad -cosa con la que su interlocutor se mostró conforme- y dio unas instrucciones tan estrictas que ni siquiera el jefe de la DGP /Seg podría hablar del tema en su despacho sin tomar especiales medidas de seguridad. Se decidió que la Sección para el Análisis Especial se ocupara del asunto Zalachenko.

Informar al primer ministro saliente quedaba excluido. Debido a todo el revuelo que se había organizado a raíz del cambio de poder, el nuevo primer ministro se encontraba muy ocupado designando a los miembros de su gabinete y negociando con los demás partidos de la coalición de centro-derecha. Hasta que no se cumplió un mes de la formación del gobierno, el jefe de la DGP /Seg, acompañado de Gullberg, no acudió a la sede del gobierno de Rosenbad para informar al recién electo primer ministro, Thorbjörn Fälldin. Gullberg estuvo protestando hasta el último momento por el hecho de que se informara al gobierno, pero el director de DGP/Seg no cedió: sería constitucionalmente imperdonable no hacerlo. Durante la reunión, Gullberg trató de convencer por todos los medios al primer ministro -con la máxima elocuencia de la que fue capaz- de lo importante que era que la información sobre Zalachenko no saliera de aquel despacho: que ni siquiera se pusiera en conocimiento del ministro de Asuntos Exteriores, del ministro de Defensa ni de ningún otro miembro del gobierno.

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* IB era un servicio de inteligencia secreto, entre cuyos objetivos estaba el de fichar y vigilar a los comunistas de Suecia. Su existencia fue revelada en 1973 por los periodistas suecos Peter Bratt y Jan Guillou en la revista Folket i Bild/Kulturfront. (N. de los T.)