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En agosto de 1964, Gullberg fue convocado a una reunión en el despacho del director adjunto de la policía de seguridad, el jefe de gabinete Hans Wilhelm Francke. En la reunión también participaron, aparte de dos personas más de la cúpula de la Firma, el jefe administrativo adjunto y el jefe de presupuesto. Antes de que el día llegara a su fin, la vida de Gullberg ya había adquirido un nuevo sentido: había sido elegido. Le dieron un cargo como jefe de una nueva sección llamada provisionalmente «Sección de Seguridad», abreviado SS. Su primera medida fue cambiarle el nombre por el de «Sección de Análisis». El nombre sobrevivió unos cuantos minutos, hasta que el jefe de presupuesto señaló que, a decir verdad, SA no sonaba mucho mejor que SS. El nombre final fue Sección para el Análisis Especial, SAE, que, en lenguaje coloquial, acabó convirtiéndose en «la Sección», mientras que «el Departamento» o «la Firma» hacían referencia a toda la policía de seguridad.

La Sección fue idea de Francke. La llamó «la última línea de defensa», un grupo ultrasecreto que estaba presente en lugares estratégicos dentro de la Firma, pero que resultaba invisible y en el que, al no aparecer en memorandos ni en partidas presupuestarias, nadie podía infiltrarse. Su misión: vigilar la seguridad de la nación. Francke tenía el poder para llevarlo todo a cabo; necesitaba al jefe de presupuesto y al jefe administrativo para crear la estructura oculta, pero eran todos soldados de la vieja guardia y amigos de docenas de escaramuzas contra el Enemigo.

Durante el primer año, la organización entera estuvo compuesta por Gullberg y tres colaboradores elegidos a dedo. Durante los diez siguientes, la Sección aumentó hasta un total de once miembros, dos de los cuales eran secretarias administrativas de la vieja escuela, mientras que el resto estaba compuesto por profesionales cazadores de espías. Se trataba de una organización sin apenas jerarquía: Gullberg era el jefe, sí, pero todos los demás no eran más que simples colaboradores y veían al jefe casi a diario. Se premiaba más la eficacia que el prestigio y las formalidades burocráticas.

En teoría, Gullberg se hallaba subordinado a una larga lista de personas que, a su vez, se encontraban a las órdenes del jefe administrativo de la policía de seguridad, al cual le debía entregar mensualmente un informe, pero, en la práctica, Gullberg disfrutaba de una situación única con extraordinarios poderes. Él, y sólo él, podía tomar la decisión de examinar con lupa a los más altos directivos de la Säpo. También podía, si le parecía oportuno, poner patas arriba la vida del mismísimo Per Gunnar Vinge. (Algo que, en efecto, hizo.) Podía poner en marcha sus propias investigaciones o realizar escuchas telefónicas sin tener que explicar su objetivo o sin ni siquiera informar a sus superiores. Tomó como modelo a toda una leyenda del espionaje americano, James Jesus Angleton, que gozaba de una posición similar dentro de la CIA y al que, además, llegó a conocer personalmente.

Por lo que respecta a su organización, la Sección se convirtió en una microorganización dentro del Departamento, fuera de, por encima de y al margen del resto de la policía de seguridad. Esto también tuvo sus consecuencias geográficas. La Sección tenía sus oficinas en Kungsholmen pero, por razones de seguridad, en la práctica toda ella se trasladó fuera de aquel edificio, a un piso de once habitaciones ubicado en el barrio de Östermalm. El piso se reformó discretamente hasta convertirlo en unas oficinas fortificadas que nunca permanecían vacías, ya que en dos de las habitaciones que quedaban más cerca de la entrada se habilitó una vivienda para la fiel servidora y secretaria Eleanor Badenbrink. Badenbrink era un recurso inapreciable en quien Gullberg había depositado su total confianza.

Por lo que respecta a su organización, Gullberg y sus colaboradores desaparecieron de la vida pública: fueron financiados por medio de un «fondo especial», pero no existían para la burocracia formal de la política de seguridad, de la cual se rendía cuenta a la Dirección General de la Policía o al Ministerio de Justicia. Ni siquiera el jefe de la DGP /Seg conocía a esos agentes, los más secretos de entre los secretos, a los que se les había encomendado la misión de tratar lo más delicado de lo delicado.

De modo que, con cuarenta años, Gullberg se encontraba en una situación en la que no tenía que justificarse ante nadie y en la que podía abrirle una investigación a quien se le antojase.

Ya desde el principio, le había quedado claro que la Sección para el Análisis Especial corría el riesgo de convertirse en un grupo delicado desde el punto de vista político. La descripción del trabajo resultaba, por no decir otra cosa, difusa, y la documentación escrita, extremadamente parca. En el mes de septiembre de 1964, el primer ministro Tage Erlander firmó una directiva según la cual se destinaban a la Sección para el Análisis Especial unas partidas presupuestarias con el objetivo de que realizaran investigaciones especialmente delicadas y de vital importancia para la seguridad nacional. Ése fue uno de los doce asuntos similares que el director adjunto de la DGP /Seg, Hans Wilhelm Francke, le expuso una tarde al primer ministro en el transcurso de una reunión. El documento fue clasificado en el acto como secreto y archivado en el diario igual de secreto de la DGP /Seg.

La firma del primer ministro significaba que la Sección se convertía en una institución aprobada jurídicamente. La primera partida presupuestaria de la Sección ascendió a cincuenta y dos mil coronas. El hecho de que se solicitara un presupuesto tan bajo fue, según el propio Gullberg, una jugada magistral: daba a entender que la creación de la Sección constituía un asunto sin mayor importancia, uno más del montón.

En un sentido más amplio, la firma del primer ministro significaba que él había dado su visto bueno a la necesidad de crear un grupo que se responsabilizara del «control personal interno». Sin embargo, esa misma firma podía interpretarse como que el primer ministro había dado su aprobación para fundar un grupo que también podría encargarse del control de «personas especialmente sensibles» fuera de la policía de seguridad, como por ejemplo el propio primer ministro. Era esto último lo que, en teoría, podría ocasionar graves problemas políticos.

Evert Gullberg constató que ya se había bebido todo el Johnny Walker. No era muy dado a consumir alcohol, pero habían sido un día y un viaje muy largos y consideró que se hallaba en una etapa de su vida en la que poco importaba si decidía tomarse uno o dos whiskies, y que si le daba la gana, podía volver a llenar el vaso sin que pasara absolutamente nada. Se sirvió una botellita de Glenfiddich.

El asunto más delicado de todos era, por supuesto, Olof Palme.

Gullberg recordaba con todo detalle el día de las elecciones de 1976. Por primera vez en la historia moderna, Suecia había elegido un gobierno no socialdemócrata. Por desgracia, fue Thorbjörn Fälldin quien se convirtió en primer ministro, y no Gösta Bohman, que era un hombre de la vieja escuela e infinitamente más apropiado. Pero, sobre todo, Palme había sido vencido, de modo que Evert Gullberg podía respirar aliviado.

Si Palme resultaba adecuado o no como primer ministro había sido tema de debate de más de una comida celebrada entre los círculos más secretos de la DGP /Seg. En 1969 se despidió a Per Gunnar Vinge después de que éste expresara una opinión compartida por muchas personas del Departamento: el convencimiento de que Palme era un agente de influencia que trabajaba para la KGB rusa. La opinión de Vinge no resultó controvertida en el clima que reinaba dentro de la Firma. Por desgracia, Vinge había tratado abiertamente el asunto con el gobernador civil Ragnar Lassinanti con motivo de una visita que efectuó a la provincia de Norrbotten. Lassinanti arqueó dos veces las cejas y luego informó al gobierno, hecho que tuvo como consecuencia que Vinge fuera convocado a una entrevista personal.