Изменить стиль страницы

– Con todos mis respetos, señora Giannini: yo soy médico. Imagino que mi competencia en ese campo resulta algo mayor que la suya. Mi trabajo es juzgar qué tratamientos son los más adecuados.

– Es verdad que no soy médica, doctor Teleborian. Aunque lo cierto es que lo que se dice competencia no me falta del todo, pues, además de abogada, soy licenciada en psicología por la Universidad de Estocolmo. Es algo más que necesario para mi profesión.

Un silencio total invadió la sala. Tanto Ekström como Teleborian miraron atónitos a Annika Giannini. Ella continuó, implacable.

– ¿No es cierto que su forma de tratar a mi clienta provocó a un fuerte conflicto entre usted y su superior, el médico jefe por aquel entonces, Johannes Caldin?

– No… No es cierto.

– Johannes Caldin falleció hace varios años, así que no podrá prestar declaración. Pero tenemos en la sala a una persona que se reunió con el médico jefe Caldin en varias ocasiones. Se trata de mi asesor, Holger Palmgren.

Se volvió hacia él.

– ¿Nos puedes contar por qué?

Holger Palmgren se aclaró la voz. Seguía sufriendo las secuelas de su derrame cerebral y tuvo que concentrarse para formular las palabras sin ponerse a balbucir.

– Fui nombrado tutor de Lisbeth cuando su madre fue tan gravemente maltratada por el padre que se quedó minusválida y no pudo cuidar de su hija. La madre sufrió irreparables daños cerebrales y repetidos derrames.

– ¿Estás hablando de Alexander Zalachenko?

El fiscal Ekström se inclinó hacia delante en señal de atención.

– Correcto -dijo Palmgren.

Ekström carraspeó.

– Querría señalar que acabamos de entrar en un tema en el que existe un alto grado de confidencialidad.

– Es difícil que sea un secreto el hecho de que Alexander Zalachenko maltratara durante una larga serie de años a la madre de Lisbeth Salander -replicó Annika Giannini.

Peter Teleborian levantó la mano.

– Me temo que el asunto no está tan claro como pretende hacernos creer la señora Giannini.

– ¿Qué quiere decir?

– Es indudable que Lisbeth Salander fue testigo de una tragedia familiar y que en 1991 algo desencadenó un grave maltrato. Pero lo cierto es que no hay ningún documento que confirme que esa situación se prolongara durante muchos años, tal y como la señora Giannini sostiene. Aquello podría haber sido un hecho aislado o una simple discusión que se le fue de las manos. La verdad es que no existe ninguna documentación que demuestre que, en efecto, fue el señor Zalachenko el que maltrató a la madre. Según la información que obra en nuestro poder, ella ejercía la prostitución, así que no sería difícil pensar en la existencia de otros posibles autores.

Annika Giannini miró asombrada a Peter Teleborian. Por un segundo pareció haberse quedado muda. Luego intensificó la mirada.

– ¿Puede explicarnos eso? -pidió.

– Lo que quiero decir es que, en la práctica, sólo disponemos de las afirmaciones de Lisbeth Salander.

– ¿Y?

– Para empezar eran dos hermanas. La hermana de Lisbeth, Camilla Salander, nunca ha hecho acusaciones de ese tipo. Ella negó que hubiera malos tratos. Luego, no lo olvidemos, si en realidad hubiesen existido malos tratos de la envergadura que su clienta sostiene, habrían sido reflejados, como es lógico, en los informes de los servicios sociales.

– ¿Existe alguna declaración de Camilla Salander a la que podamos tener acceso?

– ¿Declaración?

– ¿Dispone usted de alguna documentación que demuestre que, efectivamente, se interrogó a Camilla Salander sobre lo ocurrido en su casa?

Lisbeth Salander se rebulló inquieta en su silla al oír el nombre de su hermana. Miró a Annika Giannini por el rabillo del ojo.

– Supongo que los servicios sociales investigaron el caso…

– Hace un momento usted ha afirmado que Camilla Salander nunca dijo que Alexander Zalachenko maltratara a su madre; es más: ha afirmado que ella lo negó. ¿De dónde ha sacado usted ese dato?

De repente, Peter Teleborian se quedó callado unos cuantos segundos. Annika Giannini vio que se le transformó la mirada al darse cuenta de que había cometido un error. Comprendió adonde quería ir a parar ella, pero ya no había manera de evadir la pregunta.

– Creo recordar que quedó claro en el informe policial -acabó diciendo.

– ¿Cree recordar?… Yo, en cambio, he buscado con todas mis ganas el informe de una investigación policial que hable de los acontecimientos ocurridos en Lundagatan cuando Alexander Zalachenko sufrió aquellas severas quemaduras. Lo único que he logrado encontrar han sido los escuetos partes redactados por los agentes allí presentes.

– Es posible…

– Así que me gustaría saber cómo se explica que usted haya leído un informe policial al que esta defensa no ha conseguido acceder.

– No puedo contestar a esa pregunta -dijo Teleborian-. Yo consulté el informe de la investigación cuando hice la evaluación psiquiátrica forense de Lisbeth Salander, inmediatamente después del intento de asesinato de su padre.

– ¿Y el fiscal Ekström también ha podido ver ese informe?

Ekström se rebulló en su silla y se tiró de la perilla. Ya se había dado cuenta de que había subestimado a Annika Giannini. Sin embargo, no tenía ninguna razón para mentir.

– Sí, lo he visto.

– ¿Por qué la defensa no ha tenido acceso a ese material?

– No pensé que fuera relevante para el caso.

– ¿Sería tan amable de decirme cómo ha conseguido ver el informe? Cuando me dirigí a la policía me dijeron, simplemente, que ese informe no existe.

– Fue realizado por la policía de seguridad. Está clasificado.

– ¿Así que la Säpo ha investigado un caso de grave maltrato a una mujer y luego ha decidido clasificar el informe?

– Eso se debió al autor… a Alexander Zalachenko. Era un refugiado político.

– ¿Quién hizo el informe?

Silencio.

– No he oído nada. ¿Quién figuraba como autor del informe?

– Fue redactado por Gunnar Björck, del Departamento de extranjería de la DGP /Seg.

– Gracias. ¿Es el mismo Björck del que mi clienta afirma que colaboró con Peter Teleborian para falsificar la evaluación psiquiátrica que le efectuaron en 1991?

– Supongo que sí.

Annika Giannini se dirigió de nuevo a Peter Teleborian.

– En 1991 el tribunal decidió encerrar a Lisbeth Salander en una clínica psiquiátrica. ¿A qué fue debida esa decisión?

– El tribunal hizo una meticulosa evaluación de los actos cometidos por su clienta y de su estado psíquico; no olvidemos que había intentado matar a su padre con una bomba incendiaria. No se trata de una actividad a la que se dediquen los adolescentes normales, al margen de que lleven tatuajes o no.

Peter Teleborian sonrió educadamente.

– ¿Y en qué se basó el tribunal? Si lo he entendido bien, tenían una sola evaluación psiquiátrica en la que basarse. Había sido redactada por usted y un policía llamado Gunnar Björck.

– Señora Giannini: eso trata sobre las teorías conspirativas de la señorita Salander. Aquí tengo que…

– Perdone, pero aún no he formulado la pregunta -dijo Annika Giannini para, a continuación, dirigirse de nuevo a Holger Palmgren-: Holger, estábamos hablando de que viste al jefe del doctor Teleborian, el médico jefe Caldin.

– Sí. Yo acababa de ser nombrado tutor de Lisbeth Salander. Todavía no la conocía; tan sólo me había cruzado con ella un par de veces. Como a todos los demás, me dio la impresión de que, psíquicamente, estaba muy enferma. Pero como iba a ser su tutor, deseaba informarme sobre su estado general de salud.

– ¿Y qué te dijo el doctor Caldin?

– Pues que era la paciente del doctor Teleborian. El doctor Caldin no le había dedicado ninguna atención especial; tan sólo las habituales evaluaciones y cosas así. Hasta pasado un año no empecé a hablar de cómo rehabilitarla para volver a integrarla en la sociedad. Yo propuse una familia de acogida. No sé exactamente qué ocurrió en Sankt Stefan, pero, de repente, un día, cuando Lisbeth llevaba más de un año allí, el doctor Caldin empezó a interesarse por ella.