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– No lo he llamado para eso. No ha visto ni examinado a Lisbeth Salander y no va a sacar ninguna conclusión sobre su estado psíquico.

– Ah…

– Le he pedido que lea su informe y toda la documentación que usted ha aportado sobre Lisbeth Salander y que le eche un vistazo al historial de los años en los que estuvo ingresada en Sankt Stefan. Le he pedido que haga una evaluación, no sobre el estado de salud de mi clienta, sino sobre si, desde un punto de vista estrictamente científico, las conclusiones a las que usted ha llegado se sostienen.

Peter Teleborian se encogió de hombros.

– Con todos mis respetos… creo que tengo mejores conocimientos sobre Lisbeth Salander que ningún otro psiquiatra del país. He seguido su evolución desde que tenía doce años y, por desgracia, mis conclusiones han sido siempre confirmadas por su comportamiento.

– Muy bien -dijo Annika Giannini-. Entonces veamos esas conclusiones. Dice usted en su informe que el tratamiento se interrumpió cuando ella tenía quince años y fue destinada a una familia de acogida.

– Correcto. Fue un grave error. Si hubiésemos podido terminar el tratamiento, quizá hoy no estaríamos aquí.

– ¿Quiere usted decir que si hubiese tenido posibilidad de mantenerla inmovilizada con correas un año más, tal vez se habría vuelto más dócil?

– Ese ha sido un comentario de muy mal gusto.

– Le pido disculpas. Cita extensamente el informe que su doctorando, Jesper H. Löderman, realizó cuando Lisbeth Salander estaba a punto de cumplir dieciocho años. Escribe usted que «el abuso de alcohol y drogas, así como la promiscuidad a la que ella se ha entregado desde que salió de Sankt Stefan, no hacen sino confirmar su comportamiento autodestructivo y antisocial». ¿A qué se refiere con eso?

Peter Teleborian permaneció callado durante unos segundos.

– Bueno… déjeme que haga memoria. Desde que se le dio el alta de Sankt Stefan, Lisbeth Salander tuvo, tal y como yo predije, problemas con el alcohol y las drogas. Fue detenida por la policía en repetidas ocasiones. Además, un informe de los servicios sociales determinó que mantenía, sin ningún tipo de control, relaciones sexuales con hombres mayores, y que era muy probable que se dedicara a la prostitución.

– Analicemos eso. Dice usted que abusaba del alcohol. ¿Con qué frecuencia se emborrachaba?

– ¿Perdón?

– ¿Estaba borracha todos los días desde que salió de Sankt Stefan y hasta que cumplió los dieciocho años? ¿Se emborrachaba una vez por semana?

– Eso, como usted comprenderá, no lo sé.

– Pero ha dado por sentado que abusaba del alcohol…

– Era menor de edad y, en repetidas ocasiones, fue detenida en estado de embriaguez por la policía.

– Es la segunda vez que comenta que fue detenida en repetidas ocasiones. ¿Cuántas veces ocurrió? ¿Una vez por semana… una vez cada dos semanas…?

– No, no tantas…

– Lisbeth Salander fue detenida por embriaguez en dos ocasiones cuando contaba, respectivamente, dieciséis y diecisiete años de edad. En una de ellas se encontraba tan borracha que la llevaron al hospital. Esas son todas las «repetidas ocasiones» a las que usted se refiere. ¿Estuvo borracha algún día más?

– No lo sé, pero uno puede sospechar que su comportamiento…

– Perdone, ¿he oído bien? No sabe si en toda su adolescencia estuvo ebria en más de dos ocasiones, pero sospecha que así fue. Y, aun así, se atreve a afirmar que Lisbeth Salander se encuentra en un círculo vicioso de alcohol y drogas.

– Bueno, ésas fueron las conclusiones de los servicios sociales. No las mías. Se trataba de ver en su conjunto la situación en la que Lisbeth Salander se encontraba. Como cabía esperar, desde que se le interrumpió el tratamiento y su vida se convirtió en un círculo vicioso de alcohol, intervenciones policiales y una descontrolada promiscuidad, su pronóstico no resultaba nada alentador.

– ¿A qué se refiere con lo de «descontrolada promiscuidad»?

– Sí… Es un término que indica que no tenía control sobre su propia vida. Mantenía relaciones sexuales con hombres mayores.

– Eso no es ilegal.

– No, pero es un comportamiento anormal para una chica de dieciséis años. De modo que nos podemos preguntar si mantenía esas relaciones por su propia voluntad o si era coaccionada.

– Pero usted afirmó que era prostituta.

– Quizá fuera una consecuencia lógica de su falta de formación, de su incapacidad para asimilar las enseñanzas del colegio y, por lo tanto, de continuar con sus estudios, y de la dificultad para encontrar un trabajo. Es posible que viera a esos hombres mayores como figuras paternales y que las recompensas económicas por los servicios sexuales prestados las viera tan sólo como una bonificación extra. En cualquier caso, lo considero un comportamiento neurótico.

– ¿Quiere decir que una chica de dieciséis años que mantiene relaciones sexuales es una neurótica?

– Está tergiversando mis palabras.

– Pero ¿no sabe si ella recibió alguna vez una recompensa económica por sus servicios sexuales?

– Nunca la detuvieron por prostitución.

– Algo por lo que difícilmente podrían haberla detenido, ya que no constituye delito.

– Eh, sí; eso es verdad. Pero en su caso se trata de un compulsivo comportamiento neurótico.

– Y partiendo de ese pobre material no ha dudado ni un instante en sacar la conclusión de que Lisbeth Salander es una enferma mental. Cuando yo tenía dieciséis años cogí una cogorza de muerte bebiéndome media botella de vodka que le robé a mi padre. ¿Quiere eso decir que soy una enferma mental?

– No, claro que no.

– ¿No es cierto que usted mismo, en Uppsala, cuando tenía diecisiete años, estuvo en una fiesta en la que se emborrachó tanto que se fue con un grupo al centro y todos juntos se pusieron a romper cristales en una plaza? ¿Y no es menos cierto que lo detuvo la policía, lo metieron en el calabozo hasta que se le pasó la borrachera y luego le pusieron una multa?

Peter Teleborian pareció quedarse perplejo.

– ¿A que sí?

– Sí… Uno hace tantas tonterías cuando se tienen diecisiete años… Pero…

– Pero eso no le indujo a deducir que sufría una grave enfermedad mental, ¿verdad?

Peter Teleborian estaba irritado. Esa maldita… abogada tergiversaba constantemente sus palabras y se centraba en detalles insignificantes. Se negaba a ver el caso en su conjunto. Insertaba razonamientos por completo irrelevantes, como lo de que él se había emborrachado… ¿Cómo diablos se había enterado ella de eso? Carraspeó y alzó la voz.

– Los informes de los servicios sociales resultaron inequívocos y confirmaron en todo lo esencial que Lisbeth Salander llevaba una vida que giraba en torno al alcohol, las drogas y la promiscuidad. Los servicios sociales también dejaron claro que Lisbeth Salander era prostituta.

– No. Los servicios sociales nunca afirmaron que ella fuera prostituta.

– Fue detenida en…

– No. No fue detenida. La cachearon en una ocasión, cuando contaba diecisiete años, porque la sorprendieron en Tantolunden en compañía de un hombre considerablemente mayor. Durante el mismo año fue detenida por embriaguez. En esa ocasión también se encontraba acompañada de un hombre bastante mayor. Los servicios sociales temían que quizá se dedicara a la prostitución. Pero nunca ha salido a la luz ninguna prueba que confirme esa sospecha.

– Tenía una vida sexual muy libertina en la que mantenía relaciones con una gran cantidad de personas, tanto chicos como chicas.

– En su informe, cito de la página cuatro, usted se detiene en los hábitos sexuales de Lisbeth Salander. Sostiene que su relación con su amiga Miriam Wu confirma los temores de que padeciera una psicopatía sexual. ¿Podría ser más explícito?

De repente Peter Teleborian se calló.

– Espero sinceramente que no piense defender que la homosexualidad es una enfermedad mental… Ese tipo de afirmaciones podría ser punible.