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Hizo una pausa y recuperó el aliento. Se obligó a hablar despacio.

– A día de hoy las pruebas se apoyan, única y exclusivamente, en Peter Teleborian. Si él tuviera razón, todo sería perfecto: en tal caso, lo que más le convendría a mi clienta sería recibir esos especializados cuidados médicos de los que hablan tanto él como el fiscal.

Pausa.

– Pero si el doctor Teleborian se equivoca, el asunto toma un cariz completamente distinto. Y si, además, miente conscientemente, entonces estamos hablando de que ahora mismo mi clienta está siendo objeto de una violación de sus derechos que se ha venido cometiendo durante muchos años.

Se dirigió a Ekström.

– Lo que esta tarde haremos será demostrar que su testigo se equivoca y que a usted, como fiscal, le han engañado vendiéndole todas esas falsas conclusiones.

Peter Teleborian mostró una complacida sonrisa. Hizo un gesto con las manos y movió la cabeza invitando a Annika Giannini a continuar. Ella se dirigió al juez Iversen.

– Señor juez: voy a demostrar que la llamada evaluación psiquiátrica forense de Peter Teleborian es falsa de principio a fin. Voy a demostrar que miente conscientemente sobre Lisbeth Salander. Voy a demostrar que mi clienta ha sido objeto de una grave vulneración de sus derechos constitucionales. Y voy a demostrar que es tan inteligente y está tan cuerda como cualquier otra persona de esta sala.

– Perdone, pero… -replicó Ekström.

– Un momento -se apresuró a decir Annika, levantando un dedo-; durante dos días le he dejado hablar sin interrumpirlo. Ahora me toca a mí.

Volvió a dirigirse al juez Iversen.

– No pronunciaría una acusación tan grave ante un tribunal si no tuviera una sólida base de pruebas.

– Descuide… Continúe -dijo Iversen-, pero no quiero saber nada de grandes teorías conspirativas. Recuerde que la pueden procesar por difamación, incluso por afirmaciones hechas ante el tribunal.

– Gracias. Lo tendré en cuenta.

Se volvió hacia Teleborian, que daba la impresión de seguir disfrutando con la situación.

– En repetidas ocasiones esta defensa ha solicitado que se le permitiera consultar el historial médico de Lisbeth Salander correspondiente a la época en la que estuvo ingresada en su clínica de Sankt Stefan, durante sus primeros años de adolescencia. ¿Por qué no nos ha sido entregado?

– Porque un tribunal de primera instancia decidió clasificarlo y eso se hizo pensando en el bien de Lisbeth Salander, pero si una instancia superior anula esa decisión, por supuesto que lo entregaré.

– Gracias. Durante los dos años que Lisbeth Salander pasó en Sankt Stefan, ¿cuántas noches estuvo inmovilizada con correas en una camilla?

– Así, a bote pronto, no sabría decirlo.

– Ella afirma que fueron trescientas ochenta de las setecientas ochenta y seis que pasó en Sankt Stefan.

– No podría decir un número exacto, pero eso es una exageración desmesurada. ¿De dónde sale esa cifra?

– De su autobiografía.

– ¿Me quiere usted decir que después de tanto tiempo todavía recuerda el número de noches exactas que pasó amarrada a la camilla? Eso es absurdo.

– ¿Lo es? ¿De cuántas se acuerda usted?

– Lisbeth Salander era una paciente muy agresiva y muy inclinada a la violencia, de modo que en más de una ocasión hubo que encerrarla en una habitación libre de estímulos. Quizá sea conveniente que explique el objetivo de la habitación libre de estímulos…

– Gracias, no será necesario. En teoría es una habitación en la que un paciente no debe recibir ningún estímulo sensorial que le pueda causar inquietud. ¿Cuántos días y cuántas noches pasó Lisbeth Salander, con trece años de edad, inmovilizada en un sitio así?

– Unos… grosso modo quizá una treintena de ocasiones mientras permaneció ingresada en la clínica.

– Treinta. Eso es tan sólo una ínfima parte de las trescientas ochenta que afirma ella.

– Indudablemente.

– Menos del diez por ciento de la cifra que ella da.

– Sí.

– ¿Nos ofrecería su historial médico una información más exacta del tema?

– Es posible.

– Estupendo -dijo Annika Giannini antes de sacar un considerable montón de papeles de su maletín-. Me gustaría entonces proceder a entregarle al tribunal una copia del historial de Lisbeth Salander de Sankt Stefan. He sumado el número de veces que pasó inmovilizada en la camilla y me sale un total de trescientas ochenta y una, es decir, una cifra incluso superior a la que ha indicado mi clienta.

Los ojos de Peter Teleborian se abrieron de par en par.

– Oiga, un momento… eso es información confidencial. ¿De dónde la ha sacado?

– Me la ha dado un reportero de la revista Millennium. Así que muy confidencial no creo que sea, cuando se encuentra tirada por ahí en la mesa de cualquier redacción cogiendo polvo. Quizá deba añadir que hoy mismo la revista Millennium va a publicar algunos fragmentos de ese historial. De modo que considero que también habría que brindarle a este tribunal la oportunidad de que lo leyera.

– Eso es ilegal…

– No. Lisbeth Salander ha autorizado su publicación. El caso es que mi clienta no tiene nada que ocultar…

– Su clienta fue declarada incapacitada y no tiene derecho, por sí misma, a tomar ninguna decisión al respecto.

– Ya volveremos luego a ese punto. Analicemos primero lo que ocurrió en Sankt Stefan.

El juez Iversen frunció el ceño y cogió el historial que Annika Giannini le entregó.

– Para el fiscal no he hecho ninguna copia; hará ya cosa de un mes que él recibió estos documentos en los que se demuestra cómo se vulneró la integridad de mi clienta.

– ¿Cómo? -preguntó Iversen.

– El fiscal Ekström ya recibió, de mano de Teleborian, una copia de este historial clasificado en una reunión mantenida en su despacho a las 17.00 horas del sábado 4 de junio de este mismo año.

– ¿Es eso cierto? -preguntó Iversen.

El primer impulso de Richard Ekström fue negarlo todo. Luego se dio cuenta de que tal vez Annika Giannini dispusiera de alguna documentación que lo probara.

– Solicité consultar algunas partes del historial bajo secreto profesional -reconoció Ekström-. Tuve que asegurarme de que Salander tenía realmente el pasado que se decía.

– Gracias -dijo Annika Giannini-. Eso nos confirma que el doctor Teleborian no sólo ha mentido, sino que también, al entregar un historial que está clasificado, cómo él mismo afirma, ha cometido un delito.

– Tomamos nota de eso -dijo Iversen.

De repente, se vio al juez Iversen muy despierto. De una manera muy poco habitual, Annika Giannini acababa de realizar un duro ataque a un testigo y ya había destrozado una parte importante de su testimonio. Y afirma que puede documentar todo lo que dice. Iversen se ajustó las gafas.

– Doctor Teleborian, partiendo de este historial que usted mismo ha redactado, ¿puede decirme ahora cuantos días y cuántas noches pasó Lisbeth Salander inmovilizada con correas?

– No recordaba que hubiesen sido tantos, pero si eso es lo que dice el historial, no me queda más remedio que creérmelo.

– Trescientos ochenta y un días con sus respectivas noches. ¿No es un número excepcionalmente alto?

– Es mucho más de lo normal, sí.

– Si usted tuviera trece años y alguien lo amarrara con un correaje de cuero a una camilla con estructura de acero durante más de un año, ¿cómo se sentiría? ¿Lo viviría como una tortura?

– Debe usted entender que la paciente resultaba peligrosa no sólo para sí misma sino también para los demás…

– Vale, vamos a ver… Peligrosa para sí misma: ¿alguna vez Lisbeth Salander se ha hecho daño a sí misma?

– Temíamos que…

– Repito la pregunta: ¿alguna vez Lisbeth Salander se ha hecho daño a sí misma? ¿Sí o no?

– Un psiquiatra tiene que aprender a interpretar cada caso de forma global. Por lo que respecta a Lisbeth Salander podemos apreciar, por ejemplo, que tiene el cuerpo lleno de una gran cantidad de tatuajes y piercings, algo que también es una muestra de un comportamiento autodestructivo y una forma de infligir daño a su cuerpo. Eso podemos interpretarlo como una manifestación de odio hacia sí misma.