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Él no dijo nada.

– En otras palabras, el final de esta historia está en tus manos. ¿Te interesa?

Asintió lentamente.

– En ese caso yo convenceré a Erika Berger para que permita que te vayas. No te molestes en aparecer por el trabajo; estás despedido a efectos inmediatos.

Él asintió.

– Desaparecerás de su vida y de Estocolmo. Me importa una mierda lo que hagas o adónde vayas. Búscate un trabajo en Gotemburgo o en Malmö. Pide la baja. Haz lo que quieras. Pero deja en paz a Erika Berger.

Asintió.

– ¿Estamos de acuerdo?

De repente Peter Fredriksson se echó a llorar.

– No quería hacerle daño -dijo-. Sólo quería…

– Sólo querías convertir su vida en un infierno y lo has conseguido. ¿Tengo tu palabra?

Asintió.

Ella se agachó, lo puso boca abajo y le quitó las esposas. Se llevó la bolsa de Konsum con la vida de Erika Berger y lo dejó tirado en el suelo.

Eran las dos y media de la madrugada del lunes cuando Susanne Linder salió por el portal del edificio de Peter Fredriksson. Su primera intención fue esperar hasta el día siguiente, pero luego pensó que, si se hubiese tratado de ella, le habría gustado enterarse esa misma noche. Además, su coche seguía aparcado en Saltsjöbaden. Llamó a un taxi.

Greger Backman abrió la puerta antes de que le diera tiempo a tocar el timbre. Llevaba vaqueros y no parecía recién despertado.

– ¿Está despierta Erika? -preguntó Susanne Linder.

Asintió.

– ¿Hay novedades? -preguntó.

Susanne asintió y sonrió.

– Entra. Estamos hablando en la cocina.

Entró.

– Hola, Berger -dijo Susanne Linder-. Deberías intentar dormir de vez en cuando.

– ¿Qué ha pasado?

Le dio la bolsa de Konsum.

– A partir de ahora Peter Fredriksson promete dejarte en paz. Sabe Dios si nos podemos fiar de una promesa tal, pero si mantiene su palabra, nos causará menos quebraderos de cabeza que poner la denuncia y pasar por un juicio. Tú decides.

– ¿Es él?

Susanne Linder asintió. Greger Backman sirvió café, pero Susanne lo rechazó: llevaba unos cuantos días tomando demasiado café. Se sentó y les contó lo que había ocurrido esa misma noche ante su misma casa.

Erika Berger permaneció en silencio un largo rato. Luego se levantó, subió a la planta superior y volvió con su ejemplar del anuario del instituto. Contempló la cara de Peter Fredriksson durante mucho tiempo.

– Lo recuerdo -terminó diciendo-. Pero no tenía ni idea de que se trataba del mismo Peter Fredriksson que trabajaba en SMP. Hasta que no lo he visto aquí ni siquiera me acordaba de su nombre.

– ¿Qué pasó? -preguntó Susanne Linder.

– Nada. Absolutamente nada. El era un chico callado y sin ningún tipo de interés que estaba en otra clase del mismo curso. Creo que estuvimos juntos en alguna asignatura. Francés, si no recuerdo mal.

– Me dijo que pasaste de él.

Erika asintió.

– Es posible. Yo no lo conocía y no formaba parte de nuestra pandilla.

– ¿Le acosasteis o algo parecido?

– ¡No, por Dios! Nunca he aprobado ese tipo de cosas. En el instituto teníamos campañas en contra del acoso escolar y yo era la presidenta del consejo de alumnos. No puedo recordar que se dirigiera a mí ni una sola vez ni que intercambiara una sola palabra con él.

– Vale -dijo Susanne Linder-. Lo que está claro, en cualquier caso, es que te guardaba bastante rencor. Ha estado de baja durante dos largos períodos por estrés y porque sufrió un colapso. Quizá las causas de esas bajas fueran otras que no conocemos.

Se levantó y se puso la cazadora de cuero.

– Me llevo su disco duro. Técnicamente se trata de material robado y no deberías tenerlo aquí. No te preocupes, lo destrozaré nada más llegar a casa.

– Espera, Susanne… ¿Cómo voy a poder agradecerte esto?

– Bueno, me puedes apoyar cuando toda la furia desatada de Dragan Armanskij me caiga encima como una tormenta del cielo.

Erika la contempló seriamente.

– ¿Te la has jugado con esto?

– No sé… la verdad es que no lo sé.

– Podemos pagarte por…

– No. Pero Armanskij quizá te facture esta noche. Espero que sí, porque significará que aprueba lo que he hecho y, entonces, difícilmente podrá despedirme.

– Me aseguraré de que me pasa la factura.

Erika Berger se levantó y le dio un largo abrazo a Susanne Linder.

– Gracias, Susanne. Si alguna vez necesitas ayuda, aquí tienes a una amiga. Sea lo que sea.

– Gracias. No dejes esas fotos en cualquier lugar. Por cierto, Milton Security te puede instalar unos armarios de seguridad muy chulos.

Erika Berger sonrió.

Capítulo 22 Lunes, 6 de junio

El lunes, Erika Berger se despertó a las seis de la mañana. A pesar de no haber dormido más que un par de horas se sentía extrañamente descansada. Supuso que se trataba de algún tipo de reacción física. Por primera vez en muchos meses, se puso ropa de hacer footing y salió a correr a un ritmo furioso hasta el muelle del barco de vapor. Sin embargo, lo de furioso sólo fue verdad durante unos cuantos centenares de metros; luego su lesionado talón empezó a dolerle tanto que aminoró la marcha y continuó corriendo con más parsimonia. Disfrutaba del dolor del pie a cada paso que daba.

Se sentía renacida. Era como si el Hombre de la guadaña hubiera pasado por delante de su puerta y, en el último momento, hubiera cambiado de opinión y continuado hasta la casa del vecino. No le entraba en la cabeza la suerte que había tenido: Peter Fredriksson había tenido sus fotos durante cuatro días y no había hecho nada con ellas. El escaneado que había realizado daba a entender que tenía algo en mente pero que aún no lo había llevado a cabo.

Pasase lo que pasara, este año sorprendería a Susanne Linder con un regalo de Navidad caro. Pensaría en algo especial.

A las siete y media dejó que Greger siguiera durmiendo, se sentó en su BMW y condujo hasta la redacción del SMP, en Norrtull. Aparcó en el garaje, cogió el ascensor hasta la redacción y se instaló en su cubo de cristal. La primera medida que tomó fue llamar a un conserje.

– Peter Fredriksson ha dimitido del SMP a efectos inmediatos -dijo-. Coge sus pertenencias personales de su mesa, mételas en una caja y envíasela a su casa esta misma mañana.

Contempló el mostrador de noticias. Anders Holm acababa de llegar. Sus miradas se encontraron y él la saludó con un movimiento de cabeza.

Ella le devolvió el saludo.

Holm era un cabrón, pero tras el enfrentamiento que tuvieron unas cuantas semanas atrás había dejado de crear problemas. Si continuara mostrando esa misma actitud, quizá sobreviviera como jefe de Noticias. Quizá.

Sintió que era capaz de cambiar el rumbo del barco.

A las 8.45 divisó a Borgsjö cuando éste salió del ascensor y desapareció por la escalera interna para dirigirse a su despacho, en la planta de arriba. Tengo que hablar, con él hoy mismo.

Fue a por café y le dedicó un rato a la agenda de la mañana: se presentaba pobre en noticias. El único texto interesante lo constituía una noticia breve que comunicaba de forma aséptica que el domingo Lisbeth Salander había abandonado el hospital y que ya se le había aplicado la prisión preventiva. Dio su visto bueno y se lo envió a Anders Holm.

A las 8.59 Borgsjö la llamó.

– Berger: sube ahora mismo a mi despacho.

Luego colgó.

Magnus Borgsjö estaba lívido cuando Erika Berger abrió la puerta. Se puso de pie, se la quedó mirando y dio un buen golpe en la mesa con una pila de papeles.

– ¿Qué coño es esto? -le gritó.

A Erika Berger se le encogió el corazón. Le bastó con echarle un vistazo a la portada para saber qué era lo que Borgsjö se había encontrado esa mañana en su correo.

A Fredriksson no le había dado tiempo a hacer nada con las fotos de Erika. Pero sí a enviarle el reportaje de Henry Cortez a Borgsjö.