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Monica Figuerola despertó a Mikael Blomkvist a eso de la una del mediodía. Ella había estado sentada en el balcón terminando el libro sobre el deísmo de la Antigüedad mientras Mikael roncaba en el dormitorio; había tenido un placentero momento de paz. Cuando entró y lo miró fue consciente de que Mikael la atraía más de lo que lo había hecho ningún otro hombre en muchos años.

Era una sensación agradable pero inquietante. Mikael Blomkvist no le parecía un elemento estable en su vida.

Cuando él se despertó, bajaron a Norr Mälarstrand a tomar café. Luego ella se lo llevó a casa e hizo el amor con él hasta bien entrada la tarde. Mikael la dejó a eso de las siete de la tarde. Ella ya empezó a echarlo de menos desde el mismo instante en el que él le dio un beso en la mejilla y cerró la puerta.

A eso de las ocho de la tarde del domingo, Susanne Linder llamó a la puerta de la casa de Erika Berger. No iba a pasar la noche en el chalet, ya que Greger Backman había vuelto, así que la visita no tenía nada que ver con el trabajo. Durante las largas conversaciones que mantuvieron en la cocina, las noches que Susanne estuvo en casa de Erika, llegaron a intimar bastante. Susanne Linder había descubierto que Erika le caía bien, y veía a una mujer desesperada que se disfrazaba para ir impasible al trabajo, pero que, en realidad, no era más que un nudo de angustia andante.

Susanne Linder sospechaba que esa angustia no sólo tenía que ver con El boli venenoso. Pero ella no era psicóloga, y ni la vida ni los problemas vitales de Erika Berger eran asunto suyo. Así que cogió el coche y se acercó a casa de Berger tan sólo para saludarla y preguntarle cómo se encontraba. Ella y su marido se hallaban en la cocina, callados y bajos de ánimo. Daban la impresión de haber pasado el domingo hablando de cosas serias.

Greger Backman preparó café. Susanne Linder sólo llevaba un par de minutos en la casa cuando el móvil de Erika empezó a sonar.

A lo largo del día, Erika Berger había contestado a todas las llamadas con una creciente sensación de inminente cataclismo.

– Berger.

– Hola, Ricky.

Mikael Blomkvist. Mierda. No le he contado que la carpeta de Borgsjö ha desaparecido.

– Hola, Micke.

– Ya han trasladado a Lisbeth Salander a la prisión de Gotemburgo y mañana se la llevarán a Estocolmo.

– Vaya…

– Te ha mandado un… un mensaje.

– ¿Ah sí?

– Es muy críptico.

– ¿Qué?

– Dice que El boli venenoso es Peter Fredriksson.

Erika Berger permaneció callada durante diez segundos, mientras un cúmulo de pensamientos irrumpía en su cabeza. Imposible. Peter no es así. Salander tiene que haberse equivocado.

– ¿Algo más?

– No. Eso es todo. ¿Sabes qué ha querido decir?

– Sí.

– Ricky, ¿qué es lo que estáis tramando tú y Lisbeth? Ella te llamó para que me avisaras de lo de Teleborian y ahora…

– Gracias, Micke. Luego hablamos.

Colgó y se quedó mirando a Susanne Linder con ojos de fiera.

– Cuéntanos -dijo Susanne Linder.

Susanne Linder tuvo sentimientos encontrados; de buenas a primeras, a Erika Berger le habían comunicado que su secretario de redacción, Peter Fredriksson, era El boli venenoso. Y al contarlo, las palabras le salieron atropelladamente. Luego Susanne Linder le preguntó cómo sabía que Fredriksson era su stalker.

De repente, Erika Berger enmudeció. Susanne observó sus ojos y vio que algo había cambiado en su actitud. Erika Berger pareció desconcertada.

– No lo puedo contar…

– ¿Qué quieres decir?

– Susanne, sé que Fredriksson es El boli venenoso. Pero no me pidas que te diga cómo me ha llegado la información. ¿Qué hago?

– Si quieres que yo te ayude, tienes que contármelo.

– No… no es posible. No lo entiendes.

Erika Berger se levantó y se acercó a la ventana de la cocina, donde permaneció un instante de espaldas a Susanne Linder. Luego se dio la vuelta.

– Voy a ir a casa de ese cabrón.

– ¡Y una mierda! No vas a ir a ninguna parte, y menos a casa de alguien que te odia a muerte.

Erika Berger vaciló.

– Siéntate. Cuéntame lo que ha pasado. ¿Ha sido Mikael Blomkvist el que te ha llamado?

Erika asintió.

– Le he… le he pedido a un hacker que revise los ordenadores de todo el personal.

– Ajá. Y debido a eso, es probable que ahora seas culpable de un grave delito informático. Y no quieres contar quién es ese hacker, claro.

– He prometido no contarlo nunca… Hay otras personas en juego. Es algo en lo que está trabajando Mikael Blomkvist.

– ¿Conoce Blomkvist a El boli venenoso?

– No, sólo ha transmitido el mensaje.

Susanne Linder ladeó la cabeza y observó a Erika Berger. De pronto, en su cabeza se generó una cadena de asociaciones:

Erika Berger. Mikael Blomkvist. Millennium. Policías sospechosos que entraban en la casa de Blomkvist e instalaban aparatos de escuchas. Susanne Linder vigilando a los que vigilaban. Blomkvist trabajando como un loco en un reportaje sobre Lisbeth Salander.

Todo el personal de Milton Security sabía que Lisbeth Salander era un hacha en informática. Nadie entendía de dónde le venían esas habilidades pero, por otra parte, Susanne nunca había oído hablar de que Salander fuera una hacker. Sin embargo, en una ocasión Dragan Armanskij había dicho algo sobre el hecho de que Salander entregaba unos informes asombrosos cuando hacía investigaciones personales. Una hacker…

Pero, joder, Salander está retenida e incomunicada en Gotemburgo.

No tenía sentido.

– ¿Estamos hablando de Salander? -preguntó Susanne Linder.

Fue como si Erika Berger hubiese sido alcanzada por un rayo.

– No puedo comentar de dónde proviene la información. Ni una sola palabra.

De repente Susanne Linder soltó una risita.

Ha sido Salander. La confirmación de Berger no podía ser más clara. Está completamente desequilibrada.

Pero es imposible.

¿Qué coño está pasando aquí?

O sea, que Lisbeth Salander, durante su cautiverio, asumía la tarea de averiguar quién era El boli venenoso… Una auténtica locura.

Susanne Linder se quedó reflexionando.

No sabía absolutamente nada sobre Lisbeth Salander. Tal vez la hubiera visto en unas cinco ocasiones durante los años que ella estuvo trabajando en Milton Security y nunca intercambió ni una sola palabra con ella. Salander se le antojaba una persona difícil, una chica que adoptaba una actitud social de rechazo y que tenía una coraza tan dura que no la penetraría ni un martillo compresor. También había constatado que Dragan Armanskij la acogió bajo su ala protectora. Susanne Linder respetaba a Armanskij y suponía que a él no le faltaban buenas razones para comportarse de ese modo con la complicada chica.

El boli venenoso es Peter Fredriksson.

¿Tendría razón? ¿Había pruebas?

Luego Susanne Linder consagró dos horas a interrogar a Erika Berger sobre todo lo que sabía acerca de Peter Fredriksson, cuál era su papel en el SMP y cómo había sido su relación desde que Erika se convirtió en su jefa. Las respuestas no le aclararon nada.

Erika Berger dudó hasta la frustración. Oscilaba entre el deseo de ir a casa de Fredriksson para enfrentarse con él y la duda de si podía ser verdad. Al final, Susanne Linder la convenció de que no podía irrumpir en casa de Peter Fredriksson y acusarlo sin más: si resultaba que era inocente, Berger quedaría como una perfecta idiota.

Consecuentemente, Susanne Linder prometió encargarse del tema. Una promesa de la que se arrepintió en el mismo instante en que la hizo, pues no tenía ni la más mínima idea de cómo cumplirla.

A pesar de todo, ahora estaba aparcando su Fiat Strada de segunda mano en Fisksätra, lo más cerca del piso de Peter Fredriksson que pudo. Cerró con llave las puertas del coche y miró a su alrededor. No sabía muy bien cómo proceder, pero suponía que iba a tener que llamar a su puerta y, de una u otra manera, convencerlo para que le contestara algunas preguntas. Era perfectamente consciente de que se trataba de una actividad que quedaba al margen de su trabajo en Milton Security y de que Dragan Armanskij se pondría furioso si se enterara de lo que estaba haciendo.