– Berger.
– Salander. No hay tiempo para explicaciones. ¿Tienes el número del teléfono secreto de Mikael? El que no está pinchado.
– Sí.
– Llámalo. ¡Pero ya! Teleborian se va a encontrar con Jonas en el anillo de la estación central a las 15.00.
– ¿Qué…?
– Date prisa. Teleborian. Jonas. El anillo de la estación central. 15.00 horas. Tiene un cuarto de hora.
Lisbeth apagó el móvil para que Erika no se viera tentada a derrochar los segundos haciendo preguntas innecesarias. Le echó un vistazo al reloj, que acababa de cambiar a las 14.46.
Erika Berger frenó y aparcó en el arcén de la carretera. Buscó la agenda del bolso y empezó a pasar páginas hasta que encontró el número que Mikael le había dado la noche que cenaron en Samirs gryta.
Mikael Blomkvist oyó el sonido del teléfono. Se levantó de la mesa de la cocina, fue hasta el despacho de Salander y cogió el móvil, que estaba sobre la mesa.
– ¿Sí?
– Erika.
– Hola.
– Teleborian se va a encontrar con Jonas en el anillo de la estación central a las 15.00. Te quedan unos minutos.
– ¿Qué? ¿Qué?
– Teleborian…
– Ya te he oído. ¿Cómo lo sabes?
– Déjate de preguntas y date prisa.
Mikael miró el reloj: 14.47.
– Gracias. Hasta luego.
Cogió el maletín del ordenador y bajó por las escaleras en vez de esperar el ascensor. Mientras corría marcó el número del T10 azul de Henry Cortez.
– Cortez.
– ¿Dónde estás?
– Comprando unos libros en Akademibokhandeln.
– Teleborian se va a encontrar con Jonas en el anillo de la estación central a las 15.00. Yo voy de camino pero tú estás más cerca.
– ¡Hostias! Salgo pitando.
Mikael bajó corriendo por Götgatan y se dirigió a toda pastilla hacia Slussen. Llegó jadeando a la plaza y miró su reloj de reojo. Monica Figuerola tenía razón cuando le dio la lata para que empezara a hacer ejercicio. 14.56. No le iba a dar tiempo. Buscó un taxi.
Lisbeth Salander le devolvió el móvil a Anders Jonasson.
– Gracias -dijo.
– ¿Teleborian? -preguntó Anders Jonasson-. No he podido evitar haber oído el nombre.
Lisbeth asintió con la cabeza y lo miró.
– Teleborian es un pájaro de mucho mucho cuidado. No te imaginas cuánto.
– No. Pero sospecho que ahora mismo está pasando algo grave: es la primera vez en todo este tiempo que te veo tan excitada. Espero que sepas lo que estás haciendo.
Lisbeth le dedicó una torcida sonrisa.
– Pronto lo sabrás -dijo ella.
Henry Cortez salió corriendo de Akademibokhandeln como un loco. Cruzó Sveavägen por el viaducto de Mäster Samuelsgatan y siguió bajando hasta Klara Norra, donde giró para entrar en Klarabergsviadukten y atravesar Vasagatan. Cruzó Klarabergsgatan entre un autobús y dos coches que le pitaron frenéticamente y entró por la puerta de la estación en el preciso instante en que el reloj marcaba las 15.00.
Cogió las escaleras mecánicas bajando los escalones de tres en tres hasta llegar a la planta baja y pasó corriendo por delante de la tienda de Pocketshop antes de aminorar el paso para no llamar la atención. Miró fija e intensamente a la gente que se hallaba alrededor del anillo.
No vio a Teleborian ni al hombre que Christer Malm había fotografiado delante del Copacabana y que pensaban que era Jonas. Miró el reloj: 15.01. Jadeaba como si hubiese corrido el maratón de Estocolmo.
Se la jugó: atravesó el vestíbulo a toda prisa y salió a Vasagatan. Se detuvo y barrió los alrededores con la mirada, estudiando hasta donde sus ojos alcanzaban -y una a una- a todas las personas. Ningún Peter Teleborian. Ningún Jonas.
Dio media vuelta y se metió dentro. 15.03. No había nadie cerca del anillo.
Luego alzó la vista y, por un segundo, divisó el perfil de Peter Teleborian, con su característica cabellera revuelta y su perilla, justo cuando éste salía de Pressbyrån, en el otro extremo del vestíbulo. Acto seguido, el hombre de las fotos de Christer Malm se materializó a su lado. Cruzaron el recinto y salieron a Vasagatan por la puerta norte.
Henry Cortez suspiró. Se secó el sudor de la frente con la palma de la mano y empezó a seguir a los dos hombres.
Mikael Blomkvist llegó en taxi a la estación central de Estocolmo a las 15.07. Entró apresuradamente en el vestíbulo principal, pero no pudo ver ni a Teleborian ni a Jonas. Ni tampoco a Henry Cortez, por otra parte.
Cogió su T10 para llamar a Henry Cortez en el mismo instante en que le empezó a sonar.
– Ya los tengo. Están en el pub Tre Remmare de Vasagatan, junto a la boca de metro de la línea que va hasta Akalla.
– Gracias, Henry. ¿Y tú dónde estás?
– En la barra. Tomándome una caña. Bien merecida.
– Vale. A mí me conocen, así que me quedaré fuera. Supongo que no tienes ninguna posibilidad de escuchar lo que dicen.
– Ni una. Veo la espalda de ese tal Jonas y el maldito Teleborian no hace más que murmurar; ni siquiera puedo ver los movimientos de sus labios.
– De acuerdo.
– Pero puede que tengamos un problema.
– ¿Cuál?
– Ese tal Jonas ha dejado su cartera y su móvil encima de la mesa. Y ha puesto un par de llaves de coche sobre la cartera.
– Vale. Ya me encargo yo de eso.
El móvil de Monica Figuerola sonó con el politono del tema de la película Hasta que llegó su hora. Dejó el libro sobre el deísmo de la Antigüedad, que parecía no terminarse nunca.
– Hola. Soy Mikael. ¿Qué haces?
– Estoy en casa ordenando los cromos de mis antiguos amantes. Esta mañana me han abandonado miserablemente.
– Lo siento. ¿Tienes cerca tu coche?
– La última vez que lo vi estaba aparcado aquí enfrente.
– Bien. ¿Te apetece dar una vuelta por la ciudad?
– No mucho. ¿Qué pasa?
– Peter Teleborian está en Vasagatan tomándose una cerveza con Jonas. Y como yo colaboro con la Stasi… perdón, con la Säpo, he pensado que a lo mejor te apetecería venir.
Monica Figuerola ya se había levantado del sofá para coger las llaves del coche.
– ¿No me estarás tomando el pelo…?
– Ni mucho menos. Y Jonas ha puesto las llaves de un coche encima de la mesa donde se ha sentado.
– Voy para allá.
Malin Eriksson no cogía el teléfono, pero Mikael Blomkvist tuvo suerte y pudo hablar con Lottie Karim, que se encontraba en Åhléns comprando un regalo de cumpleaños para su marido. Mikael le mandó que hiciera horas extra y que se apresurara en ir al pub para servir de refuerzo a Henry Cortez. Luego volvió a llamar a Cortez.
– El plan es el siguiente: dentro de cinco minutos tendremos un coche aquí. Aparcaremos en Järnvägsgatan, delante del pub.
– Vale.
– Lottie Karim llegará dentro de un par de minutos. -Bien.
– Cuando dejen ó.pub, tú seguirás a Jonas. Lo harás a pie y, por el móvil, me irás diciendo por dónde vais. En cuanto lo veas acercarse a un coche, comunícamelo. Lottie seguirá a Teleborian. Si no llegamos a tiempo, coge la matrícula.
– De acuerdo.
Monica Figuerola aparcó en Nordic Light Hotel, frente a Arlanda Express. Mikael Blomkvist abrió la puerta del copiloto un minuto después de que ella hubiese aparcado.
– ¿En qué pub están?
Mikael se lo dijo.
– Debo pedir refuerzos.
– No te preocupes. Los tenemos vigilados. Más gente podría estropearlo todo.
Monica Figuerola lo miró desconfiada.
– ¿Y cómo te enteraste de que esta reunión iba a tener lugar?
– Sorry. Protección de fuentes.
– ¡ Joder! ¿Es que en Millenium tenéis vuestro propio servicio de inteligencia? -exclamó ella.
Mikael parecía contento. Siempre resultaba divertido ganar a la Säpo en su propio terreno.
En realidad, no tenía ni la más mínima idea de a qué se debía esa llamada de Erika Berger -tan inesperada como un relámpago en medio de un cielo claro- para avisarle de que Teleborian y Jonas se iban a ver. Desde el diez de abril, ella ya no estaba al corriente del trabajo que se realizaba en la redacción de Millennium. Por supuesto, sabía quién era Teleborian, pero Jonas no entró en escena hasta el mes de mayo y, según tenía entendido Mikael, Erika ignoraba por completo su existencia, así como que era objeto de las sospechas no sólo de Millennium sino también de la Säpo.