Изменить стиль страницы

Lisbeth Salander iba golpeteando la pantalla de su Palm Tungsten T3. Con la ayuda de la cuenta de Erika Berger, había dedicado una hora a entrar en la red informática del SMP y analizarla. No se había metido en la cuenta de Peter Fleming, pues no resultaba necesario hacerse con los derechos de administración. Lo que le interesaba era acceder a la administración del SMP con los expedientes personales. Y allí Erika Berger ya tenía derechos.

Deseó ardientemente que Mikael Blomkvist hubiese tenido la bondad de pasarle a escondidas su PowerBook con un teclado de verdad y una pantalla de 17 pulgadas en vez del ordenador de mano. Se descargó una lista de todos los trabajadores del SMP y comenzó a repasarla. Se trataba de doscientas veintitrés personas, ochenta y dos de las cuales eran mujeres.

Empezó tachando a todas las mujeres. No es que las excluyera de la locura, pero las estadísticas confirmaban que la gran mayoría de las personas que acosaban a las mujeres eran hombres. Así que quedaban ciento cuarenta y una.

Las estadísticas también hablaban a favor de que una buena parte de los bolis venenosos solían ser o adolescentes o individuos de mediana edad. Como el SMP no contaba con adolescentes entre sus empleados, dibujó una curva de edades y eliminó a todas las personas que se encontraran por encima de los cincuenta y cinco y por debajo de los veinticinco. Quedaban ciento tres personas.

Meditó un rato. No tenía mucho tiempo. Quizá menos de veinticuatro horas. Tomó una rápida decisión. Eliminó de un plumazo a todos los que trabajaban en distribución, publicidad, fotografía, conserjería y departamento técnico. Se centró en el grupo de periodistas y en el personal de redacción y le salió una lista de cuarenta y ocho personas compuesta por hombres con edades comprendidas entre los veintiséis y los cincuenta y cuatro años.

Luego oyó el sonido del llavero. Apagó de inmediato el ordenador y lo guardó bajo el edredón, entre sus muslos. Su última comida de sábado en el Sahlgrenska acababa de llegar. Resignada, se quedó mirando la col en salsa. Después de la comida sabía que no iba a poder trabajar tranquila durante un rato. Guardó el ordenador en el hueco de detrás de la mesilla y esperó a que dos mujeres de Eritrea pasaran la aspiradora y le hicieran la cama.

Una de ellas se llamaba Sara y le había estado pasando furtiva y regularmente unos cuantos Marlboro Light durante el último mes. También le había dado un mechero que Lisbeth escondía detrás de la mesilla. Agradecida, Lisbeth cogió los dos cigarrillos que se iba a fumar esa noche junto a la ventana de ventilación.

Todo recobró la tranquilidad a partir de las dos. Sacó el ordenador de mano y se conectó. Había pensado volver directamente a la administración del SMP, pero se dio cuenta de que también tenía problemas personales que resolver. Realizó su repaso diario comenzando por el foro de Yahoo [La_Mesa_Chalada]. Constató que Mikael Blomkvist llevaba tres días sin introducir nada nuevo y se preguntó qué estaría haciendo. Seguro que el muy cabrón anda por ahí con alguna tonta tetona.

Acto seguido, entró en el foro de Yahoo [Los_Caballeros] y quiso ver si Plague había contribuido con algo. No lo había hecho.

Luego consultó el disco duro del fiscal Richard Ekström (una correspondencia de menor interés sobre el juicio) así como los del doctor Peter Teleborian.

Cada vez que entraba en el disco duro de Teleborian tenía la sensación de que su temperatura corporal bajaba unos cuantos grados.

Halló el informe psiquiátrico forense que ya había redactado Teleborian sobre ella, pero que, como era lógico, no se iba a realizar oficialmente hasta que éste hubiese tenido la posibilidad de examinarla. Había hecho varias mejoras en su prosa, pero en general no había nada nuevo. Descargó el informe y lo envió a [La_Mesa_Chalada]. Consultó el correo electrónico recibido por Teleborian en las últimas veinticuatro horas abriendo uno a uno cada mail. Estuvo a punto de pasar por alto la importancia de uno de los más breves:

Sábado, 15.00 en el anillo de la estación central. Jonas.

Fuck. Jonas. Una persona que ha aparecido en un montón de correos dirigidos a Teleborian. Usa una cuenta de Hotmail. Sin identificar.

Lisbeth Salander dirigió la mirada al reloj digital de la mesilla: 14.28. Hizo inmediatamente clin en el ICQ de Mikael Blomkvist. No obtuvo respuesta.

Mikael Blomkvist imprimió las doscientas veinte páginas del manuscrito que ya había terminado. Luego apagó el ordenador y se sentó a la mesa de la cocina de Lisbeth Salander con un bolígrafo para corregir las pruebas.

Estaba contento con la historia. Pero el hueco más grande seguía vacío. ¿Cómo iba a poder encontrar al resto de la Sección? Malin Eriksson tenía razón. Resultaba imposible. El tiempo apremiaba.

Lisbeth Salander blasfemó, frustrada, intentando contactar con Plague en el ICQ. No contestaba. Miró de reojo el reloj: 14.30.

Se sentó en el borde de la cama e intentó acordarse de las cuentas ICQ. Primero probó con la de Henry Cortez y luego con la de Malin Eriksson. Nadie contestaba. Sábado. Todo el mundo tiene el día libre. Miró de nuevo el reloj: 14.32.

Después trató de localizar a Erika Berger. Nada de nada. Le he dicho que se fuera a casa. Mierda. 14.33.

Podría enviar un SMS al móvil de Mikael Blomkvist… pero estaba pinchado. Se mordió el labio inferior.

Al final, desesperada, se volvió hacia la mesilla y llamó a la enfermera. Eran las 14.35 cuando oyó la llave introducirse en la puerta y una enfermera llamada Agneta que rondaba los cincuenta años asomó la cabeza.

– Hola. ¿Te pasa algo?

– ¿Está el doctor Anders Jonasson en la planta?

– ¿No te encuentras bien?

– Estoy bien. Pero necesito intercambiar unas palabras con él. Si es posible.

– Lo vi hace un momento. ¿De qué se trata?

– Tengo que hablar con él.

Agneta frunció el ceño. La paciente Lisbeth Salander rara vez llamaba a las enfermeras si no se trataba de un intenso dolor de cabeza o de algún otro problema urgente. Nunca había dado problemas y jamás había solicitado hablar con un determinado médico. Sin embargo, Agneta había advertido que Anders Jonasson había dedicado un considerable tiempo a la paciente detenida, quien, por lo general, solía aislarse por completo del mundo. Era posible que hubiera conseguido establecer algún tipo de contacto.

– De acuerdo. Voy a ver si tiene un minuto -dijo la enfermera amablemente para a continuación cerrar la puerta. Y echar el cerrojo.

Eran las 14.36… Las 14.37 ya.

Lisbeth se levantó de la cama y se acercó a la ventana. De vez en cuando consultaba el reloj: 14.39… 14.40.

A las 14.44 oyó pasos en el pasillo y el sonido del llavero del vigilante de Securitas. Anders Jonasson le echó una inquisitiva mirada y al ver los desesperados ojos de Lisbeth Salander se detuvo.

– ¿Ha pasado algo?

– Está pasando ahora mismo. ¿Tienes un móvil?

– ¿Qué?

– Un móvil. Tengo que hacer una llamada.

Dubitativo, Anders Jonasson miró de reojo hacia la puerta.

– Anders… ¡Necesito un móvil! ¡Ahora!

Oyó la desesperación de su voz y, metiéndose la mano en el bolsillo, le entregó su Motorola. Lisbeth se lo arrancó prácticamente de las manos. No podía llamar a Mikael Blomkvist ya que su teléfono estaba pinchado por el enemigo. El problema era que no le había dado el número de su secreto Ericsson T10 azul. Nunca se lo planteó ya que nunca se habría imaginado que ella pudiera llamarlo desde su aislamiento. Dudó una décima de segundo y marcó el número de móvil de Erika Berger. Oyó tres tonos antes de que ella respondiera.

Erika Berger se hallaba en su BMW, a un kilómetro de su casa de Saltsjöbaden, cuando recibió una llamada que no esperaba. Aunque también era cierto que Lisbeth Salander ya la había sorprendido por la mañana.