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Tendría que sentarse a hablar seriamente con Erika Berger dentro de muy poco.

Lisbeth Salander miró la pantalla de su ordenador y arrugó el morro. Después de la llamada realizada con el móvil del doctor Anders Jonasson apartó de su mente cualquier pensamiento relacionado con la Sección y se centró en el problema de Erika Berger. Tras una detenida deliberación, eliminó de la lista del grupo de hombres de entre veintiséis y cincuenta y cuatro años a todos los casados. Sabía que no estaba hilando muy fino y que no se basaba en una argumentación racional, ni estadística ni científicamente hablando, para tomar esa decisión. El boli venenoso podría ser perfectamente un esposo modélico con cinco hijos y un perro. Podría ser una persona que trabajara en la conserjería. Podría ser, incluso, una mujer, aunque no lo creía.

Simplemente necesitaba reducir el número de nombres de la lista y, con esta última decisión, el grupo pasó de cuarenta y ocho a dieciocho individuos. Constató que una gran parte de ellos eran reporteros importantes, jefes o jefes adjuntos; todos ellos, mayores de treinta y cinco años. Si en ese grupo no encontraba nada interesante, podría ampliar de nuevo el cerco.

A las cuatro de la tarde entró en la página web de Hacker Republic y le pasó la lista a Plague. Él le hizo clin unos cuantos minutos más tarde.

– 18 nombres. ¿Qué?

– Un pequeño proyecto paralelo. Considéralo un ejercicio.

– ¿Eh?

– Uno de los nombres pertenece a un hijo de puta. Encuéntralo.

– ¿Cuáles son los criterios?

– Hay que trabajar rápido. Mañana me desenchufan. Para entonces tenemos que haberlo encontrado.

Le contó la historia de El boli venenoso que iba a por Erika Berger.

– Vale. ¿Y yo saco algo de todo esto?

Lisbeth Salander reflexionó un rato.

– Sí. Que no voy a ir hasta Sundbyberg para provocar un incendio en tu casa.

– ¿Serías capaz?

– Te pago siempre que te pido que hagas algo para mí. Esto no es para mí. Considéralo impuestos.

– Empiezas a dar muestras de competencia social.

– Bueno, ¿qué?

– Vale.

Le pasó los códigos de acceso de la redacción del SMP y se desconectó del ICQ.

Ya eran las 16.20 cuando Henry Cortez llamó.

– Parece que se van a levantar.

– De acuerdo. Estamos preparados.

Silencio.

– Se están separando en la puerta del pub. Jonas se dirige hacia el norte. Lottie sigue a Teleborian hacia el sur.

Mikael levantó un dedo y señaló a Jonas cuando éste asomó por Vasagatan. Monica Figuerola asintió. Unos segundos después, Mikael también pudo ver a Henry Cortez. Monica Figuerola arrancó el motor.

– Está cruzando Vasagatan y continúa hacia Kungsgatan -dijo Henry Cortez por el móvil.

– Manten la distancia para que no te descubra.

– Hay bastante gente.

Silencio.

– Va hacia el norte por Kungsgatan.

– Al norte por Kungsgatan -repitió Mikael.

Monica Figuerola metió una marcha y enfiló Vasagatan. Se detuvieron un momento en un semáforo en rojo.

– ¿Y ahora dónde estáis? -preguntó Mikael cuando giraron entrando en Kungsgatan.

– A la altura de PUB. Va a paso rápido. Oye, ha cogido dirección norte por Drottninggatan.

– Dirección norte por Drottninggatan -repitió Mikael.

– De acuerdo -dijo Monica Figuerola, e hizo un giro ilegal para meterse por Klara Norra y acercarse hasta Olof Palmes gata. Se metió por esa calle y se detuvo delante del edificio de SIF. Jonas cruzó Olof Palmes gata y subió hacia Sveavägen. Henry Cortez lo estaba siguiendo al otro lado de la calle.

– Ha girado hacia el este…

– No te preocupes. Os vemos a los dos.

– Tuerce a Holländargatan… Atención… Coche. Un Audi rojo.

– Coche -dijo Mikael, y apuntó el número que Cortez les comunicó.

– ¿Cómo está aparcado? -preguntó Monica Figuerola.

– Mirando al sur -informó Cortez-. Va a salir a Olof Palmes gata, justo delante de vosotros… Ahora.

Monica Figuerola ya había arrancado y pasado Drottninggatan. Pitó y les hizo señas a un par de peatones que intentaban cruzar por el paso de cebra con el semáforo en rojo.

– Gracias, Henry. Tomamos el relevo.

El Audi rojo se fue hacia el sur por Sveavägen. Mientras lo seguía, Monica Figuerola abrió su móvil con la mano izquierda y marcó un número.

– Por favor, ¿me podéis buscar una matrícula? Un Audi rojo -dijo, y repitió la matrícula que Henry Cortez les había comunicado.

– Jonas Sandberg, nacido en el 71. ¿Qué has dicho?… Helsingörsgatan, Kista. Gracias.

Mikael apuntó los datos que le dieron a Monica Figuerola.

Siguieron al Audi rojo por Hamngatan hasta llegar a Strandvägen y luego subieron inmediatamente por Artillerigatan. Jonas Sandberg aparcó a una manzana del Museo del Ejército. Cruzó la calle y entró en el portal de un elegante edificio de finales del siglo XIX.

– Mmm -dijo Monica Figuerola, mirando de reojo a Mikael.

Mikael asintió con la cabeza. Jonas Sandberg había ido hasta una dirección que se encontraba a una manzana del edificio en el que le dejaron un piso al primer ministro para que celebrara cierta reunión privada.

– Buen trabajo -dijo Monica Figuerola.

En ese mismo instante llamó Lottie Karim y le contó que el doctor Peter Teleborian había subido hasta Klarabergsgatan por las escaleras mecánicas de la estación y que luego siguió andando hasta la jefatura de policía de Kungsholmen.

– ¿La jefatura de policía? ¿Un sábado a las cinco de la tarde? -se preguntó Mikael.

Monica Figuerola y Mikael Blomkvist se miraron sin saber qué pensar. Durante unos pocos segundos, Monica pareció sumergirse en una profunda reflexión. Acto seguido, cogió su móvil y llamó al inspector Jan Bublanski.

– Hola. Monica, de la DGP /Seg. Nos vimos en Norr Mälarstrand hace algún tiempo.

– ¿Qué quieres? -preguntó Bublanski.

– ¿Tienes a alguien de guardia este fin de semana?

– Sonja Modig -dijo Bublanski.

– Necesito un favor. ¿Sabes si se encuentra en el edificio de jefatura?

– Lo dudo. Hace un tiempo espléndido y es sábado por la tarde.

– De acuerdo. ¿Podrías intentar contactar con ella o con alguna otra persona del equipo que pudiera buscarse una excusa para acercarse hasta el pasillo del fiscal Richard Ekström? Porque creo que ahora mismo se está celebrando una reunión en su despacho.

– ¿Una reunión?

– Ahora no tengo tiempo de explicártelo. Necesito saber si está reunido con alguien. Y en tal caso, ¿quién?

– ¿Quieres que espíe a un fiscal que, además, es mi superior?

Monica Figuerola arqueó las cejas. Luego se encogió de hombros.

– Sí -contestó.

– De acuerdo -dijo Bublanski antes de colgar.

La verdad era que Sonja Modig se encontraba más cerca de jefatura de lo que Bublanski temía. Estaba tomando un café con su marido en el balcón de la casa de una amiga que vivía en el barrio de Vasastan. Los padres de Sonja se habían llevado a los niños para pasar una semana con ellos, así que, al verse libre, el matrimonio decidió hacer algo tan anticuado como salir a cenar por ahí e ir al cine.

Bublanski le explicó lo que quería.

– ¿Y qué excusa me invento para entrar así como así en el despacho de Ekström?

– Ayer le prometí que le enviaría un informe puesto al día sobre Niedermann, pero la verdad es que se me olvidó entregárselo antes de irme. Está en mi mesa.

– De acuerdo -dijo Sonja Modig.

Miró a su marido y a su amiga.

– Tengo que ir a la jefatura. Me llevo el coche; con un poco de suerte estaré de vuelta dentro de una hora.

Su marido suspiró. La amiga suspiró.

– Lo cierto es que estoy de guardia -se disculpó Sonja Modig.

Aparcó en Bergsgatan, subió hasta el despacho de Bublanski y buscó los tres folios que constituían el magro resultado de las pesquisas realizadas para dar con el asesino de policías Ronald Niedermann. «No es como para colgarse una medalla», pensó.