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– Tal vez no seas consciente de ello, aunque creo que sí, pero tu cuerpo pide sexo a gritos. ¿Qué hombre sería capaz de resistirse?

– Gracias. Pero no creo que sea tan sexy. Y tampoco tengo tantas relaciones sexuales.

– Mmm.

– Es verdad. No suelo acabar en la cama con demasiados hombres. Esta primavera he estado más o menos saliendo con uno. Pero se terminó.

– ¿Por qué?

– Era bastante mono, pero nos pasábamos el día echándonos pulsos y resultaba muy cansado. Yo era más fuerte y él no lo pudo soportar.

– Ya.

– ¿Eres tú uno de esos tíos que va a querer echar un pulso conmigo?

– ¿Te refieres a si me supone un problema que tú estés en mejor forma y seas más fuerte que yo? No.

– Si te soy sincera, me he dado cuenta de que bastantes hombres se interesan por mí, pero luego empiezan a desafiarme e intentan buscar diferentes maneras de dominarme. Sobre todo cuando descubren que soy poli.

– Yo no pienso competir contigo. Yo hago lo mío mejor que tú. Y tú haces lo tuyo mejor que yo.

– Bien. Con esa actitud puedo vivir.

– ¿Por qué has querido liarte conmigo?

– Suelo ceder a mis impulsos. Y tú has sido uno de ellos.

– Vale. Pero eres poli, de la Säpo para más inri, y encima estás metida en una investigación en la que yo soy uno de los implicados…

– ¿Quieres decir que ha sido muy poco profesional por mi parte? Tienes razón. No debería haberlo hecho. Y me causaría grandes problemas si se llegara a saber. Edklinth montaría en cólera.

– No me voy a chivar.

– Gracias.

Permanecieron un instante en silencio.

– No sé adonde nos llevará esto. Tengo entendido que eres un hombre que liga bastante. ¿Es una descripción acertada?

– Sí. Me temo que sí. Pero no estoy buscando una novia formal.

– Vale. Estoy advertida. Creo que yo tampoco estoy buscando un novio formal. ¿Podemos mantener esto en plan amistoso?

– Mejor. Monica: no le diré a nadie que nos hemos enrollado. Pero si las cosas se tuercen, podría acabar metido en un conflicto de la hostia con tus colegas.

– La verdad es que no lo creo. Edklinth es honrado. Y realmente queremos acabar con ese club de Zalachenko. Si tus teorías se confirman, todo eso es una absoluta locura.

– Ya veremos.

– También te has enrollado con Lisbeth Salander.

Mikael levantó la mirada y miró a Monica Figuerola.

– Oye… Yo no soy un diario abierto que todo el mundo pueda leer. Mi relación con Lisbeth no es asunto de nadie.

– Es la hija de Zalachenko.

– Sí. Y tendrá que vivir con eso. Pero no es Zalachenko. Hay una gran diferencia. ¿No te parece?

– No quería decir eso. Sólo me preguntaba hasta dónde llega tu compromiso en toda esta historia.

– Lisbeth es mi amiga. Con eso basta.

Susanne Linder, de Milton Security, llevaba vaqueros, cazadora de cuero negra y zapatillas de deporte. Llegó a Saltsjöbaden alrededor de las nueve de la noche, recibió las instrucciones de David Rosin y dio una vuelta por la casa con él. Iba armada con un portátil, una porra telescópica, gas lacrimógeno, esposas y cepillo de dientes en una bolsa militar verde que deshizo en el cuarto de invitados de Erika Berger. Luego, Erika la invitó a café.

– Gracias. Pensarás que te ha caído una invitada a la que debes entretener de mil maneras. En realidad no es así; soy un mal necesario que de pronto se ha metido en tu vida aunque sólo sea para un par de días. Fui policía durante seis años y ahora llevo cuatro trabajando para Milton Security. Soy guardaespaldas profesional.

– Muy bien.

– Hay una amenaza contra ti y yo estoy aquí para servirte de centinela, para que tú puedas dormir tranquilamente o trabajar o leer un libro o hacer lo que te apetezca. Si necesitas hablar con alguien, te escucharé con mucho gusto. Si no, he traído un libro para entretenerme.

– De acuerdo.

– Lo que quiero decir es que sigas con tu vida normal y que no sientas que me tienes que entretener. Entonces yo me convertiría en un ingrediente molesto de tu vida cotidiana. Así que lo mejor será que me veas como una compañera de trabajo temporal.

– Debo admitir que esta situación es nueva para mí. He sufrido amenazas con anterioridad, cuando era redactora jefe de Millennium, pero pertenecían al ámbito profesional. En este caso se trata de un tipo jodidamente desagradable…

– Que se ha obsesionado contigo.

– Algo así.

– Contratar un guardaespaldas de verdad para que te proteja te supondría mucho dinero y, además, es un tema que deberías tratar con Dragan Armanskij. Para que te mereciera la pena, las amenazas tendrían que ser muy claras y muy concretas. Esto es sólo un trabajillo extra para mí. Cobro quinientas coronas por cada noche que pase aquí en lo que queda de semana. Es barato y muy por debajo de lo que te facturaríamos si yo realizara este trabajo por encargo de Milton. ¿Te parece bien?

– Me parece muy bien.

– Si ocurriera algo, quiero que te encierres en el dormitorio y que dejes que yo me ocupe de todo. Tu trabajo consiste en pulsar el botón de alarma antiagresión.

– De acuerdo.

– Lo digo en serio. No te quiero ver por ahí en medio si hay algún jaleo.

Erika Berger se fue a la cama a eso de las once de la noche. Al cerrar la puerta del dormitorio oyó el clic de la cerradura. Se desnudó, pensativa, y se metió bajo las sábanas.

A pesar de haberla instado a no entretener a su invitada, lo cierto es que se pasó dos horas sentada a la mesa de la cocina con Susanne Linder. Descubrió que se llevaban estupendamente y que su compañía le resultaba agradable. Hablaron de las razones psicológicas que inducen a ciertos hombres a perseguir a las mujeres. Susanne Linder explicó que todo ese rollo psiquiátrico le traía al fresco. Le dijo que lo importante era pararles los pies a esos descerebrados y que se encontraba muy a gusto trabajando para Milton Security, ya que gran parte de su labor consistía en ofrecer resistencia a esos pirados.

– ¿Por qué dejaste la policía? -preguntó Erika Berger.

– Mejor pregúntame por qué me hice policía.

– Vale. ¿Por qué te hiciste policía?

– Porque cuando tenía diecisiete años, tres guarros asaltaron y luego violaron a una íntima amiga mía en un coche. Me hice policía porque tenía la imagen romántica de que la policía estaba para impedir ese tipo de delitos.

– ¿Y…?

– No pude impedir una mierda; siempre llegaba después de que se hubiese cometido el delito. Encima, no soportaba la jerga estúpida y chula del furgón. Y aprendí enseguida que ciertos delitos ni siquiera se investigan. Tú eres un buen ejemplo de ello. ¿Has intentado llamar a la policía y contarle lo que te ha ocurrido?

– Sí.

– ¿Y vinieron pitando?

– No exactamente. Me dijeron que pusiera una denuncia en la comisaría más cercana al día siguiente.

– Bueno, pues ya lo sabes. Y ahora trabajo para Armanskij y entro en escena antes de que se cometa el delito.

– ¿Mujeres amenazadas?

– Me ocupo de todo tipo de cosas: análisis de seguridad, guardaespaldas, vigilancia y encargos similares. Pero a menudo se trata de personas que se encuentran amenazadas y estoy mucho más a gusto en Milton que en la policía.

– Ya.

– Hay un inconveniente, claro.

– ¿Cuál?

– Que sólo ofrecemos nuestros servicios a gente que pueda pagarlos.

Ya en la cama, Erika Berger reflexionó sobre lo que Susanne Linder le acababa de decir. No todo el mundo se podía costear una vida segura. Ella, por su parte, había aceptado sin pestañear las propuestas hechas por David Rosin: cambiar las puertas, pequeñas reformas, sistemas de alarma dobles, etcétera, etcétera. La suma total ascendería a cerca de cincuenta mil coronas. Ella se lo podía permitir.

Reflexionó un momento sobre la sensación que tuvo de que la persona que la estaba amenazando pertenecía al ámbito del SMP. El tipo en cuestión sabía que se había hecho un corte en el pie. Pensó en Anders Holm. No le caía bien, algo que, evidentemente, contribuía a aumentar su desconfianza hacia él, pero, por otra parte, la noticia de su herida había corrido como la pólvora desde el mismo segundo en que la vieron entrar con muletas en la redacción.