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– ¿Así que no lo viste llegar?

– No, tío. Aquel tipo se movía como una aparición. Igual que un jodido fantasma, del poco ruido que hacía. No sé cuánto tiempo llevaba allí. Pudo ser un par de minutos o una hora. Por lo menos tanto como yo.

– Cuéntame qué viste.

– El tipo cruzó el patio y fue directo a la casa de la vieja. Era un tío de lo más hábil, se lo juro. No hizo nada de ruido. No era como esos que van a trompicones y manotazos, ya sabe. Aquel tipo no era la primera vez que hacía aquello, estoy seguro. Joder, abrió la puerta corredera tan deprisa que parecía que no estaba cerrada con llave. Sólo hizo un ruidito cuando rompió la cerradura, y luego entró.

– ¿Qué hiciste tú?

– Bueno, lo primero que pensé fue largarme de allí, ¿sabe? Buscar otro sitio, porque imaginé que aquel tipo iba a dejar limpio el apartamento. Era un profesional, se le notaba, y no iba a dejarme nada a mí. Pero sentí curiosidad, ¿sabe? Me apetecía ver qué pasaba.

– Claro. Es lógico.

– Quiero decir que casi me dio por pensar que a lo mejor aprendía algo. -Jefferson rio brevemente-. Tío, vaya si aprendí.

– ¿Y qué hiciste?

– Atravesé el jardín y fui hasta la puerta. No vi una mierda, así que entré sin hacer ruido. Era la cocina.

– ¿Porque querías aprender?

– Eso es.

Robinson pensó para sí: «No porque pensaras que a lo mejor podías cargarte a ese tipo después de que él te hiciera el trabajo. Ibas a liquidarlo, allí mismo. Menos mal que no lo intentaste, porque la Sombra te habría matado tan rápido que ni siquiera te habrías dado cuenta.» Pero dijo:

– Continúa. ¿Qué sucedió después?

– Que los oí. El ruido venía del dormitorio. No era mucho, pero, tío, entendí lo que estaba pasando. Aquel tipo estaba matando a la vieja. No parecía que hubiera pelea, ni siquiera un poco de resistencia. Fue todo muy rápido, como si el tipo supiera lo que estaba haciendo. Oí que la vieja soltaba como un gritito, pero no chillaba de verdad, y se acabó. Y también oí un gato, ya sabe, el típico maullido. Eso también lo oí. Me escondí en un rincón procurando permanecer oculto, ya sabe. Y pensé: «Mierda, está matando a alguien, hay que largarse de aquí.» Pero antes de que pudiera echar a correr, el tipo estaba sólo a un metro de mí, tío, y se movía muy rápido, pero tan silencioso como antes. Salió por la puerta y se fue.

– ¿Qué hiciste tú?

– Pues asomé rápidamente la cabeza y vi a la vieja entre las sábanas revueltas. No había mucha luz, sólo la de las farolas de la calle, ya sabe, que entraba por la ventana, pero suficiente para ver un joyero, así que cogí unas cuantas cosas.

– ¿Tenías prisa?

– Claro. Tío, lo único que quería era salir de allí. Pero aquel tipo me lo había puesto fácil, y al fin y al cabo para aquello había ido yo a aquella casa, así que, qué diablos, quise aprovechar la oportunidad. Pero debí de hacer mucho ruido con los cajones y demás, porque se abrió una puerta en el piso de arriba y luego unos pasos, y alguien llamó a la puerta de la casa. Así que cogí todo lo que pude, ya sabe, todo lo que cupiera en una funda de almohada, y salí de allí. No debería haber sido tan avaricioso, ¿sabe? Si me hubiera largado enseguida, cuando oí llamar a la puerta, no me habría visto nadie. Pero tío, cuando uno anda buscando dinero, a veces no piensa bien las cosas.

– ¿El collar?

– Sí. Lo vi cuando ya me marchaba. Vi aquellos diamantes. Tío, incluso a oscuras relucían. Pensé que algo me darían por ellos, así que le arranqué el collar del cuello a la vieja.

Robinson pensó: «Así se explica el arañazo post mórtem.»

– ¿Y qué pasó después?

– Que un jodido viejo me vio huir, me vio de lleno. Y llamó a la policía. Eso es todo, lo demás ya lo sabe.

– Regresemos al hombre al que viste cometer el crimen…

– Era un tipo frío. Me dio escalofríos. No quiero volver a verlo. Entra en aquella casa y estrangula a una vieja sin razón, a mi modo de ver. Ni siquiera se lleva nada. Era un tipo frío.

Robinson hizo una pausa. Jefferson había cambiado de postura en la silla, se había erguido y había apoyado los brazos en la mesa, y en su voz se percibía una nerviosa tensión al describir el asesinato. Su actitud relajada y segura había cambiado, y notó una cierta expresión de miedo en su rostro.

– Cuando pensaba en ello, más tarde, ya sabe, después de recibir el dinero de Reggie, cuando me colocaba un poco, me entraba miedo, tío. Aquel tipo era un asesino.

Robinson se dio cuenta de que en el mundo grotesco en que vivía Leroy Jefferson, un asesinato que no llevara aparejado un beneficio obvio resultaba inquietante. Probablemente había decenas de homicidios en los que Leroy no habría vuelto a pensar nunca. Pero aquél lo ponía nervioso.

– No quisiera tropezarme con ese tipo en una noche oscura. -bromeó Jefferson, reclinándose en su silla-. Y a usted más le vale pensar lo mismo, inspector. Ese tipo era un asesino frío como el hielo.

– ¿En algún momento le oíste decir algo?

– No. Era silencioso. Se movía con habilidad.

– De acuerdo, pero ¿lo reconocerías si volvieras a verlo?

– Claro. Lo vi con toda claridad. Joder, mejor de lo que el viejo me vio a mí cuando huía. Ese tipo no se movía a toda leche, ¿comprende? Actuaba con parsimonia, sin prisas, para hacerlo todo bien. Así que lo vi con total claridad. Primero fuera, y luego cuando pasó por mi lado para entrar en el apartamento. Menos mal que él no me vio a mí. Supongo que no esperaba tener a un negro pisándole los talones.

Robinson asintió otra vez. «Todavía tiene a un negro pisándole los talones, y no lo sabe.» Hizo una seña al dibujante, el cual se estiró igual que un perro que acaba de despertarse cerca de la chimenea y se acercó con su maleta.

– Es todo suyo -dijo Robinson.

– Muy bien, señor Jefferson -dijo el hombre-. Vamos a proceder muy despacio. Hágase una imagen mental del hombre que vio. Yo voy a mostrarle una serie de formas de cara distintas, y muy pronto tendremos un retrato de ese individuo.

Jefferson hizo un pequeño gesto con la mano.

– Por mí, vale.

El dibujante sacó una serie de transparencias sobre unas hojas de plástico translúcidas.

– Empezaremos con la barbilla. Voy a enseñarle varias formas, y usted ha de concentrarse en lo que recuerda. Mándeme parar cuando dé con la forma buena.

– Oiga, detective -dijo Jefferson-. Si detiene a ese tipo, ¿pedirá la pena de muerte, igual que ha hecho conmigo?

– Desde luego.

Leroy asintió con la cabeza y arrugó la frente en un gesto de concentración. Volvió la vista a las láminas de plástico.

– Jamás hubiera imaginado que iba a ayudar a la poli a freír a alguien -comentó-. Pero ese tipo era un asesino. -Señaló una de las formas esparcidas en la mesa frente a él-. Vamos a empezar con ésa -dijo.

Robinson cambió de postura y observó el meticuloso proceso de ponerle cara a la Sombra.

Tommy Alter se rindió al cabo de unas horas y se marchó después de haberle sacado a Robinson la promesa de que Leroy Jefferson sería devuelto a su casa y de que el viaje sería directo y sin tropiezos. El dibujante era concienzudo y se negaba a darse prisa, un hombre que disfrutaba de su trabajo del mismo modo que disfruta un artista al ver cómo las formas van materializándose sobre el lienzo.

Ya era tarde cuando Espy Martínez y Walter Robinson tuvieron un momento a solas en el pasillo fuera de la sala de interrogatorios.

– Estoy agotada -dijo ella.

– ¿Por qué no te vas a casa?

Ella sonrió.

– Para mí, la casa representa dos cosas: aburrimiento o frustración. Aburrimiento porque vivo sola y allí no hay nada que me haga sentir la persona que realmente quiero ser, y frustración porque en cuanto cierre la puerta empezará a sonar el teléfono, y serán mis padres llamándome desde su mitad del dúplex. Mi madre querrá saber qué estoy haciendo y con quién, y me hará otra docena de preguntas a las que no quiero contestar. -Sacudió la cabeza-. Estoy demasiado cansada para solucionar estas cosas, Walter. Pero estar contigo es, no sé, una aventura. Algo muy alejado de todo lo que he hecho siempre. Siempre he hecho lo que se esperaba de mí. Y esto no lo es, y me gusta. Me gusta mucho. -Alargó el brazo y rozó la mano de él con los dedos-. ¿Hay algo de malo en ello?