Por un instante se sintió suspendido en el aire. Entonces se soltó y cayó pesadamente sobre la arena compacta.
Un intenso dolor le sacudió todo el cuerpo.
Una niebla roja le cubrió los ojos, y se sintió igual que un boxeador que ha recibido un puñetazo en el mentón y no está seguro de poder levantarse de la lona.
Se quedó sin respiración y un agudo vértigo lo desorientó momentáneamente. Tenía arena en la boca y se obligó a alzarse sobre una rodilla y sacudir la cabeza para aclararse la mente.
Observó la playa ceñudo. Bajo el tenue resplandor procedente del edificio de apartamentos, logró distinguir con dificultad la forma de la Sombra corriendo por la dura arena salpicada de piedras y corales, a doce metros de la orilla del mar rizado de blanco. La caída le había hecho perder la ventaja, de modo que se esforzó por incorporarse, hizo un rápido inventario de su cuerpo en busca de huesos rotos y no halló ninguno. Conmocionado, echó a andar con paso inseguro.
Simon inspiró una profunda bocanada de aire, apretó los dientes y empezó a correr de nuevo. Primero una zancada titubeante, después otra, ganando velocidad a pesar del dolor, recuperando el ritmo con la esperanza de no perder a su presa. Notó un hilo de sangre en la comisura del labio y una contusión que empezaba a inflamarse en la frente, y pensó que se habría hecho algún corte al caer al suelo. Pero a continuación colocó aquel dolor junto con las demás rigideces e incomodidades que de repente se habían puesto a protestar y siguió corriendo sin hacer caso de ninguna.
Las olas rompían contra la playa cada vez con más fuerza. Winter continuó la marcha, acompasando su cadencia con el ritmo del mar.
A su alrededor parecía ir disipándose la noche. De pronto tuvo conciencia de dónde se encontraba: atravesando a la carrera el punto situado en la punta misma de Miami Beach, donde habían encontrado la ropa del pobre Irving Silver, más allá del pequeño y vacío parque que había frente a Government Cut, con sus enormes bancos de tarpones, dirigiéndose a la alargada escollera de rocas que se internaba en el mar.
Mientras corría, iba pensando: «La Sombra ya ha estado aquí antes y se siente cómodo en esta oscuridad. Cree que le pertenece, pero no sabe que yo también he estado en estos lugares, de manera que son tan míos como suyos.»
Subió a las rocas y después a la pasarela de madera que utilizaban los pescadores. «Estás aquí -pensó-; ahí delante, en algún sitio.»
El ex policía escudriñó la noche desdibujada. Sus ojos recorrieron las formas negras y jorobadas de las rocas oscuras y voluminosas que formaban la escollera. Y pensó: «Una de esas figuras respira y espera.»
Desde donde terminaba la pasarela de los pescadores, la escollera se prolongaba todavía más de cuatrocientos metros adentrándose en el mar. Winter hizo un alto e introdujo una mano por debajo de su cazadora para sacar su viejo revólver reglamentario.
Acto seguido, avanzó hasta el final de la pasarela sin dejar de mirar atentamente el irregular conjunto de rocas, cuyas formas, negras y lisas, eran rociadas por la espuma blanca.
«¿Sabías que corrías en dirección al fin de la tierra?»
Asintió para sí mismo y echó a correr hacia la oscuridad, hacia donde sabía que no iba a encontrar luz.
Simon apoyó la mano en una barrera de madera construida en el límite de la plataforma. «Yo he pescado aquí -recordó-. Ha llegado la hora de pescar de nuevo.»
Sabía que un hombre cauteloso se limitaría a esperar allí hasta que comenzara a clarear el horizonte. Levantó la vista hacia el este y le pareció distinguir un tenue tono grisáceo al borde del mundo. Comprendió que si aguardaba muy pronto llegaría un coche de policía y el amanecer empezaría a moldear formas en la negrura de la noche. Pero aun pensando en ser paciente y esperar, y aun sabiendo que había perseguido a la Sombra hasta tenerlo acorralado, salvó la barrera de madera y saltó a las rocas húmedas y relucientes de la escollera. Continuó buscando al hombre que se escondía en la oscuridad que quedaba, allí delante. Y se dijo: «No le des tiempo para pensar ni para recuperar el aliento. No le concedas el tiempo que necesita para recobrarse y esperarte preparado. Saca partido del miedo de la persecución. Nadie le ha pisado los talones como lo has hecho tú esta noche. Atrápalo ahora, cuando se siente carcomido por la incertidumbre.» Parecía temer que si esperaba a que la media luz del alba asomara por el horizonte su presa fuera a evaporarse y desaparecer en la luminosidad del día.
«Esta es mi oportunidad -se dijo-. Ahora.»
Moviéndose despacio, procurando no resbalar en las rocas mojadas, fue avanzando lentamente hacia el final de la escollera. Iba alerta, en tensión, luchando por mantenerse firme y sabiendo que en alguna parte, dentro de aquella negrura, la Sombra estaba agazapado, esperándolo.
Murmuró una breve plegaria para que una ráfaga de luz proveniente de la urbanización para ricos de Fisher's Island tocara un momento la escollera, justo lo suficiente para permitirle ver a la Sombra en la grieta en que estuviera escondido. Sin embargo, su plegaria no obtuvo respuesta. Musitando una obscenidad, continuó avanzando con cautela, procurando asegurarse de cada paso que daba. Las zapatillas de baloncesto que le habían prestado tan buen servicio en la carrera por la calle ahora amenazaban con traicionarlo, porque le ofrecían escaso agarre sobre la satinada superficie de las rocas.
De repente perdió pie y tropezó, pero logró frenar antes de precipitarse al agua. Se arañó la rodilla con la arista de una roca, lo cual le produjo una punzada en toda la pierna. Maldijo en voz baja, para sus adentros, y volvió a ponerse en pie, ligeramente inestable. Aguardó unos momentos para escrutar el terreno entornando los ojos y observando atentamente las formas de las piedras.
Pero en aquel momento de vacilación, su presa surgió de la sombra que formaban dos rocas y, con un alarido y un impulso tremendo, se abalanzó sobre el viejo policía empuñando su cuchillo.
Winter se giró hacia el sonido que se le venía encima y bajó el hombro para encajar la fuerza del impacto. Fue como si un trozo de noche se hubiera lanzado contra él. Intentó sacar su arma pero no lo logró, tambaleándose ante aquella embestida salvaje.
Lanzó un grito de pavor, sabiendo que probablemente era un cuchillo lo que cortaba la oscuridad intentando hundírsele en el pecho. Levantó la mano libre para defenderse del golpe. Por un segundo sintió una afilada cuchillada en la palma de la mano y trató de sujetar la hoja antes de que le alcanzara el pecho, pero cerró los dedos en torno a la muñeca de la Sombra.
Se dio cuenta de que el mismo mundo oscuro y resbaladizo que lo había traicionado a él, haciéndole perder el equilibrio en las rocas, había mermado la fuerza de la embestida de aquel asesino. En lugar de atacar con la precisión de una serpiente letal, tuvo dificultades, resbaló y perdió parte de su fuerza, con lo cual el cuchillo se le desvió ligeramente. A pesar de que Winter lo tenía agarrado por el brazo, la hoja consiguió terminar su recorrido y rasgó los pliegues sueltos de su cazadora llegando hasta la camisa, donde, por un instante, se quedó enredada igual que un pez en una red.
El impulso de la embestida hizo que Winter se desplomara de espaldas. Se sintió caer y chocar con fuerza contra las rocas, pero todavía tenía agarrado el antebrazo del otro: no podía soltarlo si deseaba conservar la vida. Entonces clavó los dedos en la carne para mantener el cuchillo a raya, sin dejar de forcejear por apuntarle con el revólver. La Sombra trató de aferrado, y Simon sintió que su muñeca derecha de pronto quedaba sujeta por una poderosa mano.
Enzarzados el uno en el otro, ambos hombres se debatieron sobre las rocas, fuerza contra fuerza, intentando conseguir una ventaja que pudieran transformar en muerte. Winter apoyó una rodilla contra una piedra e hizo palanca para rodar hacia fuera, desestabilizando a su atacante. Ambos hombres gruñían por el esfuerzo, sin decirse nada, dejando que la lucha hablara por ellos.