– Un hombre honrado -dijo-. Ojalá hubiera muchos como usted. Muchas gracias.

– No quiero quedarme con nada que no me corresponda -dijo el anciano devotamente-. Encantado de servirle. Y ya me cuidaré de pedir ese par de cosas que me ha encargado.

– Se lo agradeceré mucho -le dijo Yost saludándole.

Subió al cacharro mientras el propietario de la tienda retrocedía unos pasos para admirar el vehículo.

– Un bonito coche muy práctico -dijo-. Yo también tenía uno para el rancho. Pero en la ciudad no me resultaba muy útil. Los neumáticos no soportaban el asfalto. Tenga cuidado o se quedará sin ellos.

– Ahora los hacen distintos, abuelo -le aseguró Yost-. Son neumáticos especiales para todo uso que igual sirven para la tierra que para el asfalto.

El propietario examinó los neumáticos y movió la cabeza en gesto de aprobación.

– Sí, ya veo. Cooper Sesenta. Tienen pinta de ser muy resistentes. Ojalá hubiera dispuesto de ellos cuando tenía mi cacharro. Tal vez me compre otro algún día.

– Debería hacerlo -le dijo Yost-. Bueno, hasta la vista, abuelo. Y gracias por todo.

Malone puso en marcha el vehículo, aceleró y enfiló de nuevo la Avenida Magnolia dispuesto a regresar a las Gavilán Hills.

– Era un tío muy charlatán -dijo-. Espero que no te haya dirigido muchas preguntas.

– No le di tiempo. Le entregué una lista larguísima y le tuve ocupado hasta que llegaste.

– ¿Qué son esas cosas que va a pedir?

– Déjale -repuso Yost-. No vamos a estar aquí tanto tiempo como para que se las traigan. Un par de cosas que quería para Sharon y que el tipo no tenía. Oye, ¿qué tal ha sido la película?

– Muy buena -repuso Malone concentrándose en el volante. No le apetecía aclarar sus confusas ideas.

– Ya te lo dije -añadió Yost pavoneándose-. Ninguna película puede estar a la altura de lo verdadero y nosotros tenemos a lo verdadero esperándonos a menos de una hora de camino. -Sacó un pañuelo y se secó el sudoroso rostro-. Santo cielo, menudo calor.

– ¿Por qué no hacemos una de esas pausas que refrescan? -le preguntó Malone.

– ¿A qué te refieres?

– Tomar un baño.

– ¿Y dónde?

– En el lago por el que pasamos al bajar.

– ¿El lago Mathews? -le preguntó Yost aterrado-. ¿Acaso estás loco? Es una presa particular. Está vigilada y, si nos sorprendieran, estaríamos perdidos. -Se reclinó en el asiento-. No podemos hacer tonterías. Corrimos un gran riesgo y lo conseguimos. Somos los hombres más afortunados del mundo. Piensa en lo que nos aguarda esta noche. ¿Acaso no te basta?

– Pues claro que sí -contestó Malone.

– El paraíso de Mahoma, eso es lo que tenemos -dijo Yost enfervorizado. Contempló el camino empinado a través del parabrisas y sacudió la cabeza-. Si alguien llegara a saberlo.

Estaban a lunes por la noche y Sharon Fields yacía una vez más de espaldas mientras Shively le aporreaba despiadadamente la vagina con su taladro neumático.

Sharon le correspondía con las manos, las nalgas y los muslos tal como había decidido hacer. Pero ahora el animal que arremetía contra ella sin compasión, el llamado Kyle T. Scoggins, ya no podía considerarse un simple y perverso violador.

Sabía que era un asesino y no se quitaba de la cabeza a aquellos cinco niños a los que había ametrallado a muerte porque no quería que hubiera supervivientes que pudieran "señalarle con el dedo". Antes de descubrir aquella revelación acerca de su pasado, Sharon Fields había actuado con mucha propiedad y ahora procuraba repetirse una y otra vez que tenía que actuar con la misma eficacia por espantoso y repugnante que ello le resultara.

Su cuerpo le ofrecía por tanto una apasionada respuesta. Pero el espíritu se lo guardaba para sí.

Hoy lunes había dormido hasta el mediodía. En el transcurso de las primeras horas de la tarde, a solas en su habitación, había apresado de nuevo el vago pensamiento, la idea que a punto había estado de escapársele la noche anterior antes de conciliar el sueño.

Era un pequeño e invisible chaleco salvavidas que tal vez pudiera impedir que se hundiera si lograba hincharlo y utilizarlo.

Pero, a pesar de todos sus esfuerzos, había sido incapaz de desarrollar la idea y de proyectar sus futuras actuaciones. Sabía que la causa de su fracaso se debía a los conocimientos que había adquirido en secreto acerca de los antecedentes de Shively, asesino en potencia.

A última hora de la tarde, Yost había acudido un momento a su habitación para anunciarle que ya había regresado de hacer las compras y que le reservaría las sorpresas para cuando se reunieran después de cenar.

En el transcurso de las horas siguientes se había esforzado por sobreponerse, prepararse para la noche y aprovechar mejor el tiempo que le quedaba con vistas a prepararles a sus apresadores una sorpresa.

Había centrado nuevamente su atención en la fugaz idea, en el hipotético chaleco salvavidas que había acudido la noche anterior a sus pensamientos y que había estado examinando durante buena parte del día.

La idea era todavía confusa o no estaba aún plenamente estructurada, pero la veía mentalmente como una nebulosa en la que pudiera hallar el medio de escapar a la extinción en el planeta Tierra.

Ahora ya había llegado la noche y tenía encima la dura y desnuda figura de Shively, ametrallándole el orificio como si fuera una zanja de las afueras de My Lai.

Tenía que apartar de sus pensamientos aquella zanja con sus tristes y jóvenes cadáveres, se dijo a sí misma, y dedicar toda su atención al asesino si es que quería sobrevivir.

El maratón sexual siguió su curso y ella volvió a concentrarse en su actitud, sus gestos y su papel.

Al agotar él la última bala, Sharon reaccionó según el guión y se sumergió en una interminable, desvalida y agradecida convulsión de orgasmos fingidos.

Como siempre, la cobra se mostró satisfecha de sí misma y posiblemente de Sharon.

Esta hundió la cabeza en su velloso pecho, le rodeó la espalda con un brazo y se aferró a él para poder definir entre tanto los perfiles de la idea que estaba empezando a tomar cuerpo en su cerebro.

El tipo se rió. No solía reírse y ella se preguntó a qué se debería su risa.

– Es el viejo. Estamos pensando en él -le dijo.

– ¿Qué le ocurre?

– Esta noche pasa. Está agotado. Quiere un día de descanso. ¿Qué le hiciste anoche?

– Le excité por espacio de dos minutos en lugar de uno -repuso ella con voz de prostituta.

Shively estalló en una carcajada.

– Eres una chica muy lista, tengo que reconocerlo.

Ella se apartó de su pecho y apoyó la cabeza sobre la almohada al lado de la suya.

– Soy algo más que eso y tú lo sabes.

– Sí, estás muy bien. Más sensual de lo que suponía. Menudo trabajo acabas de hacerme. Ella le miró con expresión sincera.

– ¿Y el que tú me has hecho a mí? Eres el único que me lo ha hecho, ¿sabes? Pocos son los hombres que pueden excitarme.

En realidad, puede decirse que prácticamente no hay ninguno. Tú, en cambio, lo consigues todas las noches. ¿Dónde aprendiste a ser tan buen amante? La modestia no era precisamente su mejor cualidad.

– Algunos tipos lo tienen y otros no.

– La mayoría no, te lo aseguro -le dijo ella.

Se detuvo y decidió dar el paso-.

Cuando una mujer encuentra a alguien especial, suele experimentar mucha curiosidad acerca de ese alguien.

– ¿Y tú experimentas curiosidad acerca de mí?

– ¿No te parece lógico? He estado pensando en ti. Me he preguntado cuál debía ser tu vida antes de que nos conociéramos. Cómo te ganabas la vida y todo eso.

El la miró con dureza y cautela.

– Por tu bien, nena, procura no preguntarte demasiadas cosas acerca de mí. No me gustan las mujeres curiosas. Te meten en muchos líos.

– Eso no es justo. No soy una fisgona. No es mi estilo.

Lo que ocurre es que me interesas. Tratándose de un hombre que sabe hacerme lo que tú me has hecho, es natural que quiera conocerlo más íntimamente.