Un sujetador de bikini que a duras penas le cubriría los pezones y unas bragas de bikini que no eran más que un parche frontal con un cordón.

Volvió a reírse con afrodisíaco deleite y le dio un beso.

– ¡Justo lo que quería! ¡Precioso! ¿Cómo lo has adivinado?

– ¿Y cómo iba a equivocarme sabiendo quién lo llevaría?

– Absolutamente perfecto -dijo ella canturreando-. Estoy impaciente por ponérmelo.

– Y yo por vértelo puesto.

Recogió la bolsa del maquillaje, el bikini y las zapatillas y se dirigió danzando hacia el cuarto de baño, dejando la puerta entreabierta.

– Dejo la puerta así para que podamos hablar -le gritó-. Pero no mires hasta que esté lista. Quiero darte una sorpresa.

– No miraré.

Mientras se quitaba la arrugada blusa de punto y la falda de cuero decidió no interrumpir la conversación.

– Estoy muy orgullosa de ti. No has olvidado nada.

– Hasta cierto punto -le oyó decir-. No he olvidado nada de lo que me encargaste pero me temo que no he podido encontrarlo todo. Lo he intentado pero he fracasado un par de veces. Lo que ocurre es que en la ciudad no hay muchas tiendas.

Bastan y sobran para los habitantes que tiene. De todos modos había algunas cosas muy bonitas.

– Ya lo creo -dijo ella para halagarle. Después le preguntó-: ¿Qué es lo que no has podido encontrar?

– No tenían el perfume francés que tú querías.

– ¿Cabochard de Madame Grés?

– Ni siquiera lo habían oído nombrar jamás. En su lugar te he comprado un perfume que se llama Aphrodisia. Espero que no te importe.

– Pues claro que no. Te lo agradezco mucho.

– Después esas pastillas inglesas de menta llamadas Altoid tampoco las he encontrado.

– Ya me las apañaré sin ellas. -Se dispuso a infligirle otra derrota-. ¿Y los cigarrillos Largo?

– El propietario de la tienda había oído hablar de ellos pero no tenía.

En cuanto a “Variety”, si hubieras pedido el “Hot Rod” hubiera sido estupendo, pero el “Variety” no sabía siquiera lo que era y dijo que jamás se lo habían pedido.

– No me sorprende.

– Pero te he traído casi todo lo demás.

– Ya lo veo. Es más que suficiente, cariño. Mi copa está llena a rebosar. Te lo agradezco muchísimo.

– Claro que si quieres lo que falta, cabe la posibilidad de que me consiga un par de cosas.

Insistió en tomar nota del Madame Grés y de las pastillas Altoid y de los Largos. El “Variety” no podrá conseguirlo, pero verá si puede pedir lo demás para este fin de semana.

Podría bajar el viernes a la ciudad y ver si lo ha recibido si es que te interesa.

– Ya veremos. Lo que has hecho es más que suficiente.

Mientras se anudaba los cordones del bikini, archivó rápidamente dos pequeñas informaciones sin detenerse a pensar en su posible valor.

Era posible que bajara de nuevo a la ciudad el viernes. Estaban a lunes.-Eso significaba como mínimo otros cuatro días en el pasillo de la muerte antes de que el verdugo decidiera sancionar su destino.

Por otra parte, el propietario de la tienda había anotado tres de las cinco huellas digitales simbólicas que ella había dejado.

En Las Vegas tampoco se atreverían a apostar por la posibilidad de que dichas huellas fueran descubiertas. Pero qué demonios.

– Dame unos minutos para arreglarme -le gritó.

– Tómatelo con calma pero no con demasiada. Voy a echar un vistazo a lo que estás leyendo.

– Muy bien.

Había vuelto del revés las copas del bikini en la esperanza de hallar alguna clave que le permitiera averiguar dónde había estado aquel tipo.

Pero no había tela bastante para que cupiera una etiqueta.

Examinó ahora las mullidas zapatillas de dormitorio y descubrió el cordel de una etiqueta que habían arrancado.

Rebuscó en el interior de la caja sin encontrar nada y después la levantó y se percató de que habían arrancado una etiqueta.

Analizó ahora el contenido de la bolsa más grande, que había depositado sobre el cesto de mimbre.

Había en ella como una docena de paquetes adquiridos en distintas secciones del establecimiento, todos ellos envueltos por separado.

Sacó y examinó los paquetes uno a uno y observó que habían arrancado las etiquetas y cortado cualquier inscripción que pudiera haber.

Había sacado los tres últimos paquetes de maquillaje para comprobar si quedaba en la bolsa alguna otra cosa cuando cayó al pavimento del cuarto de baño un trozo de papel amarillo que había permanecido oculto entre los paquetes.

Era un resguardo de compras con los precios muy débilmente marcados y rezó para que pudiera descubrir en él algo más que el simple nombre de la tienda.

Había introducido de nuevo los tres paquetes en la bolsa y había empezado a agacharse para recoger el papel cuando oyó su voz casi a su espalda a través de la puerta entreabierta.

– ¿Por qué tardas tanto, cielo? -le preguntó Yost-.

Quiero verte. Como no salgas, entro yo.

– Un mom… -empezó a decir ella casi gritando.

Agarró el trozo de papel. No disponía de tiempo para darle la vuelta.

Levantó la bolsa, levantó la tapa del cesto de mimbre lleno de toallas y arrojó el papel al interior del mismo.

Se irguió, se alisó el cabello y procuró recuperar el aplomo, pero se percató de que estaba temblando de la cabeza a los pies.

Se dirigió hacia la puerta. Tenía que terminar con aquella bestia cuanto antes.

– Prepárate, cariño -le gritó-. Comienza el desfile de modelos. Abrió la puerta con el pie y entró sensualmente en la habitación con la pelvis echada hacia afuera, igual que una modelo de alta costura.

él se encontraba desnudo junto a los pies de la cama, parecido a una enorme burbuja de rosada carne.

Avanzó hacia él poco a poco y comprobó que la estaba mirando con los ojos desorbitados.

– ¡Oh! -exclamó él.

Sharon se detuvo graciosamente, hizo una pirueta y se miró. Su abultado busto se escapaba por encima y por debajo del sujetador del bikini.

Las bragas del bikini eran tan ajustadas que, a través del algodón blanco, se adivinaba el pliegue vaginal.

– ¿No se te ocurre decir otra cosa? -le preguntó burlonamente.

Se contoneó frente a él con la pelvis echada hacia afuera para provocarle. Después le apoyó las manos sobre los hombros y se los comprimió suavemente.

– ¡Ay! -dijo él jadeando.

– ¿A qué esperas? -le susurró ella-. Yo me lo he puesto.

Ahora alguien me lo tiene que quitar.

Perdió de vista el lascivo rostro del tipo. Este se había arrodillado frente a ella. Tiró de los cordones de las bragas del bikini y éstas se abrieron por delante y por detrás al tiempo que Sharon separaba sus largas piernas y las dejaba caer.

Babeando y presa de excitación, él le hundió los ojos y después la nariz y la boca entre sus piernas.

Ella cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás.

– No, no, cariño -le suplicó-. Levántate, por favor, déjame hacerlo a mí.

El se puso vacilantemente en pie, apuntándola directamente con su abultado miembro.

Ella se arrodilló sollozando y empezó a besarle.

El se apoyó contra el borde de la cama con los muslos temblorosos y empezó a emitir gritos entrecortados mientras ella se dedicaba a la tarea de costumbre.

Terminó en cinco minutos. Después corrió al cuarto de baño, se enjuagó la boca, regresó y le ayudó a sentarse en una silla. Se mostraba tan dócil y maleable como la masilla.

Le ayudó a vestirse y después le acompañó hasta la puerta mientras él le daba monótonamente las gracias por sus atenciones y amor.

Sharon oyó que se cerraba la puerta y el pestillo exterior y escuchó brevemente.

Tras asegurarse de que el tipo se había alejado pasillo abajo en dirección a los demás aposentos de la vivienda, corrió al cuarto de baño.

Sacó la bolsa que había encima del cesto de mimbre, levantó la tapa de éste y sacó el resguardo.

Era el resguardo de las compras de la farmacia, que debían haber doblado varias veces y deslizado debajo del papel de envoltura de algún paquete.