Su firme carne le apresaba su carne de abajo, y el constante beso de su piel contra su clítoris distendido le estaba resultando insoportable.

Quería huir de aquel delicioso dolor, lo deseaba con toda el alma pero ya era demasiado tarde. Sus pensamientos ya no podían intervenir. Sus músculos interiores se estaban contrayendo y apresándole y soltando y volviéndole a apresar.

Santo cielo, se estaba ahogando. Se estaba partiendo en dos mitades. Santo cielo, santo cielo, me estoy desintegrando, no iba, no quería. no puedo, no, no, no, hhhh.

Elevó el cuerpo, se quedó rígida como un tablón, apretó los muslos a su alrededor para cerrar el dique, pero el dique estalló salvajemente derramándose en cascadas de vida, arrastrándola fuera de sí en cálidas oleadas sucesivas. Y paz.

Tardó varios minutos en poder pensar con lógica. Desde la cabeza a los pies parecía que estuviera descansando sobre una nube de algodón. Pero los engranajes de su cabeza se estaban empezando a poner poco a poco en movimiento.

¿Qué le había ocurrido? Eso no le había ocurrido allí ni poco ni mucho.

Es más, apenas recordaba la última vez que le había ocurrido, debía hacer más de dos años sin lugar a dudas. Sin esperarlo, sin querer y en contra de su voluntad, se había excitado.

Había gozado -o sufrido-de un orgasmo total y completo.

Le miró. Allí estaba, el que menos probabilidades tenía de lograrlo, acurrucado entre sus brazos, con su cuerpo desnudo agotado, satisfecho, saturado y en paz.

Le miró fijamente. Odiaba a aquel chiflado, a aquel palurdo de pueblo, exactamente igual que a los demás.

Bueno, tal vez no con la misma virulencia y constancia porque era un blanco demasiado irreal y evasivo, pero sí le despreciaba en cambio con una amargura que corroía toda objetividad.

La había esclavizado y maltratado exactamente igual que los demás. Y ella había accedido finalmente a fingir colaborar con él para utilizarle con vistas a su salvación. Y esta noche se había preparado a recibirle y distraerle con el exclusivo propósito de manejarle en su propio beneficio.

Y, sin embargo, aquel cerdo desgraciado, que ni siquiera podía considerarse un amante experto, había conseguido hacerle perder el control de la situación.

La había hecho abdicar de la soberanía de su inteligencia. Había hallado el medio de hacerle olvidar su deber, traicionar su causa y convertirla en marioneta de sus propias emociones.

No era posible que tal cosa le hubiera ocurrido con él. Pero había ocurrido. ¿O acaso habría tenido ella la culpa? Tal vez él no hubiera tenido nada que ver con su orgasmo. Tal vez había sido víctima de sí misma. Se había esforzado tanto en interpretar correctamente el papel y en superar todas sus actuaciones anteriores, que probablemente se había identificado demasiado con el papel que se proponía interpretar.

Un actor tiene que interpretar el papel pero no convertirse en el papel. Si se olvida del papel, es muy posible que olvide que está actuando. Y en tal caso se convierte en la persona que no es en lugar de la persona que es.

Como el pobre doctor Jekyll, que de tanto convertirse en el señor Hyde acabó no pudiendo volver a ser el doctor Jekyll, por haberse convertido sin querer en el señor Hyde.

Sí, eso debía haberle ocurrido. Se había dejado arrastrar por el papel y, tras perder el dominio de su cabeza y sentido común, su vagina la había dominado y había actuado por su cuenta.

Pero ya volvía a tener la cabeza sobre los hombros. Sí, señoras y señores, a pesar del transitorio retraso debido a una indisposición de nuestra protagonista, el espectáculo seguirá. ¡Bravo! Magnífica actriz.

El espectáculo debe seguir y seguirá. La noche no tenía por qué haber terminado. Hundió las puntas de los dedos en sus bíceps y acercó los labios a su oído. Al advertir que se excitaba, le susurró:

– Gracias, cariño, gracias para siempre. Me has hecho muy feliz. ¿Sabes lo que me has hecho, verdad, cariño?

El la miró con los ojos muy abiertos y esperó. Ella asintió y le dirigió una sonrisa.

– Me has excitado. Eres el único que lo ha conseguido. Eres tremendo.

Jamás lo olvidaré, cariño mío, y ahora ya no podré dejar de amarte.

– ¿Lo dices en serio, verdad? Así lo espero porque yo estoy muy enamorado de ti. Jamás hubiera podido imaginarme un amor tan perfecto.

– Eres tú -le dijo ella apasionadamente-. Eres todo lo que siempre he querido que fuera un hombre. Eres el único que me hace soportable el cautiverio. Gracias a ti y a lo que tú me das puedo soportar a los demás. Te amo tanto como les odio a ellos.

Y ahora ahora ya puedo decirte por primera vez que me alegro de que te me llevaras y me trajeras aquí.

Y hay otra cosa, otra cosa que tengo que decirte. -Se detuvo preocupada y él la miró inquieto.

– ¿Qué es, Sharon? Quiero saberlo.

– Muy bien. No es que sea gran cosa pero para mí es muy importante. Y júrame que no te reirás cuando te lo diga.

– Te lo juro -le dijo él solemnemente.

– Pensarás que estoy loca cuando te lo diga, pero estoy empezando a sentirme orgullosa de una cosa. -Contuvo la respiración unos momentos-y después prosiguió-: Estoy orgullosa de que me hayas secuestrado por amor y no por dinero.

Hacerlo por amor es… bueno, ya te he dicho que te ibas a reír pero es romántico.

Hacerlo por dinero, para conseguir mucho dinero a cambio de mi regreso sana y salva, es vulgar. Más aún, es criminal. Pero al pensar que habías arriesgado la vida para secuestrarme, sólo porque me apreciabas y me deseabas por mí misma y no por mi dinero, bueno, comprendí que era muy distinto.

Si tú y los demás me hubierais traído aquí y me hubierais mantenido prisionera para obtener un rescate, os hubiera despreciado como a los más vulgares criminales, y toda esta situación hubiera resultado desagradable y cruel.

– Ninguno de nosotros ha pensado jamás un rescate, Sharon, ni por un momento. Jamás hemos hablado de ello siquiera.

El dinero no entraba en nuestros planes. Te queríamos a ti y puedes estar bien segura de ello.

– Ahora lo creo, pero al principio no estaba muy segura. Pensé que lo que andabais buscando era dinero. Es más, es el único mérito que les reconozco a los demás.

Les odio, pero no les odio tanto como les odiaría si se propusieran venderme a cambio de un montón de billetes, como si fuera una cabeza de ganado o una esclava.

– Jamás han pensado en tal cosa, Sharon. Ni por un segundo.

– ¡Estupendo! Será mejor que les digas que no se les ocurra pensarlo siquiera, porque, en tal caso, les despreciaría y todo se echaría a perder. Si hablaran de ello, procura disuadirles, hazlo por mí.

Sé que puede resultar muy tentador pensar en el dinero que podrían conseguir si me soltaran, pero tú no lo permitas.

Sé que tú no tolerarías ni participarías en semejante acción.

– ¿Yo? Jamás se me ocurriría pedir un rescate. Ya tengo lo que quería. Y, si los demás quisieran introducir algún cambio, yo no lo permitiría.

– Gracias, cariño. Muchas gracias.

Le sonrió y atrajo su cabeza hacia su pecho. No quería que viera la clase de sonrisa que estaba esbozando.

Cualquier director hubiera convenido con ella en que se trataba de una perversa sonrisa de autocomplacencia.

"Pero no exageres, Sharon -hubiera añadido el director-, porque el público sabe y tú sabes también que no puedes cantar victoria".

Sin embargo, se sentía satisfecha. Había llevado a cabo el último de sus propósitos y lo había logrado sin despertar sospechas.

Hasta ahora, la huida se le había antojado muy lejana. Ahora, en cambio, la veía a media distancia.

“Cuaderno de notas de Adam Malone. -26 de junio”

Siento la necesidad de celebrar el término de nuestra segunda semana en Más a Tierra anotando lo siguiente para mi archivo particular.

Estamos a jueves, a primeras horas de la tarde, y me hallo sentado en el porche, sin camisa, tomando un poco el sol de este cálido día y aprovechando mientras para escribir.