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– Bah, no importa -dijo el hombre. Dio un paso atrás hacia el hueco de la tienda-. Buenas noches, misionero -añadió al retroceder en la oscuridad.

Bosch se volvió por completo y miró al otro hombre. Sin decir ni una palabra, él también retrocedió para ocultarse y esperar la siguiente víctima.

Bosch paseó la mirada calle arriba y calle abajo. Ahora parecía desierta. Se volvió y se dirigió a su vehículo. Mientras caminaba, sacó el móvil y llamó a la patrulla de la División Central. Le habló al sargento de guardia de los dos hombres que se había encontrado y le pidió que enviara un coche patrulla.

– Esa clase de cosas pasan en cada manzana de ese agujero infernal -dijo el sargento-. ¿Qué quiere que haga?

– Quiero que envíe un coche y que los asuste. Se lo pensarán dos veces antes de hacer algo a alguien.

– Bueno, ¿por qué no lo ha hecho usted?

– Porque estoy investigando en un caso, sargento, Y no puedo dejarlo para hacer su trabajo.

– Mire, colega, no me diga cómo he de hacer mi trabajo. Todos los detectives son iguales. Creen…

– Oiga, sargento, vaya mirar los informes de delitos por la mañana. Si leo que alguien resultó herido allí y los sospechosos son un equipo de un blanco y un negro, entonces va a tener más detectives a su alrededor que los que haya visto nunca. Se lo garantizo.

Bosch cerró el teléfono, cortando una última protesta del sargento de guardia. Aceleró el paso, llegó a su coche y volvió hacia la autovía 101 para enfilar de nuevo hacia el valle de San Fernando.

18

Era difícil permanecer a cubierto y disponer de una línea de visibilidad de Tampa Towing. Las dos galerías comerciales situadas en las otras esquinas estaban cerradas y sus estacionamientos desiertos. Bosch resultaría obvio si aparcaba en cualquiera de ellos. La estación de servicio de otra empresa en la tercera esquina continuaba abierta y, por consiguiente, no resultaba útil para la vigilancia. Después de considerar la situación, Bosch aparcó en Roscoe, a una manzana, y caminó hasta la intersección. Tomando prestada la idea de quienes habían intentado robarle hacía menos de una hora, encontró un rincón oscuro en una de las galerías comerciales desde donde podía vigilar la estación de servicio. Sabía que el problema de su posición sería regresar al coche lo bastante deprisa para no perder a Mackey cuando éste terminara el turno.

El anuncio que había visto antes en el listín telefónico decía que Tampa Towing ofrecía un servicio de veinticuatro horas. Pero ya casi era medianoche, y Bosch contaba con que Mackey, que había entrado a trabajar a las cuatro de la tarde, terminaría pronto. O bien lo sustituiría un empleado nocturno o bien estaría disponible telefónicamente por la noche.

Era en ocasiones como ésa cuando Bosch pensaba en volver a fumar. Siempre le parecía que con, un cigarrillo el tiempo pasaba más deprisa y el filo de la angustia que acompañaba a una operación de vigilancia se suavizaba. Sin embargo, llevaba más de cuatro años sin fumar y no iba a ceder. Haber descubierto dos años antes que era padre le había ayudado a superar la debilidad ocasional. Pensó que de no ser por su hija, probablemente estaría fumando otra vez. A lo sumo había controlado la adicción, pero en modo alguno la había superado.

Sacó el móvil y giró el ángulo de luz de la pantalla del aparato de manera que no se distinguiera el brillo desde la estación de servicio mientras marcaba el número de la casa de Kiz Rider. No respondió. Lo intentó en el móvil y no recibió respuesta. Supuso que había apagado los teléfonos para poder concentrarse en la redacción de la orden. Había trabajado así en el pasado. Sabía que ella habría dejado encendido el busca para las emergencias, pero no creía que las noticias que había recopilado durante las llamadas de la tarde se elevaran al nivel de emergencia. Decidió esperar hasta que la viera por la mañana para contarle lo que había averiguado.

Se guardó el teléfono en el bolsillo y levantó los prismáticos. A través del vidrio de la oficina de la estación de servicio divisaba a Mackey sentado detrás de un escritorio gris desgastado. Había otro hombre con un uniforme azul similar en la oficina. Al parecer era una noche tranquila. Ambos hombres tenían los pies encima del escritorio y estaban mirando hacia algo situado más alto, en la pared que daba a la fachada. Bosch no podía ver en qué estaban concentrados, pero por la luz cambiante en la sala supo que se trataba de una televisión.

El teléfono de Bosch sonó y él lo sacó del bolsillo sin bajar los binoculares. No se fijó en la pantallita porque supuso que era Kiz que le llamaba después de haberse perdido la llamada.

– Eh.

– ¿Detective Bosch?

No era Rider. Bosch bajó los binoculares.

– Sí, soy Bosch. ¿En qué puedo ayudarla?

– Soy Tara Wood. Recibí su mensaje.

– Ah, sí, gracias por devolverme la llamada.

– Veo que es su teléfono móvil. Lamento llamar tan tarde. Acabo de llegar. Pensaba que iba a dejarle un mensaje en la línea de su oficina.

– No se preocupe. Todavía estoy trabajando.

Bosch siguió el mismo proceso de interrogación que había empleado con los otros implicados. Al mencionar a Mackey en la conversación observó a éste a través de los binoculares. Continuaba con los pies encima de la mesa, viendo la tele. Al igual que las otras amigas de Rebecca Verloren, Tara Wood no reconoció el nombre del conductor de grúa. Bosch añadió una nueva cuestión, preguntando si reconocía a los Ochos de Chatsworth, y su recuerdo al respecto también era vago. Finalmente, preguntó si al día siguiente podría continuar la entrevista y mostrarle una fotografía de Mackey. Wood accedió, pero le dijo que tendría que ir a los estudios de televisión de la CBS, donde ella trabajaba de publicista. Bosch sabía que la CBS estaba al lado del Farmers Market, uno de sus lugares favoritos de la ciudad. Decidió que iría al mercado y quizás almorzaría un plato de gumbo y después pasaría a visitar a Tara Wood para mostrarle la foto de Mackey y preguntarle por el embarazo de Rebecca Verloren. Estableció la cita para la una de la tarde, y ella accedió a estar en su despacho.

– Es un caso muy viejo -dijo Wood-. ¿Está en una brigada de casos antiguos?

– Sí, se llama unidad de Casos Abiertos.

– Sabe tenemos una serie llamada Caso Abierto. La pasan los domingos por la noche. Es una de las series en las que trabajo. Estoy pensando… que quizá podría visitar el set y conocer a algunos de sus homólogos en la televisión. Estoy segura de que les gustaría conocerle.

Bosch se dio cuenta de que su interlocutora estaba viendo una posibilidad publicitaria en la entrevista. Miró a través de los cristales a Mackey, que seguía viendo la televisión, y pensó un momento en utilizar el interés de Tara Wood en la operación de escucha que estaban preparando. Rápidamente archivó la idea, concluyendo que sería más fácil empezar con un artículo en el periódico.

– Sí, quizá, pero creo que eso tendría que esperar un poco. Estamos trabajando este caso muy a fondo ahora, y necesito hablar con usted mañana.

– No hay problema. De verdad espero que encuentren al que están buscando.

Desde que me asignaron a esta serie he estado pensando en Rebecca. No he parado de preguntarme si estaba ocurriendo algo. Y ahora usted llama de repente. Es extraño, pero de un modo positivo. Hasta mañana, detective.

Bosch le deseó buenas noches y colgó.

Al cabo de unos minutos, a medianoche, se apagaron las luces de la estación de servicio. Bosch se deslizó desde el lugar en el que estaba escondido y caminó deprisa por Roscoe hasta su coche. Justo al llegar a él oyó el rugido profundo del Camaro de Mackey al arrancar. Bosch puso el coche en marcha y se dirigió de nuevo al cruce. Se detuvo en el semáforo rojo cuando el Camaro con los parachoques pintados de gris se dirigía al sur hacia Tampa. Bosch esperó unos momentos, miró a ambos lados en busca de otros coches, y se saltó el semáforo rojo para seguirlo.