Изменить стиль страницы

– Harry, he visto que me has llamado hace un rato. Tenía los teléfonos desconectados. ¿Qué pasa?

– No mucho. Quería saber cómo te iba.

– Bueno, va bien. Lo tengo estructurado y casi escrito del todo. Terminaré mañana por la mañana y podremos mandarlo.

– Bien.

– Sí, voy a dejarlo por hoy. ¿Y tú? ¿Has encontrado a Robert Verloren?

– Todavía no. Pero tengo una dirección para ti. He seguido a Mackey después de que saliera del trabajo. Tiene una casita junto a la autovía, en las colinas de Woodland. Puede que haya una línea fija para añadir al pinchazo.

– Bien. Dame la dirección. Será fácil de comprobar, pero no me parece buena idea que hayas seguido tú solo al sospechoso. Eso no es sensato, Harry.

– Teníamos que encontrar su dirección.

No iba a hablarle de su casi fallo. Le dio la dirección y esperó un momento mientras ella lo apuntaba.

– También tengo otro material -dijo-. He hecho unas llamadas.

– Has estado muy ocupado para ser tu primer día en el trabajo. ¿Qué has encontrado?

Explicó a Rider las llamadas telefónicas que había hecho y recibido después de que ella se hubiera ido de la oficina. Rider no hizo preguntas y se quedó en silencio cuando Bosch concluyó.

– Eso te pone al día -dijo Bosch-. ¿Qué opinas, Kiz?

– Creo que puede estar formándose una imagen, Harry.

– Sí, estaba pensando lo mismo. Además, el año, mil novecientos ochenta y ocho. Creo que tenías razón con eso. Quizás estos capullos querían demostrar algo en el ochenta y ocho. El problema es que todo se coló por debajo de la puerta de la UOP. ¿Quién sabe dónde terminó todo esto? Irving probablemente lo echó en el incinerador de pruebas de la DAP.

– No todo. Cuando el nuevo jefe asumió el cargo, pidió una evaluación completa de la situación. Como suele decirse, quería saber dónde estaban enterrados los cadáveres. En cualquier caso, yo no participé en eso, pero me mantuve al corriente y oí que muchos de los archivos de la UOP se guardaron después de que la unidad se desmantelara. Irving puso una buena parte en Archivos Especiales.

– ¿Archivos Especiales? ¿Qué diablos es eso?

– Significa que son de acceso limitado. Necesitas aprobación de dirección. Está todo en el sótano del Parker Center. Sobre todo son investigaciones internas. Cuestiones políticas. Cuestiones peligrosas. Este asunto de Chatsworth no parece que tuviera que clasificarse, a no ser que estuviera relacionado con algo más.

– ¿Como qué?

– Como alguien del departamento o alguien de la ciudad.

Rider se refería a alguien poderoso en la política municipal.

– ¿Puedes acceder y ver si todavía existen algunos archivos? ¿Y tu colega de la sexta? Quizá si él…

– Puedo intentarlo.

– Entonces inténtalo.

– En cuanto pueda. ¿Y tú? Pensaba que ibas a buscar a Robert Verloren esta noche, y ahora oigo que estabas siguiendo a nuestro sospechoso.

– Fui allí, no lo encontré.

Procedió a ponerla al día de su anterior peripecia a través del Toy District, sin mencionar su encuentro con los atracadores. Ese incidente y el fiasco del teléfono detrás de la casa de Mackey no eran cosas que pensara compartir con ella.

– Volveré mañana por la mañana -dijo a modo de conclusión.

– De acuerdo, Harry. Me parece un buen plan. Supongo que cuando tú llegues ya tendré lista la solicitud de orden. Y comprobaré los archivos de la UOP.

Bosch vaciló, pero decidió no guardarse ninguna advertencia o preocupación con su compañera. Miró por el parabrisas a la calle oscura. Oía el silbido de la autovía próxima.

– Kiz, ten cuidado.

– ¿Qué quieres decir, Harry?

– ¿Sabes qué significa que un caso es high jingo?

– Sí, significa que la dirección tiene los dedos en el pastel.

– Exacto.

– ¿Y?

– Y ten cuidado. En este asunto veo a Irving por todas partes. No es muy obvio, pero está ahí.

– ¿Crees que la visita que te hizo en la cafetería no fue una coincidencia?

– No creo en las coincidencias. No como ésa.

Se produjo un silencio un instante antes de que Rider contestara.

– Muy bien, Harry, tendré cuidado. Pero no vamos a dar marcha atrás, ¿de acuerdo? Iremos a donde el caso nos lleve y que pase lo que tenga que pasar. Todo el mundo cuenta o nadie cuenta, ¿recuerdas?

– Exacto. Lo recuerdo. Hasta mañana.

– Buenas noches, Harry.

Ella colgó y Bosch se quedó un buen rato sentado en el coche antes de girar la llave.

19

Bosch arrancó el motor, hizo lentamente un giro de ciento ochenta grados en Mariano y pasó Junto al sendero de entrada que conducía a la casa de Mackey. Todo parecía en calma. No vio luces detrás de las ventanas.

Enfiló hacia la autovía y tomó hacia el este para atravesar el valle de San Fernando hasta el paso de Cahuenga. Por el camino llamó desde el móvil a la central para comprobar el número de la matrícula de la furgoneta Ford junto a la que Mackey había aparcado. Resultó que estaba registrada a nombre de William Burkhart, que tenía treinta y siete años y un historial delictivo que se remontaba a finales de los años ochenta, pero nada en los últimos quince años. La agente le dio a Bosch los códigos penales de California de sus detenciones porque era así como aparecían en el ordenador.

Bosch reconoció de inmediato el asalto con agravante y la recepción de mercancía robada, pero había un cargo en 1988 con un código que no reconoció.

– ¿Hay alguien ahí con un libro de códigos que me pueda decir cuál es éste? preguntó, esperando que la noche fuera lo bastante tranquila para que la agente lo hiciera por sí misma.

Sabía que en la central siempre había ejemplares del código penal porque los agentes llamaban con frecuencia para conseguir las citas adecuadas cuando estaban en las calles.

– Espere.

Bosch esperó. Entretanto, salió por Barham y dobló por Woodrow Wilson para subir la colina que llevaba a su casa.

– ¿Detective?

– Sigo aquí.

– Es un delito de odio.

– De acuerdo. Gracias por buscarlo.

– De nada.

Bosch aparcó en su garaje y paró el motor. El compañero de piso de Mackey, o casero, había sido acusado de un delito de racismo en 1988, el mismo año del asesinato de Rebecca Verloren. William Burkhart era probablemente el mismo Billy Burkhart a quien Sam Weiss había identificado como uno de sus atormentadores. Bosch no sabía cómo encajaba la nueva información, pero sabía que era parte de la misma imagen. Lamentó no haberse llevado a casa el archivo del Departamento Correccional sobre Mackey. Estaba demasiado cansado para volver al centro a buscarlo. Decidió que lo dejaría por esa noche y lo leería de punta a punta cuando volviera a la oficina al día siguiente. También cogería el archivo sobre la detención de delito de odio de William Burkhart.

La casa estaba en silencio cuando llegó. Cogió el teléfono y una cerveza de la nevera y se dirigió a la terraza para ver la ciudad. Por el camino encendió el reproductor de cedés. Ya había un disco en la máquina y enseguida oyó a Boz Scaggs en los altavoces exteriores. Estaba cantando For All We Know.

La canción competía con el sonido ahogado procedente de la autovía. Bosch se fijó en que no había reflectores cortando el cielo desde Universal Studios. Era demasiado tarde para eso. Aun así, la vista era cautivadora de una manera que sólo podía serlo de noche. La ciudad titilaba como un millón de sueños, no todos ellos buenos.

Bosch pensó en llamar a Kiz Rider otra vez y hablarle de la conexión con WiIliam Burkhart, pero decidió dejarlo estar hasta la mañana. Miró la ciudad y se sintió satisfecho con las acciones y los logros del día, pero el high jingo le causaba desazón.

El hombre con el cuchillo no había estado muy desencaminado al llamarlo misionero. Casi tenía razón. Bosch sabía que tenía una misión en la vida, y después de tres años estaba de nuevo en la brecha. Aun así, no podía permitirse creer que todo era bueno. Sabía que, más allá de las luces titilantes y los sueños, había algo que no podía ver. Estaba esperándole.