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«¡Dios mío!» Tenía que ponerse en contacto con Sawyer. Puso la furgoneta en marcha y regresó a la carretera. Un repiqueteo estridente interrumpió sus pensamientos. Miró a su alrededor, en el interior de la furgoneta, buscando la fuente de la que procedía el sonido, hasta que vio el teléfono celular colocado sobre una plancha magnética, sujeta a la parte inferior del tablero de instrumentos. No lo había visto hasta ese momento. ¿Estaba sonando? Su mano descendió automáticamente para contestar y luego se apartó. Finalmente, tomó el teléfono.

– ¿Sí?

– Creía que no tenía la intención de ponerse a jugar -dijo la voz, encolerizada.

– Así era. Y usted se olvidó de mencionar que había colocado un dispositivo de seguimiento en mi bolso, y que sólo esperaba saltar sobre mí.

– Está bien. Hablemos del futuro. Queremos el disquete y nos lo va a traer. ¡Ahora mismo!

– Lo que voy a hacer es colgar. ¡Ahora mismo!

– Yo, en su lugar, no lo haría.

– Mire, si lo que trata de hacer es mantenerme al teléfono para localizarme, no le va a…

La voz de Sidney se interrumpió y todo su cuerpo se puso en tensión al escuchar la voz que sonó al otro lado de la línea.

– ¿Mamá? ¿Mamá?

Con la lengua tan grande como un puño, Sidney no pudo contestar. El pie se apartó del acelerador; los brazos muertos ya no tenían fuerzas para dirigir la furgoneta. El vehículo perdió velocidad y se deslizó hacia un montón de nieve, en la cuneta.

– ¿Mamá? ¿Papá? ¿Vais a venir? -preguntó la voz, que parecía terriblemente asustada.

Sidney, con náuseas en el estómago y todo su cuerpo temblándole incontrolablemente, consiguió hablar.

– Aa… my, cariño.

– ¿Mamá?

– Cariño, soy mamá. Estoy aquí.

Un río de lágrimas recorrió las mejillas de Sidney. Oyó que alguien tomaba el teléfono.

– Diez minutos. Ahora le doy las indicaciones.

– Deje que hable de nuevo con ella…, ¡por favor!

– Ahora la quedan nueve minutos y cincuenta segundos.

A Sidney se le ocurrió un pensamiento repentino. ¿Y si se trataba de una cinta grabada?

– ¿Cómo sé que la tienen realmente ustedes? Eso podría ser una grabación.

– Muy bien. Si quiere correr ese riesgo, no venga.

El que así hablaba parecía estar muy seguro de sí mismo. No había modo alguno de que Sidney estuviera dispuesta a correr ese riesgo. Y la persona que estaba al otro lado de la línea también lo sabía.

– Si le hacen algún daño…

– No nos interesa la niña. Ella no puede identificarnos. Una vez que todo haya terminado, la dejaremos en un lugar seguro. -Hizo una pausa, antes de añadir-: Usted, sin embargo, no se unirá a ella. Sus lugares de seguridad se han agotado.

– Déjela en libertad. Se lo ruego. Sólo es una niña.

Sidney temblaba tanto que apenas si podía mantener el teléfono apretado junto a la boca.

– Será mejor que anote la dirección que le voy a dar. No querrá perderse, ¿verdad? Si no aparece, no quedará ningún trozo de su hija que pueda identificar.

– Iré -dijo con voz ronca, y la comunicación se interrumpió.

Regresó a la carretera. Un pensamiento repentino cruzó por su mente. ¡Su madre! ¿Dónde estaba su madre? La sangre parecía estar congelándose en sus venas, mientras mantenía las manos aferradas al volante. Otro sonido de repiqueteo invadió el interior de la furgoneta. Con mano temblorosa, Sidney tomó el teléfono, pero allí no había nadie. De hecho, el repiqueteo era diferente. Volvió a salir de la carretera y buscó desesperadamente por todas partes. Finalmente, su mirada se detuvo sobre el asiento situado junto a ella. Miró su bolso y, lentamente, introdujo la mano y extrajo el objeto. Escrito sobre la pequeña pantalla del busca aparecía un número de teléfono que no reconoció. Se dispuso a apagar el dispositivo. Probablemente, era un número equivocado. No podía imaginar que alguien de la empresa de abogados o un cliente trataran de ponerse en contacto con ella; acababa de abandonar la asesoría legal. ¿Podría tratarse de Jason? Si era Jason, el momento elegido para llamarla sería el peor de todos. El dedo permaneció situado sobre el botón de borrado. Finalmente, se colocó el busca sobre el regazo, tomó el teléfono celular y marcó el número que aparecía en la pequeña pantalla.

La voz que brotó desde el otro extremo de la línea fue suficiente para que contuviera la respiración. Por lo visto, aún podían ocurrir milagros.

El edificio principal de la mansión de vacaciones estaba a oscuras y su alejamiento parecía todavía más intenso gracias a la muralla de frondosos árboles de hoja perenne que había por delante. Cuando la furgoneta entró en el largo camino de acceso, dos guardias armados surgieron ante el camino de entrada para salir a su encuentro. La ventisca había disminuido considerablemente su intensidad durante los últimos minutos. Por detrás de la casa, las oscuras y tenebrosas aguas del Atlántico asaltaban la costa.

Uno de los guardias se apartó de un salto cuando la furgoneta continuó avanzando hacia ellos, sin hacer la menor señal de detenerse.

– ¡Mierda! -gritó, al tiempo que los dos hombres se apartaban apresuradamente del camino. La furgoneta pasó ante ellos, cruzó la puerta delantera, aplastándola, y se detuvo bruscamente, todavía con las ruedas girando, al golpear contra una pared interior de más de un metro de espesor. Un momento más tarde, varios hombres fuertemente armados rodearon la furgoneta y arrancaron la dañada puerta. No había nadie dentro de la furgoneta. Las miradas de los hombres se dirigieron hacia el receptáculo donde tendría que haber estado el teléfono celular. El teléfono se encontraba por completo bajo el asiento delantero, y el cordón era invisible bajo la débil iluminación del techo. Probablemente, pensaron que el teléfono se había desprendido a causa del impacto, en lugar de haber sido deliberadamente colocado allí.

Sidney, mientras tanto, entró en la casa por la parte de atrás. Cuando el hombre le dio la dirección del lugar, Sidney lo reconoció en seguida. Ella y Jason habían estado allí varias veces y estaba muy familiarizada con el plano del interior. Tomó por un atajo y llegó en la mitad de tiempo que le habían indicado los secuestradores de su hija. Utilizó aquellos preciosos minutos de más para atar el volante y el acelerador de la furgoneta con una cuerda que encontró en la parte trasera del vehículo. Ahora, aferraba la pistola, con el dedo posado ligeramente sobre el gatillo, mientras recorría las habitaciones a oscuras de la mansión. Estaba bastante segura, al menos con un noventa por ciento de probabilidades, de que Amy no se encontraba allí. Ese diez por ciento de duda fue lo que le indujo a utilizar la furgoneta como una diversión para poder realizar un intento de rescate de su hija, por improbable que fuese. No se hacía ilusiones. Si aquellos hombres tenían a Amy en su poder, no la dejarían en libertad.

Por encima de ella, escuchó el sonido de voces airadas y de pasos que corrían hacia la parte delantera de la casa. Volvió la cabeza hacia la izquierda cuando unos pasos resonaron por el pasillo. Esa persona no corría, y su paso era lento y metódico. Se ocultó entre las sombras y esperó a que pasara. En cuanto lo hubo hecho, le apretó el cañón de la pistola directamente contra la nuca.

– Si haces un solo movimiento, estás muerto -le dijo con una fría determinación-. Las manos encima de la cabeza.

Su prisionero la obedeció. Era alto, de hombros anchos. Lo palmeó en busca de su arma y la encontró en la funda que le colgaba del hombro. Se introdujo la pistola del hombre en el bolsillo de la chaqueta y lo empujó hacia delante. La gran habitación que se encontraba por delante se hallaba bien iluminada. Sidney no pudo escuchar ningún sonido procedente de aquel espacio, pero no creía que el silencio durara mucho tiempo. Pronto imaginarían cuál había sido su estratagema, si es que no lo habían hecho ya. Empujó al hombre para que se apartara de la luz y lo dirigió por un pasillo en penumbras.