Изменить стиль страницы

El restaurante que Sidney había mencionado en su conversación telefónica estaba lleno de clientes hambrientos. A dos manzanas de distancia del punto de encuentro acordado, el Cadillac, con las luces apagadas, se hallaba aparcado junto al bordillo de la acera, cerca de la impresionante copa de un árbol de hoja perenne, rodeado por una valla de hierro forjado que llegaba hasta la altura de la pantorrilla. El interior del Cadillac estaba a oscuras, y la silueta del conductor apenas si era visible.

Dos hombres avanzaron con rapidez por la acera, mientras que otra pareja lo hacía por la acera contraria. Uno de ellos miraba un pequeño instrumento que sostenía en las manos; la pequeña pantalla de color ámbar tenía grabada una rejilla. Una luz roja aparecía brillantemente iluminada sobre la pantalla, señalando directamente hacia la posición del Cadillac. Los hombres se acercaron con rapidez al vehículo. Un arma se asomó a través del hueco donde antes había estado la ventanilla del lado del pasajero. Al mismo tiempo, otro hombre abrió de golpe la portezuela del lado del conductor. Los pistoleros miraron con asombro al conductor: una fregona, que llevaba encima una chaqueta de cuero, con una gorra de béisbol colocada hábilmente en lo alto.

La furgoneta blanca estaba aparcada en el cruce de las calles Chaplain y Merchant, con el motor encendido. El conductor miró su reloj, escudriñó la calle y luego encendió los faros dos veces. En el fondo de la furgoneta, Bill Patterson estaba tumbado en el suelo, atado de pies y manos, con la boca tapada por una cinta adhesiva. El conductor volvió la cabeza bruscamente cuando se abrió de golpe la puerta del pasajero y una pistola de nueve milímetros le apuntó directamente a la cabeza. Sidney subió a la furgoneta. Ladeó la cabeza hacia atrás para asegurarse de que su padre estaba bien. Ya lo había visto por la ventanilla de atrás cuando distinguió la furgoneta, apenas un minuto antes. Imaginó que tenían que estar preparados para entregarle realmente a su padre.

– Deja tu arma en el suelo. Cógela por el cañón. Si tu dedo se acerca al gatillo, vaciaré todo el cargador en tu cabeza. ¡Hazlo! -El conductor se apresuró a hacer lo que se le ordenaba-. ¡Y ahora, fuera de aquí!

– ¿Qué?

Adelantó el cañón de la pistola hasta colocarlo contra la nuca, donde presionó dolorosamente contra una vena.

– ¡Sal de aquí!

Cuando el hombre abrió la puerta y le dio la espalda, Sidney levantó las piernas sobre el asiento, las hizo retroceder y le propinó un empujón con todas sus fuerzas. El hombre cayó de bruces sobre el pavimento. Sidney cerró la portezuela, saltó al asiento del conductor y apretó el acelerador. Las ruedas de la furgoneta ennegrecieron la nieve blanca y luego salieron disparadas.

Diez minutos después de haber salido de la ciudad, Sidney detuvo la furgoneta, saltó a la parte trasera y desató a su padre. Los dos permanecieron un rato abrazados, con los cuerpos temblorosos a causa de encontradas emociones de temor y alivio.

– Necesitamos otro coche. No me fío de ellos. Seguramente han instalado un dispositivo de seguimiento también en éste. Y, de todos modos, andarán buscando la furgoneta -dijo Sidney mientras volvían a la carretera.

– Hay un negocio de alquiler de coches a unos cinco minutos. Pero ¿por qué no acudimos a la policía, Sid? -preguntó su padre, frotándose las muñecas.

Los ojos hinchados y los nudillos agrietados demostraban la resistencia que había ofrecido el viejo. Sidney respiró profundamente y le miró.

– Papá, no sé qué hay en ese disquete. Si no es suficiente para…

Su padre la miró y empezó a darse cuenta de que, después de todo, podía perder a su hija.

– Será suficiente, Sidney. Si Jason se tomó la molestia de enviártelo, tiene que ser suficiente.

Ella le sonrió, pero su expresión se hizo sombría.

– Tenemos que separarnos, papá.

– No te dejaré de ningún modo.

– El hecho de que estés conmigo te convierte ahora en una molestia. Pero te diré una cosa: no iré a la cárcel.

– Eso no me importa lo más mínimo.

– Está bien. ¿Qué me dices entonces de mamá? ¿Qué le sucederá a ella? ¿Y a Amy? ¿Quién estará a su lado para protegerlas?

Patterson se dispuso a decir algo, pero se detuvo. Frunció el ceño y miró por la ventanilla. Finalmente, la miró a ella.

– Iremos juntos a Boston y luego hablaremos del asunto. Si entonces todavía quieres que nos separemos, que así sea.

Mientras Sidney permanecía sentada en la furgoneta, Patterson entró en el local de alquiler de coches. Al salir, pocos minutos más tarde, y acercarse a la furgoneta, Sidney bajó la ventanilla.

– ¿Lo has alquilado? -le preguntó Sidney.

– Lo tendrán preparado en cinco minutos -asintió Patterson-. He conseguido un espacioso cuatro puertas. Puedes dormir en la parte trasera. Yo conduciré. Estaremos en Boston en cuatro o cinco horas.

– Te quiero, papá.

Sidney volvió a subir la ventanilla y, ya con la furgoneta en marcha, se alejó. Su asombrado padre corrió tras ella, pero la furgoneta desapareció rápidamente de la vista.

– ¡Santo Dios! -exclamó Sawyer, que miró por la ventanilla, con una visibilidad casi nula-. ¿No podemos ir más de prisa? -le gritó al policía a través de la ventanilla.

Ya habían visto los destrozos de la casa de los Patterson, en la playa, y ahora buscaban desesperadamente a Sidney Archer y a su familia por todas partes.

El policía le gritó:

– Si vamos más de prisa, terminaremos muertos en alguna zanja.

«Muertos. ¿Es así como estará ahora Sidney Archer?» Sawyer miró su reloj. Se metió la mano en el bolsillo, en busca de un cigarrillo. Jackson le miraba.

– Maldita sea, Lee, no empieces a fumar aquí. Tal como están las cosas, ya es bastante difícil respirar.

Los labios de Sawyer se abrieron al tocar el delicado objeto que llevaba en el bolsillo. Luego, extrajo lentamente la tarjeta.

Cuando Sidney salió de la ciudad, decidió mantener controladas sus emociones y dejar que actuaran hábitos adquiridos desde hacía mucho tiempo. Durante lo que le pareció una eternidad, no había hecho sino reaccionar ante una serie de crisis, sin tener la oportunidad de pensar bien las cosas. Era abogada y se la había formado para ver los hechos lógicamente, para considerar los detalles y luego trabajar con ellos para formarse una imagen general. Desde luego, disponía de cierta información con la que empezar. Jason había trabajado con los datos de Tritón para alcanzar el acuerdo con CyberCom. Eso lo sabía con toda seguridad. Jason había desaparecido en circunstancias misteriosas, y le había enviado un disquete que contenía cierta información. Eso también era un hecho. Jason no vendía secretos a la RTG, no con Brophy formando parte del paisaje. Eso también lo tenía claro. Y luego estaban los datos financieros. Aparentemente, Tritón se había limitado a entregarlos. Entonces ¿por qué aquella escena en la reunión que hubo en Nueva York? ¿Por qué había exigido Gamble hablar con Jason acerca de su trabajo con los datos, sobre todo después de haberle enviado un mensaje electrónico felicitándolo por un trabajo bien hecho? ¿Por qué tomarse tantas molestias para hablar con Jason por teléfono? ¿Por qué colocarla a ella en una situación como aquélla?

Disminuyó la marcha y salió de la carretera. A menos que, ya desde el principio, el intento consistiera en situarla en una posición insostenible. En hacerla aparecer como una embustera. Las sospechas la habían seguido desde ese mismo instante. ¿Qué había exactamente en aquellos datos del almacén? ¿Eran los mismos que estaban en el disquete? ¿Se trataba de algo que Jason había descubierto? Esa noche, la limusina de Gamble la había llevado hasta su casa; evidentemente, deseaba algunas respuestas. ¿Podría haber estado intentando acaso descubrir si Jason se lo había contado todo a ella?

Tritón había sido un cliente desde hacía varios años. Se trataba de una empresa grande y poderosa, con un oscuro pasado. Pero ¿cómo se relacionaba eso con todas las demás cosas? Las muertes de los hermanos Page. Tritón superando a la RTG en el acuerdo con CyberCom. Mientras Sidney pensaba una vez más en aquel horrible día en Nueva York, algo pareció conectarse en su mente. Irónicamente, tuvo el mismo pensamiento que Lee Sawyer había tenido antes, pero por una razón diferente: una representación.