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– ¿Y tienes ya alguno de esos nombres?

– Me estoy acercando -dijo Baltrus-. Sólo necesito una orden judicial para yenta-match.com.

– ¿Crees que un juez la dará?

– La única identidad que conocemos a la que Wu accedió recientemente es la de la página de yenta-match. Creo que estaba buscando a su próxima víctima. Si conseguimos el nombre que empleó y el de la persona con quien mantuvo contacto…

– Sigue investigando.

– Eso haré.

Veronique Baltrus se marchó deprisa. Pese a lo mal que le parecía -al fin y al cabo era su jefe-, Perlmutter la miró irse con un anhelo que le recordó a Marion.

32

Al cabo de diez minutos, el chófer de Carl Vespa -el infame Cram- se reunió con Grace a dos manzanas de la escuela.

Cram llegó a pie. Grace no sabía cómo ni dónde había dejado su coche. Estaba de pie, mirando la escuela desde lejos, cuando sintió que alguien le tocaba el hombro. Dio un respingo y se le aceleró el corazón. Al volverse y verle la cara, en fin… la imagen no era precisamente tranquilizadora.

Cram enarcó una ceja.

– ¿Ha llamado por teléfono?

– ¿Cómo ha llegado?

Cram hizo un gesto de negación con la cabeza. De cerca, ahora que Grace pudo verlo mejor, el hombre era incluso más siniestro de lo que recordaba. Tenía la cara picada de viruela. La nariz y la boca parecían el hocico de un animal, sobre todo con esa sonrisa de depredador marino puesta en piloto automático. Cram era mayor de lo que ella se había pensado; debía de rondar los sesenta. Pero era enjuto y nervudo. Tenía esa mirada extraviada que ella siempre había relacionado con la psicosis grave, pero en aquel momento ese elemento de peligro le resultaba reconfortante; era la clase de hombre que uno querría tener a su lado en una madriguera y sólo allí.

– Cuéntemelo todo -dijo Cram.

Grace empezó por Scott Duncan y siguió con su visita al supermercado. Le contó lo que le había dicho el hombre sin afeitar, que se había ido a toda prisa por el pasillo y que llevaba la fiambrera de Batman. Cram masticaba un mondadientes. Tenía los dedos delgados. Las uñas demasiado largas.

– Descríbamelo.

Grace hizo lo que pudo. Cuando acabó, Cram escupió el palillo y meneó la cabeza.

– ¿Era de verdad? -preguntó.

– ¿Qué?

– ¿Una cazadora de Members Only? ¿En qué año estamos? ¿En 1986?

Grace no se rió.

– Ahora está a salvo -dijo él-. Sus hijos están a salvo.

Ella le creyó.

– ¿A qué hora salen?

– A las tres.

– Bien. -Miró la escuela con los ojos entornados-. Dios mío, cómo odiaba este lugar.

– ¿Usted fue a esta escuela?

– Me gradué en Willard en 1957.

Grace intentó imaginárselo de niño yendo a esa escuela. Le fue imposible. Él empezó a alejarse.

– Espere -dijo ella-. ¿Qué quiere que haga?

– Recoja a sus hijos. Llévelos a casa.

– ¿Y usted dónde estará?

Cram la miró con una sonrisa más amplia.

– Por ahí.

Y desapareció.

Grace esperó junto a la valla. Las madres empezaron a llegar, a agruparse y charlar. Grace se cruzó de brazos, intentando emitir vibraciones que las ahuyentaran. Algunos días podía participar en el parloteo. Ése no era uno de ellos.

Sonó el móvil. Se lo acercó al oído y contestó.

– ¿Has captado el mensaje?

Era una voz de hombre, distorsionada de algún modo. Grace sintió un cosquilleo en el cuero cabelludo.

– Para de buscar, para de hacer preguntas, para de enseñar la foto, o nos llevaremos primero a Emma.

Un chasquido.

Grace no gritó. No gritaría. Guardó el teléfono. Le temblaban las manos. Se las miró como si pertenecieran a otra persona. No podía controlar el temblor. Sus hijos saldrían pronto. Se metió las manos en los bolsillos e intentó forzar una sonrisa. Imposible. Se mordió el labio inferior y se obligó a contener el llanto.

– Oye, ¿estás bien?

Grace se sobresaltó al oír la voz. Era Cora.

– ¿Qué haces aquí? -preguntó Grace. Las palabras salieron de ella con demasiada brusquedad.

– ¿Tú qué crees? He venido a buscar a Vickie.

– Pensaba que estaba con su padre.

Cora la miró confusa.

– Sólo anoche. Esta mañana la ha dejado en la escuela. Santo cielo, ¿qué ha ocurrido?

– No puedo hablar de ello.

Cora no supo cómo tomárselo. Sonó el timbre. Las dos mujeres se volvieron. Grace no sabía qué pensar. Sabía que Scott Duncan se había equivocado con respecto a Cora -es más, ahora sabía que Duncan era un mentiroso- y sin embargo, una vez planteada la sospecha sobre su amiga, no conseguía quitársela de la cabeza.

– Oye, estoy asustada, ¿vale?

Cora asintió. Vickie salió primero.

– Si me necesitas…

– Gracias.

Cora se alejó sin decir nada más. Grace esperó sola, buscando los rostros familiares entre el torrente de niños que cruzaban la puerta. Emma salió al sol y se protegió los ojos con la mano. Cuando vio a su madre, sonrió de oreja a oreja. La saludó con un gesto.

Grace reprimió un grito de alivio. Se agarró con los dedos a la alambrada, conteniéndose para no salir corriendo y coger a Emma en brazos.

Cuando Grace, Emma y Max llegaron a casa, Cram ya estaba en la entrada.

Emma miró a su madre con semblante inquisitivo, pero antes de que Grace pudiera contestar, Max salió disparado hacia la puerta. Se paró en seco delante de Cram y estiró el cuello para ver la sonrisa de depredador marino.

– Hola -saludó Max a Cram.

– Hola.

– Tú eres el que conducía aquel coche tan grande, ¿verdad?

– Sí -contestó Cram.

– ¿Te mola, conducir un coche tan grande?

– Mucho.

– Yo me llamo Max.

– Y yo Cram.

– Un nombre chulo.

– Sí, sí que lo es.

Max cerró el puño y lo levantó. Cram lo imitó y luego chocaron los nudillos en una versión moderna del saludo de la palmada. Grace y Emma se acercaron por el camino.

– Cram es un amigo de la familia -dijo Grace-. Va a echarme una mano.

A Emma eso no le gustó.

– ¿A echarte una mano en qué? -Miró a Cram con cara de asco, cosa que, en esas circunstancias, era comprensible a la vez que grosero, pero no era el mejor momento para corregir modales-. ¿Dónde está papá?

– Se ha ido de viaje por trabajo -contestó Grace.

Emma no dijo nada más. Entró en la casa y corrió escalera arriba.

Max miró a Cram entrecerrando los ojos.

– ¿Puedo preguntarte algo?

– Claro -contestó Cram.

– ¿Todos tus amigos te llaman Cram?

– Sí.

– ¿Sólo Cram?

– Una sola palabra. -Movió las cejas-. Como Cher o Fabio.

– ¿Quién?

Cram se rió.

– ¿Por qué te llaman así? -preguntó Max.

– ¿Por qué me llaman Cram?

– Sí.

– Por mis dientes. -Abrió la boca. Cuando Grace se armó de valor para mirar, se le ofreció a la vista una imagen que parecía el delirante experimento de un ortodoncista trastornado. Tenía todos los dientes apretujados en el lado izquierdo, casi apilados. Parecía haber demasiados. Por el contrario, en el lado derecho, se sucedían las cavidades vacías y rosadas allí donde debían estar los dientes-. Cram * -dijo-. ¿Lo ves?

– ¡Hala! -exclamó Max-. Cómo mola.

– ¿Quieres saber cómo se me pusieron los dientes así?

A eso respondió Grace.

– No, gracias.

Cram la miró.

– Buena respuesta.

Cram. Grace echó otro vistazo a aquellos diminutos dientes. Tictac habría sido un apodo más adecuado.

– Max, ¿tienes deberes?

– Va, mamá.

– Ahora mismo -ordenó ella.

Max miró a Cram.

– Me voy -dijo-. Luego seguimos hablando.

Compartieron otro saludo con los puños y los nudillos antes de que Max se fuera corriendo con el abandono propio de un niño de seis años. Sonó el teléfono. Grace miró el visor para ver quién llamaba. Era Scott Duncan. Decidió dejar que saltara el contestador: era más importante hablar con Cram. Pasaron a la cocina. Había dos hombres sentados a la mesa. Grace se paró en seco. Ninguno de los dos la miró. Hablaban en susurros. Grace estuvo a punto de decir algo, pero Cram le hizo una seña para que saliera al jardín.

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* En inglés, «apretujado». (N. de los T.)