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Existe hoy una copia perfecta de una biblioteca desarmable hecha de cedro, que se encontró en Ch'angshu, Kiangsu. Las bibliotecas seccionales son comunes en Occidente, pero lo novedoso en ésta es que sus secciones están hechas de tal modo que cuando se las desarma se puede colocar una dentro de otra, y el total no ocupa más espacio que una valija grande. Tal como está armada, parece una biblioteca sumamente moderna. Pero es posible modificarla de manera de hacer dos o tres bibliotecas pequeñas, de doce, dieciocho o veinticuatro pulgadas de largo, para ponerlas junto a las camas o los sofaes, en lugar de una sola biblioteca situada siempre en un mismo punto de la habitación.

El ideal de los interiores chinos consiste en las dos ideas de sencillez y espacio. Una habitación bien arreglada tiene siempre pocos muebles, que son, por lo común, de caoba, con la superficie muy lustrada y de líneas sencillas, generalmente curvadas en los extremos. La caoba se lustra a mano, y esta diferencia en el lustre, que significa enorme mano de obra, importa una gran diferencia de precio. Generalmente se pone una mesa larga, sin cajones, junto a una pared, y sobre ella un gran jarrón "hígado". En otro rincón quizá haya uno, dos o tres pedestales de caoba, para floreros o adornos, de distinta altura todos, y quizá unos pocos banquillos que tienen enredadas raíces como patas. A un lado hay una biblioteca o gabinete, con secciones de diversas alturas y niveles, que le dan un efecto extrañamente moderno. Y en la pared hay apenas uno o dos pergaminos, ya sea de caligrafía, para mostrar la alegría pura del movimiento del pincel, o de pintura, con más espacio vacío que pinceladas. Y como la pintura misma, el cuarto debe ser k'ungling, o "vacío vivo". El factor más distintivo del diseño de una casa china es el patio con piso de piedra, similar en efecto a un claustro español, y que simboliza la paz, la quietud y el reposo.

CAPITULO X. EL GOCE DE LA NATURALEZA

I. ¿PARAÍSO PERDIDO?

Es curioso que entre las mil creaciones del planeta, mientras toda la vida vegetal se ve impedida de tomar una actitud hacia la Naturaleza y prácticamente todos los animales se encuentran también vedados de tener una "actitud", por así decirlo, haya una criatura llamada hombre que tiene a la vez conciencia de sí mismo y conciencia de lo que le rodea y que, por lo tanto, puede adoptar una actitud hacia ello. La inteligencia del hombre empieza por interrogar al universo, explorar sus secretos y encontrar su significado. Hay una actitud científica y otra moral hacia el universo. El hombre científico se interesa por encontrar la composición química del interior y de la costra de la tierra en que vive, el espesor de la atmósfera que la rodea, la cantidad y la naturaleza de los rayos cósmicos que andan disparados por las capas superiores de la atmósfera, la formación de sus montañas y sus rocas, y la ley que rige la vida en general. Este interés científico tiene una relación con la actitud moral, pero en sí mismo no es más que el deseo de conocer y explorar. La actitud moral, en cambio, varía mucho, pues a veces es de armonía con la naturaleza, a veces de conquista y sojuzgamiento, o de dominio y utilización, y a veces de altanero desdén. Esta última actitud de altanero desdén hacia nuestro planeta es un producto muy curioso de la civilización y de ciertas religiones en particular. Nace de la ficción del "Paraíso Perdido" que, extraña decirlo, se acepta generalmente hoy como cierta, como resultado de una primitiva tradición religiosa.

Es asombroso que nadie ponga en duda jamás la verdad del relato sobre un Paraíso perdido. Después de todo, ¿cómo era de hermoso el Jardín del Edén, y cómo es de feo el actual universo físico? ¿Han cesado de florecer las plantas desde que pecaron Eva y Adán? ¿Ha maldecido Dios al manzano y le ha prohibido que tenga frutos porque pecó un hombre, o ha decidido que sus pimpollos sean de colores más feos, más pálidos? ¿Han cesado de cantar las oropéndolas y los ruiseñores y las alondras? ¿No hay ya nieve en la cima de las montañas ni reflejos en los lagos? No hay ya rosadas puestas de sol, ni arcoiris, ni amaneceres sobre las aldeas; no hay cataratas y arroyos cantarines; no hay árboles umbríos? ¿Quiénes, pues, inventaron el mito de que el "Paraíso" estaba "perdido" y que hoy vivimos en un feo universo? En realidad, somos desagradecidos y malcriados hijos de Dios.

Hay que escribir una parábola sobre este hijo malcriado. Érase que se era un hombre cuyo nombre no mencionaremos todavía. Llegó hasta Dios y se quejó de que este planeta no era bastante para él, y dijo que quería un Cielo de Perladas Puertas. Y Dios señaló primero a la luna en el cielo y le preguntó si no era un buen juguete, y él sacudió la cabeza. Dijo que no quería mirarlo siquiera. Entonces Dios señaló a las colinas azuladas, en la distancia, y le preguntó si no tenían hermosas líneas, y él dijo que eran vulgares y ordinarias. Luego Dios mostró los pétalos de la orquídea y el pensamiento, y le pidió que extendiera los dedos y tocara la aterciopelada superficie, y le preguntó si no eran exquisitos los colores, y el hombre dijo: "No". En su infinita paciencia. Dios le llevó a un acuario y le mostró los gloriosos colores y formas de los peces hawaianos, y el hombre dijo que no le interesaban. Dios le llevó entonces bajo un árbol umbrío y ordenó que soplara una fresca brisa y preguntó si no era deleitable aquello, y otra vez respondió el hombre que no le hacía impresión alguna. Después Dios le condujo a un lago en la montaña y le mostró la luz en el agua, el sonido de los vientos que silbaban en un pinar, la serenidad de las rocas y los bellos reflejos en el lago, y el hombre dijo que todavía no estaba complacido. Con la idea de que esta criatura Suya no era de temperamento tranquilo y quería vistas más excitantes, Dios le llevó entonces a la alto de los Andes, al Gran Cañón del Colorado, a cavernas con estalactitas y estalagmitas, y géisers y médanos de arena, y los cactos con formas de dedos de hadas en un desierto, y la nieve del Himalaya, y los riscos de la Garganta del Yangtsé, y los picos de granito de los Montes Amarillos, y la pasmosa Catarata.del Niágara, y le preguntó si no había hecho Dios todo lo posible por hacer hermoso este planeta, por deleitarle los ojos y los oídos y el estómago, y el hombre siguió clamando por un Cielo de Perladas Puertas.

– Este planeta -dijo el hombre- no es bastante para mí.

– ¡Presuntuoso y desagradecido! -contestó Dios-. ¿De modo que este planeta no es bastante para ti? Te enviaré, pues, al Infierno, donde no verás el paso de las nubes ni la flor de los árboles, ni escucharás el canto de los manantiales, y por siempre jamás vivirás allí, hasta el fin de tus días.

Y Dios le envió a vivir en un departamento de la ciudad. El hombre se llamaba Cristiano.

Es evidente que este hombre es muy difícil de complacer. Existe la duda de que Dios pueda crear un cielo que le satisfaga. Estoy seguro de que, con su complejo de millonario, quedará bastante harto de la Perladas Puertas, durante su segunda semana en el Cielo, y Dios no sabrá qué hacer para inventar algo que complazca a su hijo malcriado. Debe ser cosa generalmente aceptada ya, que la astronomía moderna, al explorar todo el universo visible, nos va forzando a aceptar esta tierra como un cielo, y el Cielo que soñamos debe ocupar espacio, y por ocupar espacio, debe estar entre las estrellas del firmamento, a menos que esté en el vacío interestelar. Y como ese Cielo tiene que encontrarse en alguna estrella, con o sin lunas, mi imaginación no alcanza a concebir un planeta mejor que el nuestro. Es claro que quizá haya una docena de lunas en lugar de una sola, que sean de distintos colores, rosado, púrpura, azul de Prusia, verde, naranja, topacio, aguamarina y turquesa, y que también haya arcoiris mejores y más frecuentes. Pero sospecho que un hombre a quien no satisface una luna se cansará también de una docena, y si no le complace alguna escena de nieve o arcoiris también se cansará de arcoíris mejores y más frecuentes. Tal vez haya seis estaciones por año, en lugar de cuatro, y alguna hermosa alternación de primavera y verano y día y noche, pero no advierto qué diferencia puede hacer esto. ¿Si no goza uno de la primavera y el verano en la tierra, cómo puede gozar de la primavera y el verano en el Cielo? Debo estar hablando ahora como un gran tonto o como un hombre sumamente sabio, pero lo cierto es que no comparto el deseo budista o cristiano de escapar a los sentidos y a la materia física presumiendo que hay un cielo que no ocupa espacio y está construido de puro espíritu. En cuanto a mí, prefiero vivir en este planeta que en cualquier otro. De seguro que nadie puede decir que es estancada y monótona la vida en este planeta. Si no satisface a un hombre la variedad del tiempo y el cambio de colores en el cielo, el exquisito sabor de las frutas que aparecen por rotación en estaciones diferentes, y las flores que se abren por rotación en los distintos meses, ese hombre haría mejor en suicidarse y no tratar de seguir la inútil caza de un Cielo imposible, que acaso satisfaga a Dios pero nunca satisfará al hombre.