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La razón por la que no me gustan los dictadores es que son inhumanos, y todo lo que sea inhumano es malo. Una religión inhumana no es religión, una política inhumana es una política tonta, un arte inhumano es solamente mal arte y una manera inhumana de vivir es la manera de vivir que tiene la bestia. Esta prueba del humanismo es universal y puede ser aplicada a todos los aspectos de la vida y todos los sistemas de pensamiento. El más grande ideal a que puede aspirar un hombre no es el de ser un dechado de virtudes, sino el de constituir un ser humano afable, agradable y razonable.

Mientras los chinos pueden enseñar muchas cosas sobre el té a los occidentales, los occidentales pueden enseñarles a los chinos acerca del vino. Un chino se sorprende fácilmente ante la variedad de botellas y etiquetas cuando entra en una tienda de vinos en Occidente, porque, en su país, en cualquier sitio que se encuentre ve shaohsing, más shaohsing y nada más que shaohsing. Hay seis o siete variedades más, y hay también licores destilados del mijo, el kaoliang, además de la clase de vinos medicinales, pero la lista pronto se agota. Los chinos no han logrado la fineza de servir vinos diferentes con diferentes platos de comida. Por otra parte, la popularidad del shaohsing es tal en el lugar que da su nombre a este vino, que tan pronto como nace una niña sus padres hacen una jarra de vino, de modo que para cuando se case tenga por lo menos una jarra de vino de veinte años como parte de su ajuar. De ahí proviene el nombre huaitao, el nombre exacto de este vino, que significa "floralmente adornado", por los adornos de la jarra.

Los chinos compensan esta falta de variedad de vinos con una mayor insistencia en el momento y el ambiente en que se debe beber. El sentimiento en cuanto al vino es esencialmente correcto. El contraste entre el vino y el té se expresa en esta forma: "El té se parece al recluso, y el vino al caballero; el vino es para la buena camaradería, y el té para el hombre de callada virtud". Al especificar los estados de ánimo y los lugares adecuados para beber, un escritor chino dice: "El acto formal de beber debe ser lento y ocioso; beber sin restricciones debe tener algo de elegante y romántico; un enfermo debe beber poca cantidad, y una persona triste debe beber hasta embriagarse. Beber en primavera debe tener lugar en un patio, en el verano en las afueras de la ciudad, en otoño en un bote y en invierno en la casa, y de noche se debe gozar la bebida en presencia de la luna".

Otro escritor dice: "Hay un momento y un lugar adecuados para embriagarse. Uno debe embriagarse ante las flores, de día, a fin de asimilar sus luces y colores; y uno debe embriagarse con la nieve, de noche, a fin de despejar las ideas. El hombre que se embriaga cuando se siente feliz por un triunfo debe cantar, a fin de armonizar su espíritu; y el hombre que se embriaga en una fiesta de despedida debe pulsar una nota musical, a fin de fortalecer su espíritu. Un sabio embriagado debe tener cuidado de su conducta, a fin de evitar humillaciones; y un militar ebrio debe pedir vino en abundancia y poner más banderas, a fin de aumentar su esplendor militar. En una torre se debe beber en verano, a fin de aprovechar el ambiente fresco; y en el agua se debe beber en otoño, a fin de aumentar la sensación de jubilosa libertad. Estas son las debidas formas de beber, en cuanto a estados de ánimo y escenario, y violar estas reglas es perder el placer de la bebida."

La actitud china en cuanto al vino y al comportamiento durante un festín de vino es incomprensible o reprensible para mí, en parte, y en parte elogiosa. La parte reprensible es la costumbre de buscar el placer de obligar a un hombre a que beba allende su capacidad. No creo que exista esa práctica, o que sea común, en la sociedad occidental. Es usual, entre bebedores, poner un valor místico en la mera cantidad de la bebida, ya sea la que uno consume o la que consumen todos. No hay duda que se desprende cierta hilaridad de ello, y esta incitación a beber se hace con espíritu juguetón o amistoso, lo cual da generalmente por resultado mucho ruido y escándalo y confusión, que se suman a lo divertido de la ocasión. Es hermoso ver cuando la compañía llega a un estado en que todos se olvidan de sí y los invitados gritan pidiendo más vino o abandonan o cambian sus sitios, y nadie recuerda quién es el dueño de casa y quiénes los invitados. Esto degenera comúnmente en un desafío a quién bebe más, que juegan todos con gran orgullo y sutileza y finura, y siempre con el deseo de ver al contrario bajo la mesa. Hay que tener cuidado de que no se hagan trampas, y precaverse de las tácticas engañosas del contrario. Probablemente en esto está la diversión, en el espíritu de lucha.

El aspecto elogioso de esta costumbre de beber reside en el ruido. Comer en un restaurante chino hace pensar a veces que está uno en un partido de fútbol. ¿Cómo se produce ese volumen de ruido, y de dónde vienen esos ruidos con hermoso ritmo, que parecen vítores y gritos en un match de fútbol? La respuesta está en la costumbre de los "dedos adivinadores", en que cada una de las partes eleva cierto número de dedos simultáneamente con el adversario y grita el número de la suma total de los dedos que opina alzarán las dos partes. Los números, "uno, dos, tres, cuatro", etcétera, se dan en frases poéticas, polisilábicas, como "siete estrellas" (Ch'ich'iao, la constelación, la Osa Mayor), u "ocho caballos", u "ocho inmortales cruzando el mar". La necesidad de una acción perfectamente oportuna y simultánea al levantar los dedos fuerza a las frases en claros compases, en los cuales hay que comprimir las sílabas variables, y durante el intervalo se acompaña esto con una frase introductora, fija, que ocupa otro compás musical, de manera que la canción se lleva rítmicamente, sin interrupciones, hasta que una de las partes hace una conjetura correcta y la otra parte tiene que beber una copa llena, grande o pequeña, o dos o tres, según se haya convenido previamente. Adivinar el total no es sólo una ciega conjetura, sino que se basa en la observación de la costumbre que tiene el rival de seguir o alternar los números, y exige un rápido proceso mental. La diversión y el impulso del juego dependen enteramente de la velocidad y del ritmo ininterrumpido de los jugadores.

Hemos llegado al punto exacto relativo al concepto de una fiesta de vino, porque solamente con ello se da una explicación satisfactoria de la duración de un festín chino, el número de platos y el método de servicio. No se sienta uno a un festín para comer, sino para pasar un buen rato, como es el de decir cuentos y bromas y toda clase de rompecabezas literarios y juegos poéticos, mientras se sirven los diferentes platos. La reunión parece más el momento de hacer juegos orales, interrumpidos cada cinco o siete o diez minutos por la aparición de un plato en la mesa y uno o dos bocados de los comensales. Esto produce dos efectos: primero, la vociferación de los juegos orales ayuda indudablemente a que las bebidas espiritosas se evaporen del sistema, y segundo, cuando uno llega al fin de un festín que dura más de una hora, parte de la comida se ha digerido ya, de manera que cuanto más come uno tanta más hambre tiene. El silencio, al fin y al cabo, es un vicio mientras se come; es inmoral porque es antihigiénico. Todo extranjero, en China, que tenga dudas perdurables acerca de que los chinos sean un pueblo alegre y feliz, con un toque de alegría latina, que se aferré a''la preconcebida noción de que el pueblo chino es silencioso, calmo y poco emotivo, debe verles mientras comen, porque entonces está el chino en su elemento natural y son completas sus perfecciones morales. Si el chino no pasa un buen rato cuando está comiendo, ¿cuándo lo pasa?

Famosos como son los chinos por sus rompecabezas, sus juegos de vino son menos conocidos. Con el vino como premio o castigo, se ha inventado una gran variedad de juegos que a la vez son pretextos para beber. Todas las novelas chinas registran debidamente los nombres de los platos que se sirven en una comida, y describen también debidamente las pruebas de poesía, con las que no tienen dificultad en llenar un capítulo entero. La novela feminista Chinghuayüan describe tantos juegos entre las literatas (incluso nombres en fonética) que parece hacer de ellos el tema principal de la narración.