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Los beneficios del uso del incienso son múltiples. Los sabios reclusos y muy inteligentes, dedicados a sus discusiones sobre la verdad y la religión, sienten que quemar una ramita de incienso les despeja la mente y les complace el espíritu. En la cuarta división de la noche, cuando pende del cielo la luna solitaria y se siente uno frío y desprendido de la vida, el incienso emancipa el corazón y permite silbar con holganza. Cuando uno examina viejas muestras de caligrafía ante una ventana clara, o canta ociosamente una poesía con un matamoscas en la mano, o cuando lee de noche a la luz de la lámpara, el incienso ayuda a desterrar el Demonio del Sueño. Se le puede llamar, pues, "el antiguo companero de la luna". Cuando está uno junto a una dama de rojo pijama, y se la tiene de la mano junto al incensario, y se murmuran mutuos secretos, el incienso enciende el corazón e intensifica el amor. Se le puede llamar, pues, "el antiguo estimulante de la pasión". O cuando ha despertado uno de la siesta de la tarde y está sentado frente a una ventana cerrada en un día de lluvia, y practica caligrafía y prueba el suave sabor del té, el incensario empieza a calentar y su sutil fragancia flota en torno y rodea al cuerpo. Aun mejor es cuando uno despierta de un festín de bebidas y luce una luna llena en la clara noche, y mueve uno de los dedos a través de las cuerdas, o da un silbido en una torre vacía, a plena vista las verdes colinas en la distancia, y el humo apenas visible de la brasa restante flota junto a la cortina de la puerta. También es útil para dispersar los malos olores y la maligna influencia de un pantano: es útil en todas y en cualquier parte adonde uno vaya. El de mejor calidad es chianan, pero es difícil obtenerlo, pues no es accesible para el hombre que vive en las montañas. Después de ése está el áloe, o madera de águila, que es de tres grados. El grado superior tiene un perfume demasiado fuerte, que tiende a ser acre y punzante; el grado inferior es demasiado seco, y demasiado lleno de humo también; el grado mediano, que cuesta alrededor de seis o siete centavos la onza, es el más calmante y fragante, y se le puede considerar exquisito. Después de haber hecho una taza de té se puede utilizar el carbón en brasas y ponerlo en el incensario y dejar que el fuego lo caliente con lentitud. En ese satisfactorio momento uno siente como si le transportaran a la morada celestial en compañía de los inmortales, del todo olvidado de la existencia humana. ¡Ah, grande es el placer, por cierto! La gente carece hoy de apreciación para la verdadera fragancia, y se dedica a nombres extraños y exóticos; cada uno trata de ser mejor que el prójimo con mezclas de diversas clases, sin comprender que la fragancia del áloe es enteramente natural, y que el mejor de su clase tiene una sutileza y una suavidad indescriptibles.

Mao Pichíang, en sus Reminiscencias de mi concubina. cuando describe el arte de la vida de este rico poeta y su amante, tan ilustrada y comprensiva, da varias descripciones del goce del incienso, una de las cuales es la que sigue:

Mi concubina se sentaba a menudo conmigo en su fragante alcoba para probar o juzgar inciensos famosos. El "incienso de palacio" es de seductora calidad, en tanto que la manera popular de preparar el áloe es vulgar. Las personas ordinarias ponen a menudo el áloe en medio del fuego, y su vapor fragante se apaga muy pronto por la resina que arde. De este modo, no solamente se impide que salga toda la fragancia, sino que se deja un olor humoso, ahogante, en torno a nuestro cuerpo. La especie dura, con vetas horizontales, llamada hengkoch'en, tiene una fragancia soberbia; es una de las cuatro clases de áloes, pero se distingue porque tiene fibras horizontales. Hay otra variedad de esta madera, conocida como p'englaihsiang, que es del tamaño de un hongo y de forma cónica, pues aun no se ha desarrollado del todo. Teníamos todas estas variedades y ella las quemaba sobre arena muy fina, con fuego lento, de manera que no era visible el humo. El sutil perfume llenaba la cámara como el perfume de la madera de chianan dispersado por una brisa, o el de las rosas cubiertas de rocío, o de un trozo de ámbar calentado por fricción, o de un licor fragante que se vierte en una taza de cuerno. Cuando la ropa de la cama se perfuma según este método, su fragancia se funde con la de la carne de la mujer, dulce y embriagadora hasta en sueños.

VI. DE LA BEBIDA Y DE LOS JUEGOS DE VINO

No soy bebedor y, por lo tanto, carezco de capacidad para hablar de vinos y licores. Mi capacidad es la de tres copas de vino de arroz, shaohsing, y hasta soy capaz de marearme con un vaso de cerveza. Esto es, evidentemente, cuestión de un don natural, y parece que no marchan juntos los dones de beber té y vino y fumar. He encontrado entre mis amigos algunos grandes bebedores que se enferman antes de poder fumar la mitad de un cigarro, en tanto que yo fumo durante todas las horas en que estoy despierto, sin sufrir efectos apreciables, pero no soy muy bueno para los licores. De todos modos, Li Liweng ha dejado escrita su opinión jurada de que los grandes bebedores de té no son afectos al vino, y viceversa. El mismo Li era un gran conocedor de té, pero confesaba que no tenía pretensiones de ser bebedor de vino. Es, por lo tanto, un deleite especial y una confortación descubrir tantos distinguidos autores, que me gustan y que no tenían sino una capacidad muy escasa para el vino, y lo decían. Me ha llevado cierto tiempo coleccionar estas confesiones en sus cartas y otros escritos. Li era uno, Yüan Tsets'ai, Wang Yüyang y Yüan Chunglang fueron otros, Todos ellos, no obstante, eran personas que tenían "el sentimiento del vino", sin la capacidad de tomarlo.

A pesar de mi inhabilitación, no puedo pasar por alto este tema, porque, más que cualquier otra cosa, ha hecho una contribución importante a la literatura y, en la misma medida que fumar, donde se conocía la costumbre de fumar, ha ayudado considerablemente a la potencia creadora del hombre, con resultados perdurables. El placer de beber vino, especialmente lo que llaman los chinos "un traguito", que encontramos tan constantemente en la literatura china, me pareció siempre un misterio, hasta que una hermosa dama de Shanghai, semiembriagada, se explayó sobre sus virtudes con tal poder de convicción que finalmente pensé que era real la situación así descrita. "Uno parlotea y parlotea en un estado de semiembriaguez, que es el estado mejor y más feliz", me dijo esta dama. Parece darse una sensación de júbilo, de confianza en el propio poder de vencer todos los obstáculos, y una sensibilidad aguzada, y el poder humano del pensamiento creador, que parece residir en la frontera del hecho con la fantasía, es elevado a un tono más alto que el normal. Parece haber una fuerza de confianza en sí mismo y de emancipación, tan necesarias para el momento creador. Cuando lleguemos a la sección sobre el arte haremos muy clara la importancia de este sentido de confianza y de emancipación con respecto a las reglas y a la técnica.

Hay una sabia idea en la indicación de que los modernos dictadores de Europa son tan peligrosos para la humanidad porque no beben. En mis lecturas de literatura corriente durante el año, no encontré escrito mejor ni más sabio ni más ingenioso que un artículo de Charles W. Ferguson sobre "Los dictadores no beben", en Harper's de junio, 1937. Vale la pena seguir esta idea, y se halla tan bien escrita que me siento tentado a reproducir el artículo entero, pero debo abstenerme de hacerlo. El señor Ferguson parte de la idea siguiente: "Stalin, Hitler y Mussolini son modelos de sobriedad… Los hombres que simbolizan la tiranía en la forma moderna, que son los actuales conductores de hombres, son individuos dignos de emulación por cualquier joven ambicioso que desee ir adelante. Cualquiera de ese grupo sería un buen yerno y marido. Representan el ideal evangelista de la rectitud moral… Hitler no come carne, no bebe, no fuma. A estas virtudes sofocantes suma otra y más notable, la virtud de la continencia… Mussolini es más animal en lo que come, pero con empecinada entereza se abstiene de las bebidas espiritosas, pues sólo de vez en cuando toma un tentador vaso de vino ligero; pero nada que pueda inmiscuirse seriamente en asuntos tan altos como el sojuzgamiento de un pueblo inferior. Stalin vive frugalmente en un departamento de tres habitaciones; viste modestamente y con enorme sencillez, come frugalmente algunas cosas sencillas, y paladea el coñac como un conocedor." Pero, ¿qué significa todo esto para nosotros? "¿Indica que estamos hoy en poder de una camarilla de hombres esencialmente presumidos, desastrosamente rectos, enconadamente conscientes de su tremenda rectitud, y por ende tan peligrosos que el mundo en general estaría mucho mejor si pudiera llevarlos a emborracharse bien?"… "Ningún hombre podría ser un dictador peligroso si le quedara el efecto matinal de una borrachera. Quedaría destruida su sensación de ser Dios Todopoderoso. Se consideraría basto y humillado en presencia de sus súbditos. Se habría convertido en uno más de la masa -uno de los más bajos de todos- y la experiencia habría surtido efecto sobre su inaguantable engreimiento." El escritor piensa que debería realizarse un "cocktail party" internacional, sólo con la concurrencia de estos jefes escogidos, en el cual "el objeto principal sería simplemente emborrachar a los dignatarios tan tranquila y tan rápidamente como fuese posible". Y a la mañana siguiente, "lejos de ser los irreprochables superhombres de hoy, los mejores del mundo, habrían pasado a ser tipos ordinarios, afligidos como sus menores partidarios, y quizá con ánimo de encarar los asuntos como hombres y no como semidioses".