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IV. INCOMPRENSIÓN DEL MATERIALISMO

La descripción que hace Chin de los momentos felices de su vida, nos debe haber convencido ya de que en la vida humana real los placeres mentales y físicos están inseparablemente enlazados. Yo incluiría también los placeres morales. El que predica cualquier clase de doctrina debe estar dispuesto a que se le comprenda mal, como los epicúreos y los estoicos. ¡Cuan a menudo deja de advertir la gente la esencial bondad de espíritu de un estoico como Marco Aurelio, y cuan a menudo la doctrina epicúrea de sabiduría y constreñimiento ha sido interpretada popularmente como la doctrina del hombre de placer! Se dirá en seguida contra este criterio un poco materialista de las cosas, que es egoísta, que carece por completo del sentido de la responsabilidad social, que enseña a gozar solamente del yo. Esta clase de argumento proviene de la ignorancia; quienes lo emplean no saben de qué están hablando. No conocen la bondad del cínico, ni la suavidad de temperamento de estos amantes de la vida. El amor al prójimo no debe ser una doctrina, un artículo de fe, un punto de convicción intelectual o una tesis apoyada en argumentos. El amor por la humanidad que requiere razones, no es un verdadero amor. Este amor debería ser perfectamente natural, tan natural para el hombre como es para los pájaros agitar las alas. Debería ser un sentimiento directo y brotar naturalmente de un alma sana que vive en contacto con la Naturaleza. Un hombre que ame de verdad a los árboles no puede ser cruel con los animales o con sus semejantes. En un espíritu perfectamente sano, que obtiene una visión de la vida y de sus semejantes, y un conocimiento verdadero y hondo de la Naturaleza, la bondad es cosa natural. Esa alma no necesita ninguna filosofía o religión hecha por el hombre que le ordene ser buena. Porque su espíritu ha sido debidamente nutrido a través de sus sentidos, algo apartado de la vida artificial y de las enseñanzas aun más artificiales de la vida humana, ese hombre puede conservar una verdadera salud mental y moral. No se nos puede acusar, pues, de enseñar el egoísmo cuando estamos cavando la tierra y agrandando el pozo del que surgirá naturalmente esta fuente de bondad.

El materialismo ha sido incomprendido, lastimosamente incomprendido. Sobre esto debo dejar que hable por nosotros George Santayana, que se describe como "un materialista, quizá el único que vive", y que, no obstante, como todos sabemos, es probablemente uno de los dulces espíritus de la actual generación. Él es quien nos dice que nuestro prejuicio contra la filosofía materialista es el prejuicio de quien mira desde afuera. Se obtiene una sensación de asombro ante cierta deficiencia que sólo es aparente en la comparación con el viejo credo propio. Pero se puede comprender de verdad cualquier credo o religión o país extraño sólo cuando se entra a vivir en espíritu en ese nuevo mundo. Hay un sobresalto y una alegría, una totalidad de sentimientos en esto que se llama "materialismo", que no alcanzamos, por lo común, a verlo por entero. Como nos dice Santayana, el verdadero materialista es siempre, como Demócrito, el filósofo riente. Somos nosotros, los "materialistas involuntarios", que aspiramos al esplritualismo pero vivimos una egoísta vida material, "quienes hemos sido, en general, torpemente intelectuales e incapaces de risa".

Pero un materialista cabal, nacido con esta fe y no sumergido en ella a medias por un inesperado bautismo en agua fría, será como el soberbio Demócrito, un filósofo riente. Su deleite por un mecanismo que puede caer en tantas formas maravillosas y bellas, y puede generar tantas pasiones excitantes, ha de ser de la misma calidad intelectual que el que siente el visitante en un museo de historia natural, donde ve las innumerables mariposas en sus cajas, los flamencos y los peces, los mamuts y los gorilas. Sin duda hubo dolores en esa,¿"ida incalculable, pero pronto pasaron; y ¡cuan espléndido fue entretanto el espectáculo, cuan infinitamente interesante el interjuego universal, y cuan tontas e inevitables esas pasioncillas absolutas! Algo de esta suerte podría ser el sentimiento que despertaría el materialismo en una mente vigorosa: un sentimiento activo, gozoso, impersonal y con respecto a las ilusiones privadas, no sin un asomo de desdén.

Jamás ha sido insensible a los sufrimientos genuinos de las criaturas vivas la ética que acompaña al materialismo; por lo contrario, como otros sistemas misericordiosos, ha temblado demasiado ante el dolor y tendido a retirar ascéticamente la voluntad, para que la voluntad no fuese vencida. El desprecio por los pesares mortales está reservado para quienes con hosannas conducen el carro de Juggernaut del optimismo absoluto. Pero contra los males nacidos de la vanidad pura y el autoengaño, contra la verborragia con que se persuade el hombre de que es la meta y ¡a cumbre del universo, la risa es la defensa adecuada. La risa posee también la sutil ventaja de que no tiene por qué pasarse sin un tono de simpatía y de fraternal comprensión; como la risa que saluda los absurdos y las desventuras de Don Quijote no es una burla de las intenciones del héroe. Su ardor era admirable, pero el mundo debe ser conocido antes de que se le pueda reformar de modo pertinente, y la felicidad, para ser lograda, debe estar colocada en la razón ( [21]).

¿Cuál, pues, es esta vida mental, o esta vida espiritual, de la que siempre hemos estado tan orgullosos, y que siempre ponemos por encima de la vida de los sentidos? Infortunadamente, la biología moderna tiene la tendencia a seguir al espíritu hasta su cueva, y descubrir que es un conjunto de fibras, líquidos y nervios. Casi creo que el optimismo es un fluido, o por lo menos una condición de los nervios que se hace posible por ciertos fluidos circulantes. ¿De dónde sale la vida mental, de dónde obtiene su ser y deriva su alimento? Desde hace tiempo señalan los filósofos que todo conocimiento humano proviene de la experiencia sensoria. No podemos lograr conocimiento de especie alguna sin los sentidos de la vista y el tacto y el olfato, tal como una cámara no puede obtener fotografías sin un lente y una placa sensible. La diferencia entre un hombre hábil y un tipo tonto es que el primero tiene un mejor juego de lentes y aparatos de percepción, con el cual logra una imagen más viva de las cosas y la conserva más tiempo. Y para ir del conocimiento de los libros al conocimiento de la vida, no basta tan sólo pensar o ponderar; hay que palpar el camino, tener la sensación de las cosas como son y lograr una impresión correcta de los innumerables aspectos de la vida humana y la naturaleza humana, no como partes sin relación, sino como un todo. En este punto de sentir la vida y de ganar experiencia cooperan todos nuestros sentidos, y es a través de la cooperación de los sentidos y del corazón con la cabeza como podemos tener calor intelectual. Después de todo, el calor intelectual es lo que importa, porque es el signo de la vida, como el color verde en una planta. Notamos la vida en el pensamiento por la presencia o ausencia de calor en él, como notamos la vida en un árbol casi seco que lucha después de algún accidente desgraciado, al ver el verdor de sus hojas y la humedad y sana textura de su fibra.

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[21] Del ensayo sobre "Emociones del Materialismo", en Littie Essays of Santayana. compilados por Logan Pearsall Smith. (Las bastardillas corren por mi cuenta.)