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¿Cuántos de nosotros podemos distinguir entre los perfumes del mediodía y medianoche, o de invierno y verano, o de un momento de brisa y otro de calma? Si el hombre, en general, es menos feliz en las ciudades que en el campo, es porque estas variaciones y matices del perfume y el sonido son menos marcados, y se pierden en la monotonía general de las grises paredes y las calles de cemento.

Los chinos y los norteamericanos se parecen, cuando sé llega a los verdaderos límites y capacidades y cualidades de los momentos felices. Antes de traducir los treinta y tres momentos felices mencionados por un estudioso chino, quiero citar, a modo de comparación, otro pasaje de Whitman, que mostrará la identidad de nuestros sentidos:

Un día claro, vivo: aire seco y de brisa, lleno de oxígeno. Entre estos milagros cuerdos, silenciosos, bellos, que me rodean y me funden -árboles, agua, hierba, sol y temprana helada-, el que más miro hoy es el cielo. Tiene ese azul delicado, transparente, peculiar del otoño, y las únicas nubes son pequeñas y blancas, y dan su movimiento espiritual, o su quietud, a la gran concavidad. Durante todo el día temprano (digamos de 7 a 11) guarda un azul puro, pero vivido. Mas al acercarse el mediodía se hace más ligero el color, gris casi durante dos o tres horas, más pálido luego por un rato, hasta la puesta del sol, 'que veo enceguecedora por los intersticios de un grupo de altos árboles: dardos de fuego y una suntuosa muestra de amarillos claros, de morados y de rojos, con- un vasto resplandor plateado puesto sobre el agua; chispean las sombras transparentes, y hay vividos colores más allá de todas las pinturas jamás hechas.

No sé cómo ni por qué, pero me parece que, debido a estos cielos (a ratos pienso, aunque claro está que los he visto todos los días de mi vida, que jamás he visto de verdad los cielos hasta ahora), he tenido en este otoño algunas horas de maravilloso contento… ¿no puedo decir de perfecta felicidad? Según he leído, Byron, poco antes de su muerte, dijo a un amigo que sólo había conocido tres horas felices en su existencia toda. Hay una vieja leyenda alemana de la campana del rey, en el mismo sentido. Mientras estaba allí en el bosque, en ese maravilloso crepúsculo por entre los árboles, pensé en Byron y el cuento de la campana, y empezó en mí la idea de que vivía una hora feliz. (Aunque nunca anoto mis momentos quizás más felices; cuando llegan no puedo allanarme a quebrar el encanto escribiendo memorándums. Me abandono a este humor, y lo dejo flotar, llevándome en su plácido éxtasis.)

¿Qué es la felicidad, pues? ¿Es ésta una de sus horas, o es algo semejante? ¿Algo así, impalpable, un suspiro apenas, un matiz desvanecido? No estoy seguro, de modo que déjeseme el beneficio de la duda. ¿Tienes Tú, diáfano, remedio para casos como el mío? (Ah, el temblor físico y el espíritu turbado que hubo en mí estos últimos tres anos.) ¿Y lo viertes invisible por el aire sobre mí, sutilmente, místicamente?

III. LOS TREINTA Y TRES MOMENTOS FELICES DE CHIN

Estamos mejor preparados ahora para examinar y apreciar los momentos felices de un chino, según él los describe. Chin Shengt'an, el gran crítico impresionista del siglo XVIII, nos ha dado, entre sus comentarios sobre la obra teatral Cámara occidental, una enumeración de los momentos felices, que cierta vez contó con su amigo, cuando estuvieron encerrados diez días en un templo a causa de las lluvias. Estos, pues, son los que él considera momentos verdaderamente felices de la vida humana, momentos en que el espíritu está inseparablemente atado a los sentidos:

I ( ): Es un día caluroso de junio, cuando el sol pende quieto del cielo y no hay un hálito de viento o de aire, ni una traza de nubes; el patio y el jardín son como hornos, y ni un pájaro osa volar. El sudor corre por todo mi cuerpo en arroyitos. Ante mí está la comida del mediodía, pero no la puedo tomar, por el calor. Pido una estera para estirarla en el suelo y tenderme, pero la estera está empapada de humedad y las moscas vuelan como en un enjambre y se me posan en la nariz, y no quieren irse. En este momento, cuando me siento tan completamente desventurado, hay un trueno repentino, y grandes masas de nubes negras tapan el cielo y se acercan majestuosamente como un gran ejército que avanza a la batalla. Comienza a caer el agua de la lluvia como cataratas de los aleros. Cesa el sudor. Desaparece la pegajosidad del suelo. Todas las moscas se marchan para esconderse, y puedo comer mi arroz. ¡Ah! ¿No es esto felicidad?

I: Un amigo, a quien no he visto durante diez anos, llega de pronto, a la puesta del sol. Abro la puerta para recibirle y, sin preguntarle si vino por agua o por tierra, y sin pedirle que se siente en la cama o en la yacija, voy a la cámara interior, y pregunto humildemente a mi esposa: "¿Tienes un galón de vino como la esposa de Su Tungp'o?" Mi esposa se quita alegremente del pelo su horquilla de oro para venderla. Calculo que nos durará tres días. ¡Ah! ¿No es esto felicidad?

I: Estoy solo, sentado en un cuarto vacío, y me va enfureciendo una laucha que siento en la cabecera de la cama, y me pregunto qué significa ese ruidito; qué prenda mía está mordiendo, o qué volumen de mis libros está comiendo. Mientras me encuentro en este estado de ánimo, y no sé qué hacer, veo de pronto a un gato de feroz aspecto, que agita la cola y mira con los ojos muy abiertos, como si buscara algo. Contengo el aliento y espero un instante, completamente quieto, y dfe pronto, con apenas un ruido, la laucha desaparece como una ráfaga de viento. ¡Ah! ¿No es esto felicidad?

I: He quitado el hait'ang y el chihching ( ) que había frente a mi estudio y acabo de plantar diez o veinte verdes bananeros. jAh! ¿No es • esto felicidad?

I: Estoy bebiendo con algunos amigos románticos, en una noche de primavera y me siento a medias embriagado; me es difícil cesar de beber, e igualmente difícil seguir bebiendo. Un sirviente comprensivo, a mi lado trae de pronto una caja de grandes cohetes, alrededor de una docena, y me levanto de la mesa y voy a encenderlos. El olor del azufre me entra por la nariz y mt llega al cerebro, y siento todo el cuerpo confortado. ¡Ah! ¿No es esto felicidad?

I: Escuchar a nuestros hijos que recitan los clásicos tan de corrido, como el sonido del agua que se vierte de una jarra. ¡Ah! ¿No es esto felicidad?

I: Por no tener nada que hacer, después de una comida voy a las tiendas y me encapricho por una cosita. Después de regatear un rato, discutimos todavía por una pequeña diferencia, pero el mozo de la tienda se niega a vender. Entonces saco una cosita de la manga, que vale casi lo mismo que la diferencia, y la arrojo al mozo. El mozo sonríe de pronto, y se inclina cortésmente, diciendo: "¡Oh, es usted muy generoso!" ¡Ah! ¿No es esto felicidad?

I: Nada tengo que hacer después de una comida y trato de revisar las cosas guardadas en viejos arcenes. Veo que hay docenas o centenares de pagarés de gente que debe dinero a mi familia. Algunos han muerto y otros viven todavía, pero de todos modos no hay esperanza de que devuelvan el dinero. Sin que me vean, hago una pila con los papeles, y enciendo con ellos una hoguera, y miro al cielo y veo desaparecer la última huella del humo. ¡Ah! ¿No es esto felicidad?

I: Es un día de verano. Salgo descalzo y con la cabeza descubierta, con un quitasol, para ver a los jóvenes que entonan canciones del pueblo de Soochow mientras trabajan en la rueda de agua del molino. El agua salta sobre la rueda en un tumultuoso torrente, como plata derretida o como nieve fundida en las montañas. ¡Ah! ¿No es esto felicidad?

I: Me despierto de mañana y me parece oír que alguien suspira y dice que anoche murió alguien. Pregunto inmediatamente quién, y me entero de que es el tipo más astuto, más calculador de la aldea. ¡Ah! ¿No es esto felicidad?

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[18] Cuando un chino redacta una serie de diecisiete o dieciocho reglas, es su costumbre (modismo de nuestro idioma) escribirlas como "Artículos I. I, I, I, I, I", etc.

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[19] Hait'ang es de la familia del peral, con frutos como las manzanas silvestres, y el chihching florece en primavera, con pequeñas flores violetas que salen directamente del tronco y las ramas.