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– Te advertí que no era agradable -dijo él con voz afilada.

– No es tan terrible, Trevor.

– Ni bonito tampoco.

Ella volvió a mirarle la pierna.

– Debe haberte dolido mucho.

– Mucho.

– Nunca me has contado qué te pasó.

Él parecía azorado y ella lo atribuyó a la timidez.

– No tiene importancia.

– Una vez me dijiste que te sentías incómodo llevando pantalón corto… Pues no tienes por qué.

Una sonrisa curvó su bigote.

– ¿No crees que en la playa las mujeres se taparán los ojos y saldrán corriendo horrorizadas?

– Nada de eso. Eres demasiado atractivo.

Él se puso serio al instante. Se inclinó hacia delante y la atravesó con su único ojo verde.

– ¿De verdad lo crees?

– Sí

Durante unos instantes, Kyla quedó paralizada por la intensidad ronca de su voz y el poder hipnótico de su mirada.

Ella hizo acopio de toda su voluntad para salir del trance y se levantó tan bruscamente que dio un golpe a la mesa y los vasos del zumo se tambalearon.

– Si has terminado, retiraré los platos.

Se giró, pero no fue muy lejos. Sin levantarse de la silla, Trevor metió los dedos bajo el cinturón de su bata y la obligó a detenerse. Luego la hizo volverse hacia él, tiró de ella y la atrapó entre los muslos abiertos, de modo que la cara de éste quedó a la altura de sus pechos.

– Gracias por el desayuno -murmuró.

– Era lo menos que podía hacer.

Kyla bajó la mirada hacia la coronilla de Trevor. Allí se le formaba un remolino. No resultaba fácil, pero resistió el impulso de enredar sus dedos en los mechones de ébano para comprobar si eran tan sedosos como parecían.

Le resultó difícil mantener los ojos abiertos cuando un pómulo áspero rozó uno de sus senos. Finalmente sus ojos perdieron la partida y sus párpados se cerraron. Notaba el aliento de Trevor mientras la nariz de éste se hundía entre sus pechos.

– Te has dado un baño esta mañana -no era una pregunta.

– Sí.

– Hueles bien. A jabón. A polvos. A mujer.

Exploró la zona con la boca y, finalmente, localizó su pezón por encima de la tela de la bata. No lo besó, ni lo chupó. Se limitó a frotarlo una y otra vez con los labios separados hasta que notó que se endurecía, y entonces lo tocó con la lengua.

– El desayuno estaba delicioso -murmuró. La piel de Kyla estaba húmeda allí donde la respiración de Trevor se filtraba a través de la tela-. ¿Hay postre? -hundió más la cara en su cuerpo, en dulce abandono. Pero casi inmediatamente se retiró y miró hacia arriba-. ¿Mmm? -cuando vio la expresión trémula de Kyla, sonrió, se puso de pie y la hizo retroceder un poco-. No importa. Vístete y vamos a buscar a ese niño antes de que tus padres lo echen a perder con tanto mimo -miró el reloj del horno-. Cuando lleguemos a su casa, estarán saliendo para la iglesia. Me gustaría llevaros a todos a comer al bufé del Club del Petróleo.

– No somos socios -consiguió decir Kyla. Todavía sentía las oleadas de placer que había provocado la boca de Trevor en su pecho.

– Pero yo sí -le pellizcó la nariz-. Recogeré la cocina mientras te arreglas. Quiero presumir de esposa -la besó deprisa y le dio una palmadita en el trasero.

Kyla salió del baño veinte minutos más tarde, peinada y maquillada. Entonces cayó en la cuenta de que Trevor y ella no compartían la cama pero sí el dormitorio.

Lo sorprendió justo cuando se estaba poniendo los pantalones. Le pareció ver unos calzoncillos azul claro antes de darse la vuelta.

– Lo siento.

Casi se había vuelto a meter en el baño cuando la voz de Trevor la detuvo.

– Kyla.

– ¿Qué?

– Date la vuelta.

– ¿Por qué?

– Porque quiero hablar contigo.

Ella se giró poco a poco, con los ojos fijos en un punto por encima de la cabeza de Trevor. Éste se subió la cremallera de los pantalones con naturalidad, todavía sin camisa y descalzo, y fue hacia ella.

– Me he duchado en el cuarto de baño de la habitación de invitados para no molestarte, pero tengo toda la ropa en estos armarios y sería bastante incómodo tener que trasladarla.

Ella se humedeció los labios rápidamente.

– Claro, claro. Simplemente, podemos intentar no cruzarnos el uno en el camino del otro.

– Yo no -se rió, pero cuando vio que ella fruncía el ceño, dijo-: De acuerdo, vamos a fijar las diferencias. Tú puedes cruzarte en mi camino siempre que quieras y yo trataré de no cruzarme en el tuyo. ¿Trato hecho?

Era demasiado complicado para ponerse a analizarlo, particularmente mirando su torso desnudo así que ella se limitó a repetir como un loro.

– Trato hecho.

– Bien.

Trevor le dio la espalda, bronceada y musculosa, y volvió a su armario, de donde procedió a sacar una camisa y a ponérsela con la naturalidad de quien se está vistiendo a solas.

Kyla se obligó a ir hasta su propio armario. Se quedó allí paralizada, reuniendo valor para quitarse la bata.

«Te estás portando como una niña», se reprochó, enfadada. El camisón de la noche anterior era mil veces más revelador que el sujetador y la braga blancos que llevaba bajo la bata. Rápidamente, antes de que le diera tiempo a cambiar de opinión, se deshizo de ella.

– He estado pensando.

Al oír la voz de Trevor, Kyla dio un salto, como si le hubieran pegado un tiro en la espalda, que ahora estaba descubierta y expuesta a él.

– ¿En qué?

Intentó que sus manos temblorosas colgaran la bata de una percha y volvieran a poner ésta en la barra metálica del armario. Aquello le exigía mucha concentración, porque sabía que probablemente él estaba mirándole la espalda y los tirantes de seda color marfil del sujetador.

– En Aaron.

Ella aventuró una mirada por encima del hombro. Trevor no la estaba mirando, se estaba haciendo el nudo de la corbata con ayuda del espejo que había dentro del armario. Se había abrochado la camisa, pero la tenía por fuera del pantalón.

– ¿Qué pasa con él? -sacó el vestido que había decidido ponerse.

– Tal vez debiéramos apuntarlo en una guardería.

– ¿Tú crees que ya es lo bastante mayor?

– Tú sabes más que yo de eso. Sólo me estaba preguntando qué vamos a hacer con él durante el día si Meg y Clif se compran la caravana y se lanzan a la aventura.

A Kyla también la preocupaba aquello.

– Me imagino que debería estar con otros niños de su edad, que eso sería más educativo.

– Sin duda. Si no ¿cómo va a aprender a decir palabrotas?

Ella recibió el comentario con risas.

– Pero me gustaría informarme bien antes de matricularlo en un sitio.

– Completamente de acuerdo. Tenemos que buscar el mejor y estar convencidos antes de mandarlo. ¿Necesitas que te ayude?

Antes de que ella pudiera responder, las manos de Trevor apartaron las suyas, que intentaban en vano abrochar el botón inferior del traje. ¿Cómo podía moverse tan sigilosamente un hombre de su altura y corpulencia? Ella se quedó muy tiesa mientras los dedos de Trevor se ocupaban de los botones. Después de abrochar el de arriba del todo, habían ido bajando por su espalda hasta sus caderas.

– Nadie podría adivinar que has tenido un hijo. ¿Fue difícil el embarazo?

– En absoluto.

– Eres muy delgada -dijo mientras le apretaba ligeramente las caderas antes de dejar caer sus manos-. ¿Puedes ayudarme un poco?

Insensatamente, ella dio media vuelta para mirarlo a la cara. Los separaban apenas unos centímetros.

– ¿Ayudarte? ¿Cómo?

– Mira a ver si tengo el cuello de la camisa bien puesto. A veces no lo bajo bien y asoma la corbata por debajo.

Ella lo revisó detenidamente.

– Por detrás no te lo has bajado.

– ¿Me lo puedes bajar tú? Yo no llego bien.

– Claro -dijo con más naturalidad de la que sentía. En realidad se preguntaba cómo iba a lograr que sus manos no se enredaran en los rizos negros de su pelo, que se enroscaban justo encima del cuello de la camisa.