– Sí -asintió ella-. Mañana terminaré de guardarlo todo y por la noche estarán las dos habitaciones despejadas.
En la semana que había mediado entre el anuncio de su compromiso y la boda, los Powers habían vendido la casa. Kyla sabía que cuanto antes se llevara todas sus cosas, antes cerrarían el trato.
Sin embargo, no estaba pensando en eso cuando habló. Estaba pensando en que esa noche no podría escudarse en Aaron para mantener lejos de ella a su marido.
– Tu madre sabe cómo organizar una fiesta -dijo Trevor cuando ya estaban en el coche, camino de su casa.
– Siempre ha sido muy buena anfitriona.
– Le agradezco mucho cuánto ha trabajado.
– Le encanta hacer este tipo de cosas.
– Me gusta tu vestido.
– Gracias.
– ¿Es de seda?
– Sí.
– Me gusta cómo cruje la tela cuando te mueves.
– ¿Cruje?
– Ese frufrú me invita a imaginar cómo se mueve tu cuerpo debajo.
Kyla se quedó con la vista fija en el horizonte.
– No sabía que hiciera ruido.
– Claro que hace ruido. Cada vez que te mueves. Resulta tremendamente sexy… -extendió el brazo derecho hacia ella, le agarró la mano y la puso encima de su muslo, casi en su regazo-, y excitante.
A Kyla, el corazón le golpeaba el pecho. Le resultaba difícil respirar. Intentó concentrarse en el tacto de la tela de los pantalones que rozaba la palma de su mano, pero su mente parecía empeñada en no apartar su atención del regazo de Trevor, cuya excitación resultaba evidente. Con sólo subir un poco la mano…
Las luces iluminaron la fachada de la casa y el coche se detuvo.
– ¿Necesitas algo de lo que está en la bolsa esta noche?
– Sí. Tengo el desmaquillador y… cosas.
– Ah, ya. Cosas -la sonrisa de Trevor no ayudaba ni al corazón ni a los pulmones de Kyla, que parecían haber dejado de funcionar-. Y no puedes pasarte ni una noche sin las cosas, ¿no?
Una vez en el porche, dejó la bolsa en el suelo, metió la llave en la cerradura y abrió la puerta. Sin previo aviso, tomó a Kyla en brazos.
– Bienvenida a casa.
La llevó dentro. En cuanto traspasaron el umbral, inclinó la cabeza y la besó. Y la besó otra vez, y otra… hasta que ya no se sabía cuándo terminaba un beso y empezaba otro.
Tenía ambas manos ocupadas. Kyla podría haber apartado la cara para poner termino a aquellos besos, pero no tenía fuerza de voluntad para hacerlo. Sentía un deseo irresistible de comprobar hasta dónde podía llegar la lengua de Trevor. Se introducía una y otra vez en su boca con una codicia atemperada por la ternura.
Él retiró el brazo que tenía bajo sus rodillas pero la mantuvo abrazada con el otro mientras el cuerpo de Kyla se deslizaba hacia el suelo. Hasta que ella estuvo de pie, pegada a él. Pero el beso no se interrumpió en ningún momento.
Con los brazos ya libres, las manos de Trevor empezaron a explorar. Se deslizaron por la espalda de Kyla. Ella notó la presión de las palmas en el trasero, animándola a pegarse más a él. Una vez que la hubo atraído más contra sí, le pellizcó los pezones hasta que éstos se endurecieron.
A ella le costaba respirar. Las manos de Trevor se retiraron inmediatamente. La abrazó, protector, y apoyó la cabeza de Kyla contra su pecho.
– Estoy a punto de dejarme llevar -murmuró en el pelo de Kyla-. Hacer el amor en el vestíbulo no es lo que tenía planeado para nuestra noche de bodas -sonrió, se apartó un poco de ella y la miró a los ojos-. Al menos vamos a cerrar la puerta.
Cuando se dio la vuelta para hacerlo, Kyla se alejó de él cuanto pudo, sin que pareciera que estaba huyendo.
– ¿Tienes hambre? -preguntó, esperanzada-. Te prepararé algo.
– ¿Después de la comilona que nos ha dado Meg? -preguntó él con incredulidad-. Una alcachofa marinada más y exploto. Pero tengo una botella de champán en el frigorífico. ¿Quieres cambiarte primero?
Primero. Primero. Había pronunciado una palabra con muchas implicaciones. Kyla sabía que era lo que venía tras aquellos «primeros».
– Lo del champán suena bien -¿notaría él cómo le temblaban las comisuras de los labios cuando intentaba sonreír?
Según entraba en la cocina, Trevor se quitó la chaqueta y se deshizo el nudo de la corbata. Con naturalidad, lanzó ambas encima de una de las sillas. Se desabrochó los tres primeros botones de la camisa y, después de quitarse los gemelos, se remangó hasta el codo.
Parecía sentirse muy a gusto. Kyla envidiaba su naturalidad. Le habría gustado descalzarse, quitarse esos zapatos nuevos que le estaban estrangulando los dedos, pero no se sentía lo bastante cómoda.
– Ah, bien frío -dijo sacando la botella del frigorífico tamaño industrial.
Kyla se fijó que estaba lleno de comida, incluidas las cosas que le gustaban a Aaron. ¿Es que a Trevor no se le había olvidado nada?
– ¿Me pasas las copas, cariño? Están en ese armario -dijo señalando uno-. Puedes cambiar de sitio lo que quieras para ponerlo a tu gusto.
– Seguro que todo está fenomenal -respondió Kyla inexpresivamente.
Encontró las copas de champán y le llevó dos. Cuando el corcho salió disparado, dio un brinco. Él se rió y sirvió el espumoso en las copas. Una pequeña parte se derramó y las burbujas cubrieron las manos de Kyla. Ella también se rió. Las burbujas heladas fueron estallando una a una.
Dejó las copas sobre la encimera y sacudió las manos, pero Trevor se las agarró y las llevó hasta su boca.
– Déjame.
Ella vio cómo su dedo desaparecía entre el bigote y el labio inferior, pero no se dio cuenta de lo que pasaba hasta que notó cómo la lengua de Trevor le lamía la yema.
Aturdida, se limitó a quedarse quieta mientras él terminaba con un dedo e introducía el siguiente en su boca. Deslizó la lengua por los dos siguientes, lamiendo los restos de champán. Su lengua recorrió también la preciosa alianza que había deslizado antes en su dedo.
A Kyla la invadían sensaciones maravillosas. Las caricias de su lengua se limitaban a las yemas de los dedos, pero parecía como si estuviera acariciándole todo el cuerpo, en lugares prohibidos. Despertaban en ella respuestas que pensaba haber enterrado para siempre con el ataúd envuelto en la bandera, allá en Kansas.
Esa sensación de que su cuerpo iba a derretirse. Ese dolor en el pecho que sólo la lengua de Trevor podría aliviar, lamiéndolo igual que estaba lamiendo las yemas de sus dedos. La respiración acelerada. Los latidos de su corazón.
Finalmente él besó la palma de su manó antes de soltarla. Ella sintió el impulso de esconderla debajo del brazo, como uno hacía cuando se pillaba un dedo o se pinchaba. ¿O la razón por la que quería esconder la mano era que le daban vergüenza sus respuestas eróticas?
– Aquí tienes -Trevor le ofreció una copa-. Por nosotros -hicieron chocar las copas y bebieron un sorbo. Luego él bajó la cabeza y la besó dulcemente-. ¿Sabes una cosa? -dijo con los labios todavía pegados a los de ella.
– ¿Qué? -¿qué colonia usaba?, se estaba preguntando Kyla en aquel momento. La aturdía tanto como el champán.
– Que sabes mejor que el champán -la lengua de Trevor exploró su labio inferior-. La verdad es que sabes mejor todo. Voy a volverme un glotón contigo, hasta saciarme, pero nunca tendré bastante. Siempre voy a querer más… y más… y más… -entre palabra y palabra, no dejaba de posar besos tiernos en sus labios. Después del último «más», dejó los labios sobre los de ella e introdujo la lengua en su boca.
Le quitó la copa de la mano. Trastabillaron y se apoyaron en la encimera sin dejar de besarse.
Lentamente, él agarró las manos de Kyla y las puso sobre sus hombros. Sin ser consciente de lo que hacía, ella le rodeó el cuello. Las manos de Trevor la abrazaron por la cintura. El beso se hizo más profundo. Se pegaron más el uno al otro hasta que ella quedó atrapada entre el cuerpo de Trevor y la encimera. Él empezó a frotar las caderas contra ella.