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En cuanto ella alzó los brazos para bajarle el cuello de la camisa, él se bajó la cremallera de los pantalones para meterse por dentro los faldones de la camisa. Las manos de Kyla se quedaron heladas. Levantó la vista hacia él. La expresión de Trevor era afable mientras con desenfado se remetía los faldones. A veces, demasiadas veces, sus nudillos le rozaban la cintura.

– ¿Ocurre algo? -preguntó él.

– No, no, nada -balbució ella, y rápidamente le bajó el cuello. Se estaba asegurando de que había tapado completamente la corbata cuando oyó el ruido de la cremallera. Bajó los brazos. Él terminó de abrocharse el botón de la cintura.

Y entonces se quedaron mirándose el uno al otro.

– Gracias -dijo él al cabo de lo que a Kyla le pareció una eternidad.

– Gracias a ti -él levantó una ceja, divertido-. Por abrocharme los botones -se apresuró a añadir.

– Ah. De nada.

De nuevo se quedaron mirándose en silencio. Kyla fue la primera en apartarse. Dio media vuelta y fue a buscar los zapatos al armario, pero de vez en cuando en su mente surgía la imagen de unos calzoncillos azul claro que enfundaban unas nalgas redondeadas y firmes.

Los Powers estaban impresionados de ver la cantidad de personas que saludaban a su yerno en el selecto Club del Petróleo, a donde habían acudido para comer. Incluso Aaron parecía algo cohibido en aquel entorno. Se portó estupendamente.

Después del almuerzo, Trevor llevó a los Powers a conocer la casa del bosque. Los padres de Kyla se iban quedando boquiabiertos a medida que recorrían las habitaciones. Luego los llevó de vuelta a su casa en la ranchera. El resto de la tarde lo pasaron empaquetando las cosas que Kyla todavía no había trasladado.

– Está noche está cansadísimo -dijo Trevor refiriéndose a Aaron mientras lo ponía en la cuna. Los parpados del niño estaban ya a medio cerrar. Alrededor de los barrotes habían colocado sus peluches favoritos para que velaran su sueño.

– Así es mejor -señaló Kyla, cubriendo a su hijo con una manta ligera-. La primera noche en un sitio desconocido podría ser traumática si no estuviera tan cansado.

– ¿Te parece que no le ha gustado la habitación?

Kyla notó la ansiedad que había en la voz de Trevor y levantó la vista para averiguar si estaba verdaderamente preocupado.

– ¿A qué niño no le gustaría?

Echó una ojeada a la habitación, decorada con motivos ferroviarios. En la pared habían pintado una locomotora que ascendía una colina. Otra pared estaba ocupada por un cajón para guardar juguetes que tenía forma de locomotora antigua. Un raíl en miniatura recorría una moldura que sobresalía de la pared a unos quince centímetros del techo y daba la vuelta a la habitación. Con sólo pulsar un interruptor, sobre él se desplazaba un diminuto tren de mercancías que cada tanto tocaba la sirena y emitía una diminuta nube de humo blanco. Aaron había aplaudido con entusiasmo al verlo, hasta que se había dado cuenta de que quedaba completamente fuera de su alcance.

Kyla volvió a mirar a Trevor.

– A lo que me refería es a que cuando un niño duerme en un sitio desconocido suele estar intranquilo. Pero, aparentemente, a Aaron no le ha perturbado el cambio.

El niño ya estaba dormido. Su respiración era acompasada. Kyla se llevó una mano a la boca para disimular un bostezo mientras salía del cuarto. Trevor iba tras ella.

– Tú también estás reventada -dijo él mientras le ponía las manos en los hombros. Sus dedos empezaron a deshacer los nudos que atenazaban los músculos de la espalda de Kyla. Se acercó más a ella y apoyó su mejilla en la de ella-. ¿Qué te parecería un baño caliente en el jacuzzi del porche?, ¿te gustaría?

Sonaba celestial. Kyla no podía pensar en nada mejor que sumergirse en una bañera de agua caliente llena de espuma.

– Yo también me bañaré contigo.

Ni en nada más peligroso que compartir esa experiencia tan sensual con Trevor. Se dio la vuelta.

– Si no te importa, Trevor, creo que me iré directamente a la cama. Este fin de semana ha sido de locos y tanto ajetreo me está pasando factura.

– De acuerdo.

Kyla pensó que él trataba de ocultar su decepción. Se había casado con ella a pesar de saber que todavía amaba a otro. ¿No estaba siendo poco generosa?

– A menos que tú tengas muchas ganas.

Él sacudió la cabeza con impaciencia.

– No. Sé que estás cansada. Buenas noches.

Le puso las manos en la nuca y el echó la cabeza hacia atrás apoyando los pulgares debajo de la barbilla. Posó lo labios sobre los de ella con firmeza, los separó, esperó a que ella encontrara el ángulo adecuado y, cuando lo hizo, deslizó la lengua en su boca como si fuera una espada de terciopelo.

Fue un beso apasionado. Su técnica depurada encendió el deseo de Kyla hasta el punto que ésta habría jurado que diminutas lenguas de fuego lamían su cuerpo.

Cuando Trevor la soltó, ella se dejó caer contra él sin poder remediarlo. El beso la había dejado agotada.

– Buenas noches -dijo con voz ronca, y se fue hacia el dormitorio con la esperanza de que sus pasos no parecieran demasiado vacilantes.

Trevor estaba sentado en medio de la oscuridad. Con los tacones, impulsaba el balancín hacia delante y hacia atrás.

Dejó en el suelo del porche el vaso de whisky que había estado bebiendo. No necesitaba del alcohol, no necesitaba nada que lo calentara aún más, nada que incrementara las llamas que ardían en su interior.

Necesitaba a Kyla. Desnuda. Debajo de él. Necesitaba hundir en ella esa parte de su cuerpo que tanto la ansiaba. Dejó escapar una palabrota y golpeó su cabeza contra la gruesa cadena que sujetaba el balancín hasta que empezó a dolerle.

¿Llegaría a amarlo alguna vez?, ¿llegaría a desearlo como la deseaba él? Hasta ese momento había conseguido lo que se había propuesto. Aaron y ella vivían bajo su techo, compartían su vida con él, disfrutaban de su protección.

Pero ella y él todavía no dormían en la misma cama. ¿Lo amaría Kyla algún día tanto como él a ella?

Posiblemente.

«Pero jamás si descubre quién eres».

Tenía intención de revelarle antes de casarse que el legendario Besitos era él, pero se había disuadido a sí mismo de hacerlo. Mejor estar legalmente unidos antes de soltar la noticia.

Había decidido que se lo diría al día siguiente de su boda, después de una noche de amor que los uniría también físicamente. Buenas intenciones no le habían faltado.

Maldita fuera, no era culpa suya si todavía no habían tenido una noche de bodas en condiciones. ¿O no?

«Pero a estas alturas ya deberías habérselo contado», argüyó su conciencia.

– Sí, ya lo sé -respondió en voz alta.

Pero ¿cómo?, ¿cuándo? Qué momento podía resultar adecuado para decir: «No nos conocimos por casualidad. Yo lo había planeado todo porque, antes de verte, ya sabía que quería casarme contigo y daros un hogar a tu hijo y a ti». ¿Por qué? Bueno, porque soy el responsable de la muerte de tu marido y siento que os lo debo, a él y a ti. Ah, y además me he enamorado de ti.

Tras repetir aquella obscenidad, se levantó del balancín y se puso de pie.

Después de revelarle quién era, Kyla no creería que se había enamorado de ella. De ser a la inversa, él desde luego no se lo creería.

Apoyado contra el muro de la casa, se quedó allí de pie con la vista perdida en la oscuridad.

– ¿Qué demonios voy a hacer? -preguntó a la noche.

Sabía que con un poco de habilidad por su parte, podría conseguir que se rindiera a sus avances sexuales. Conocía lo bastante a las mujeres como para darse cuenta de que ella lo deseaba, sólo tenía que reconocerlo ante sí misma. Pero ésa era la clave, que lo reconociera ante sí misma. Cuando por fin hicieran el amor tendría que ser por iniciativa de ella. «Dios, que no tarde mucho». Así luego no podría acusarlo de haberse aprovechado de ella también en ese sentido.