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Zhang Junying solta una ronca carcajada.

– Es usted una muchacha divertida. Debería casarse. Haría reir a su marido. Mejor aún, haría reir a su suegra.

Mientras las dos mujeres bromeaban, Liu Hulan repaso su lista mentalmente. ¿Estoy correctamente vestida? ¿Debo llevar la pistola encima o dejarla en mi mesa? ¿Podré mantener la voz firme? A lo largo de los años, Hulan había perfeccionado el arte de dominar las emociones, de ocultar los pensamientos, de ofrecer un semblante plácido al mundo. Así era como había sobrevivido.

Tras un almuerzo temprano, Peter recogió a David con el Saab.

– Su cita es a la una -anunció Peter, al tiempo que hacía sonar la bocina a una caravana de camellos cargados de mercancías que marchaban lentamente por entre el tráfico.

Tras unos cuantos giros, el bulevar se ensanchó y Peter apretó el acelerador. De repente todo se abrió a la vista y David vio el vasto espacio que ocupaba la plaza de Tiananmen a la izquierda y la fortaleza de oscuro color rojo de la Ciudad Prohibida a la derecha. En la plaza, un grupo de turistas occidentales formaba una desanimada piña con sus cámaras y bolsas, unos soldados con uniforme de apagado color verde portaban metralletas y unas cuantas ancianas barrían el suelo con escobas de bambú caseras.

Peter giró a la derecha por un callejón que discurría a lo largo de uno de los muros de la Ciudad Prohibida y luego giró a la izquierda tres veces consecutivas, de modo que rodearon completamente el antiguo palacio imperial. Stark lo tomó como una visita rápida hasta que vio que Peter volvía a rodear el palacio. Al ver la expresión de David por el espejo retrovisor, Peter le dio una primera idea de cómo le tratarían los funcionarios chinos durante su estancia.

– No le esperan hasta dentro de diez minutos -explicó Peter. Todo lo que hiciera David estaría controlado hasta el último detalle.

Finalmente, le acompañó por los húmedos corredores del Ministerio de Seguridad Pública para llegar al despacho del vice-ministro Liu a la una en punto. Entre apretones de mano y cordiales bienvenidas, David observó rápidamente el entorno: el lujo del despacho, la obsequiosidad del viceministro y las maneras cautelosas del jefe de sección Zai.

– Nos sentimos muy honrados de conocerle -dijo Liu, inclinando levemente la cabeza tras las presentaciones-, y muy honrados de que Estados Unidos nos haya enviado a uno de sus mejores abogados para ayudarnos a resolver el horrible crimen de uno de nuestros ciudadanos más respetados.

– También para mí es un honor -replicó David con otra inclinación de la cabeza.

– Sin duda somos dos grandes naciones unidas en la búsqueda de un objetivo común.

Mientras seguían de pie intercambiando envaradas cortesías, David se sentía como un adolescente larguirucho que no conocía las respuestas adecuadas, incómodo en un cuerpo que súbitamente era demasiado grande.

Sin embargo, desde su lugar de observación en el umbral de la puerta, Hulan vio una figura muy diferente. David Stark se hallaba de lado y no podía verla mientras ella lo observaba. Qué poco había cambiado en doce años. Conservaba lo que a Hulan siempre le había parecido el cuerpo de un corredor, largo y esbelto. Sólo sus cabellos castaños parecían haber cambiado, y tenían ahora un toque de gris en las sienes. Era alto comparado con el mentor y el padre de Hulan, pero de estatura media para un estadounidense. Al igual que los otros dos hombres, llevaba un traje de estilo occidental, pero qué diferente era de ellos.

David tenía la soltura corporal que emanaba de la libertad política y el ejercicio regular. Bajo sus frases tensas y formales, el calor de su voz traspasaba la distancia de su separación. Hulan se dio un momento más para calmar la respiración, alisarse la falda y adoptar una expresión serena.

Cuando avanzó hacia los tres hombres, su padre y Zai la miraron con el suficiente interés para que David se volviera en esa dirección. Cuando Zai la presentó como la inspectora a cargo de la investigación por parte china, David palideció y luego se ruborizó intensamente.

– David Stark -dijo ella, estrechando su mano con firmeza-. Cuánto tiempo. Es estupendo volver a verle. -Hulan esperaba que con su comportamiento diera a David el tiempo que necesitaba para recobrarse.

– Qué sorpresa -dijo él.

– Sí, qué coincidencia -comentó el viceministro Liu-. Son ustedes viejos amigos, ¿verdad?

David contestó con fría formalidad sin apartar los ojos de Hulan.

– Viejos amigos, nuevos amigos. No hay diferencia. Como usted decía, viceministro, estamos aquí para trabajar juntos como dos naciones unidas con un objetivo común. Estoy convencido de que a todos nos gustaría ver al Ave Fénix comparecer ante la justicia. Quizá pueda usted hablarme de sus progresos.

Un embarazoso silencio siguió a sus palabras. David había cometido sus primeros errores sin darse cuenta, pensó Hulan. Había hablado abiertamente sobre un tema espinoso, lo que, a su vez, comportaba una deshonra inmediata para sus dos superiores.

– Desgraciadamente, no hemos sido afortunados en nuestra intención de procesar al Ave Fénix -dijo al fin el jefe de sección Zai.

– Pero esperamos que gracias a esta nueva asociación alcanzaremos un final satisfactorio -añadió el viceministro Liu cortésmente-. Le aseguro que el Ministerio de Seguridad Pública seguirá atentamente los pasos que den ustedes dos. Si necesita cualquier cosa de nosotros, le ruego que informe al jefe de sección Zai y él se lo proporcionará. -Viendo que nadie decía nada, el viceministro dio por terminada la entrevista sin más ceremonia-. No hay nada más que decir por el momento. Inspectora Liu, sugiero que ustedes dos se pongan a trabajar.

Hulan era consciente de la cercanía de David mientras caminaban por el desierto corredor.

– Ninguna amabilidad, ni buenos modales. No te han dado té. No han sugerido una comida. Ni siquiera te han ofrecido una silla -musitó Hulan, hablando más para sí que para él.

Los pensamientos de David estaban muy alejados de los desaires que ella había percibido.

– Hulan, no puedo creer que seas tú -dijo en voz baja.

El paso de ella no vaciló, ni se volvió para mirarlo, sino que mantuvo la vista en el gastado linóleo. Subrepticiamente, Hulan le dijo que no con un leve movimiento de cabeza. David la siguió por un tramo de escaleras y luego hasta la mitad de otro. Convencida de que estaban solos, Hulan se detuvo entonces y se volvió hacia él, tirando suavemente de su brazo para acercar su rostro hasta notar su aliento.

– Este no es un lugar seguro para hablar -dijo en voz baja y ronca-. Sé que es difícil, pero debemos tener mucho cuidado, ¿de acuerdo?

Hulan soltó el brazo de David, se dio la vuelta y siguió andando hacia su despacho. Una vez allí, se puso el abrigo y le sugirió que hiciera lo mismo. Luego se sentó e hizo señas a David de que ocupara la silla que había al otro lado de la mesa, sacó un expediente y lo abrió.

– Deberíamos empezar a trabajar -dijo, y lentamente dejó de mirar la carpeta de papel Manila para subir la vista por la mesa hasta encontrarse con las profundidades de los ojos de David.

Mientras él relataba con total objetividad su investigación en el Peonía de China, el espantoso hallazgo del cadáver y la posterior identificación de Guang Henglai, contempló el rostro de Hulan, que pasó del interés a la repugnancia y luego a la preocupación. Luego, mientras hablaba desapasionadamente sobre el hallazgo de Billy Watson y las distintas, pero extrañas, reacciones de sus padres ante su muerte, la expresión de David reflejó también la confusión. (Hulan no mencionó que la habían apartado del caso, pues con ello sólo conseguiría provocar preguntas cuyas respuestas mostrarían al gobierno chino bajo una luz negativa.) Todo ello se desarrolló en un tono cortés y profesional, de modo que nadie que les escuchara pudiera deducir de su relación pasada más que una fría cortesía. Sin embargo, cualquiera que hubiera estado presente en la habitación habría notado la tensión de las emociones contenidas.