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Hulan era la única que vivía allí cuando David llegó a Pekín. Tras el duro trabajo de la Revolución Cultural, sus padres se habían mudado a un apartamento. «Demasiados malos recuerdos», había dicho su padre cuando Hulan regresó de California. Hulan intentó vivir con sus padres en el apartamento, pero al cabo de unas semanas volvió a su auténtico hogar. Su llegada hizo que la directora del Comité del Barrio convocara una reunión para hablar sobre el pasado de los Liu. Poco después, varias familias que habían ocupado la casa ilegalmente durante la prolongada ausencia de los Liu se apresuraron a abandonarla en busca de un alojamiento políticamente más correcto.

Lo que ahora se llamaba complejo Liu se había construido siguiendo los antiguos ideales chinos. El exterior era humilde, no daba la menor indicación sobre la prosperidad o categoría de los que vivían tras sus grises muros. El tejado era de tejas de un suave color pizarra que se curvaban delicadamente hacia arriba en los extremos. Dentro de los muros exteriores había varios edificios (originalmente destinados a diferentes grupos familiares) conectados mediante pequeños patios, columnatas y pabellones. En la época invernal, los jardines languidecían, marchitos, desolados a causa de la escarcha, la nieve y el fuerte viento. Pero en primavera y en verano, las glicinas y las flores de las macetas abundaban bajo la sombra moteada, producida por un dosel de azufaifos, sauces y álamos. En la esquina cercana a la vieja puerta de la cocina, maduraban los carnosos frutos de un caqui.

Lo único que diferenciaba a este complejo de los demás del vecindario era el ornato sobre la puerta principal. La mayoría de las antiguas mansiones ostentaba tallas de piedra de varios siglos de antigüedad en las que se habían labrado los símbolos que re-presentaban la clase y la ocupación. Muchos otros tenían dichos tradicionales como «Salud, joya en el loto», «La felicidad entra por esta puerta», «Diez mil bendiciones», o «Un árbol tiene sus raíces». En los viejos tiempos, sobre la puerta de la mansión Jiang había un pareado de Confucio sobre la armonía de las relaciones familiares y la prosperidad. (La noche en que la piedra labrada fue machacada y convertida en pedazos era un recuerdo indeleble en la memoria de Hulan.) En ausencia de la familia Liu, los ocupantes ilegales habían tallado un nuevo lema: «Larga vida al presidente Mao.» Hulan no se había molestado siquiera en quitarlo.

Mucho había cambiado el complejo desde que en 1970 Hulan se fue por primera vez al campo, junto con otros jóvenes de su edad, para «aprender de los campesinos». Dos años más tarde, regresó a la ciudad dos días, el tiempo justo para cumplir con su deber, empaquetar unos cuantos recuerdos y contemplar cómo eran destruidos o confiscados la mayor parte de los tesoros de su familia. Cuando Hulan regresó a China en 1985, descubrió que la mayor parte de los bienes de la familia se habían estropeado o vendido. En el interior, lo único que había sobrevivido para recordarle la belleza de la casa eran dos enrejados de la dinastía Ming, de intricada talla, que creaban la forma de dos perros Foo sobre sendas ventanas.

A su llegada, una de las primeras cosas que hizo fue pedir al gobierno que le devolvieran los bienes confiscados. Tras varios meses y sucesivas visitas, por fin se le entregaron unas cuantas cajas. En ellas encontró la ropa de su madre (sus trajes, sus vestidos de día, sus exquisitos atuendos de noche), unas cuantas fotografías, unos retratos en miniatura de parientes, pintados sobre cristal, con varios siglos de antigüedad, y dos rollos de pergamino ancestrales. Desde entonces, Hulan había peinado las tiendas de antigüedades y traperías de la ciudad en busca de objetos con que reemplazar lo perdido. Ahora, las líneas sencillas y limpias de los muebles Ming y la delicada belleza de las porcelanas adornaban la casa.

Aquella mañana, mientras Hulan echaba carbón en el fogón de la cocina y en las estufas de la sala de estar, preparaba té de crisantemos y una pequeña bandeja de ciruelas saladas, oía el barullo del hutong que cobraba vida. Justo por encima del muro posterior de la casa se oían las voces amortiguadas de la familia Quin, ocupada en su rutina matinal. Hulan imaginaba a la señora Quin, con su bebé echado descuidadamente sobre el hombro, removiendo el pote de congee, gachas de arroz, mientras el señor Quin cortaba rodajas de nabos adobados para sazonarlas.

Hulan podía adivinar la hora y el día de la semana por la rutina de los vendedores ambulantes que atravesaban el hutong. La primera voz que oía cada mañana era la del vendedor de cuajada de habas que voceaba su mercancía. Cuando estaba lista para ir a trabajar, el vendedor de zumo de ciruelas pasas se había ido ya a casa con las jarras varias y los bolsillos llenos de monedas tintineantes. Ciertos días se oía también al vendedor de hilo y aguja, que cantaba las alabanzas de sus artículos con su voz gangosa. Una vez al mes, el afilador montaba su improvisada tienda, que no era en realidad mas que una manta, una cartera y varias piedras de amolar.

De igual forma que podía saber la hora por los movimientos de aquellos vendedores ambulantes, Hulan podia predecir también la llegada de la chismosa local, la directora del Comité del Barrio, Zhang Junying, cuyo trabajo consistía en vigilar a todo el mundo en aquel laberinto de complejos. Hulan oyó el crujido de la verja justo cuando el té adquiría toda su intensa fragancia.

Zhang Junying llevaba los ralos cabellos tenidos de un negro casi púrpura. Se los peinaba en un pulcro mono que sujetaba a la nuca con una redecilla negra. Era Baja y rechoncha y andaba como un pato. Junying aposento su ampulosa figura de abuela en una silla y extendió la mano para coger una ciruela salada. Se metió el bocado en la boca y luego paso al propósito de su visita.

– Inspectora Liu, he notado su ausencia mas de lo habitual.

– No se preocupe, tia. He estado trabajando.

– iSiempre esta trabajando! iQué novedad! Pero este nuevo caso…

– No permita que la asusten, tia…

La anciana fruncio el entrecejo.

– Me han dicho: «Vigila a la inspectora Liu. Va a trabajar con un demonio extranjero. Vigile por si se produce algún cambio.»

– No debería decírmelo.

– Su familia y mi familia han sido vecinos desde hace generaciones -dijo Junying con una risita entre dientes-. ¿Cree que me importa lo que pueda decirme esa gente?

– Usted es la que ha de tener cuidado -bromeo Hulan. Jamás me cogeran a contracorriente -replica ella, y Hulan, que la conocía de toda la vida, sabia que era verdad.

– Gracias por avisarme -dijo.

La anciana voivió a ponerse seria. Sorbió el té ruidosamente para demostrar que le gustaba y lo aprobaba. Dejo la taza y luego se golpeo las rodillas con las manos.

– No tiene que trabajar tantas horas -afirmo, y Hulan comprendio que, aunque la senora Zhang parecia continuar con el mismo tema, en realidad la conversacian habia dada un giro sutil e inevitable.

– Hago lo que me mandan mis superiores -replica Hulan.

– ¿Qué saben esos viejos sobre mujeres jovenes? -dijo Junying, y su rostro marchito se lleno de arrugas-. Muy pronto será demasiado vieja para tener hijos. Nadie querrá casarse con usted entonces.

– Quiza yo no quiera casarme…

– Aiya! iSiempre ha sido una jovencita estúpida!

– Demasiado estpida para ser una buena esposa. Eso es cierto.

– Es un problema -convino la anciana, pero enseguida se animó-. iYa se! Conoce a la familia Kwok? Son una antigua familia. Tienen un hijo. De cuarenta y cinco anos de edad.

– iEl si que es viejo para casarse!

– No, no, es un buen hijo.

– ¿A qué se dedica?

– ¿Lo ve? Piensa como una futura novia. -Zhang volvia a golpearse las rodillas con las manos-. Eso es bueno.

– Como una novia, no -le corrigió Hulan-, como un grueso cerdo antes del Festival de Primavera.