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Se encontraban ante la puerta principal del hospital. A Bird le parecía que el hombrecillo pretendía alegrarlo, pero él no tenía ningunas ganas de alegrarse.

– ¿Se recuperará su bebé antes del otoño? -preguntó como disculpándose por su indiferencia.

– ¿Recuperarse? ¡Ni en sueños! ¡Mi hijo no tiene hígado! Yo simplemente presento batalla a los dos mil funcionarios que tiene este hospital.

Bird quedó atónito. El hombrecillo se ofreció a llevarle en su extraño vehículo de tres ruedas hasta la estación. Bird declinó el ofrecimiento y se dirigió solo a la parada de autobús. Pensaba en los treinta mil yenes para el hospital. Decidió de dónde cogería el dinero, pero cuando tomó la decisión una ira ciega desplazó a la vergüenza: tenía algo más de esa cantidad en el banco, pero era dinero ahorrado para el viaje a África. Ese dinero en su cuenta era un indicador de su voluntad. Pero ahora estaba a punto de desaparecer. A excepción de los mapas Michelin, ya no le quedaría nada que lo vinculase a África. Sudaba intensamente y sintió frío en los labios, las orejas y las yemas de los dedos. Se puso al final de la cola para el autobús y, con una voz que parecía el zumbido de un mosquito, dijo:

– ¿África? ¡Una mierda!

El anciano que estaba delante comenzó a darse la vuelta, pero desistió y lentamente irguió su gran cabeza calva. Todo el mundo parecía extenuado a causa del verano que consumía la ciudad antes de tiempo.

Bird entrecerró los ojos y, estremeciéndose por un escalofrío, continuó sudando. Poco después advirtió que su cuerpo empezaba a apestar. El autobús no llegaba y el calor era intenso. Avergonzado, Bird se sintió aletargado e insensible a la luz y el ruido de alrededor. Y entonces, un incipiente deseo sexual fue abriéndose paso a través de la oscuridad de su mente, y ante la sorpresa de Bird creció como un árbol de caucho joven. Manteniendo los ojos cerrados, se tanteó por dentro del bolsillo y comprobó que tenía una erección. Se sintió miserable, ruin; deseó lo peor del sexo más corrompido que pudiera existir. Abandonó la cola y buscó un taxi, cegado por el resplandor; veía la plaza como si fuera un negativo. Tenía la intención de regresar a la habitación de Himiko, donde no entraba la luz del sol. Si me rechaza, pensó irritado, la golpearé hasta dejarla inconsciente y luego la follaré.

CAPITULO VII

– Pero Bird, siempre que me pides que me vaya a la cama contigo estás hecho una piltrafa -suspiró Himiko, cuando Bird interrumpió sus argumentos con el rostro pálido por la fatiga que arrastraba desde ayer-. En este momento, eres el Bird menos atractivo que he visto nunca.

Bird mantuvo un silencio obstinado.

– Está bien, dormiré contigo. Desde el suicidio de mi marido ya no soy quisquillosa en cuestiones sexuales. Además, aunque intentes las relaciones sexuales más repugnantes y aberrantes que existan, estoy segura de que descubriré algo verdaderamente genuine, sea lo que sea que hagamos.

Genuine: auténtico, genuino, verdadero, real, puro, natural, sincero. El profesor de inglés organizó las palabras dentro de su cabeza para traducir el concepto. En su estado actual, pensó, ninguno de esos significados le era aplicable a él.

– Bird, métete en la cama. Mientras, me lavaré.

Bird se fue quitando poco a poco la ropa sudada y se acostó sobre la manta desgastada. Sostuvo la cabeza entre las manos y miró de soslayo hacia la prominente barriga y el pene pálido, que no estaba lo suficientemente erecto. Himiko dejó la puerta de cristal abierta y se sentó en el water. Se lavó los genitales mientras Bird la miraba desde la cama y suponía que esa costumbre era fruto de experiencias sexuales con hombres de otros países. Luego volvió a mirar su barriga y su pene, tranquilamente, mientras esperaba.

– Bird… -gritó Himiko, secándose con una gran toalla-. Hoy existe riesgo de embarazo. ¿Has venido preparado?

– No.

¡Embarazo! Las espinas al rojo vivo de la palabra le perforaron hasta el tuétano. Dejó escapar un gemido de aflicción.

– Pues entonces tendremos que pensar en algo, Bird.

Himiko depositó la jarra en el suelo, que produjo un ruido parecido a un martillazo, y regresó junto a Bird frotándose el cuerpo con la toalla. Bird tapó con una mano su pene lánguido, avergonzado.

– Lo perdí de repente -dijo-. ¡Himiko! Ahora no sirvo para nada.

Respirando fuerte, Himiko bajó la vista y le miró sin dejar de secarse el cuerpo. Parecía especular sobre el significado oculto en las palabras de Bird. El olor de su cuerpo despertó intensos recuerdos de los veranos en la universidad, cuando estaban juntos, y Bird contuvo la respiración: el olor de la piel mojada tostándose al sol. Himiko arrugó la nariz como un cachorro de Shinainu [Un tipo de perro de lanas indígena de Japón. (N. de la T.)], y lanzó una carcajada cortante y seca. Bird se puso escarlata.

– Eso es lo que tú crees -dijo ella como al pasar y se dispuso a echarse sobre él.

Sus pequeños senos sobresalían como colmillos. Bird se sintió urgido por un instinto de autodefensa. Escondió más su pene y puso el otro brazo sobre el vientre de Himiko. Entonces, palpando la suave carne de la chica, sintió un hormigueo en la piel.

– La palabra «embarazo» tiene la culpa -dijo, intentando justificarse.

– No es para tanto -objetó Himiko.

– Me ha golpeado con mucha fuerza. ¡«Embarazo» es la única palabra que no soporto!

Himiko se cubrió los pechos y el abdomen con los brazos, tal vez porque Bird se obstinaba en ocultar el pene. Como los luchadores de otros tiempos que se enfrentaban desnudos: defendían sus partes más vulnerables con las manos y se mantenían alertas a cualquier movimiento del adversario.

– ¿Qué te ocurre, Bird?

Bird empezó a comprender la gravedad de la situación.

– Esa maldita palabra me ha afectado…

Himiko juntó las rodillas y se sentó junto al muslo de Bird, que le hizo sitio en la estrecha cama. Ella tocó suavemente la mano de Bird que ocultaba su pene.

– Bird, puedo lograr que se endurezca lo suficiente -dijo en voz baja pero con convicción-. Ha transcurrido mucho tiempo desde el depósito de madera.

Bird se sumergió en un desamparo oscuro y lúgubre y soportó el cosquilleo que los dedos de Himiko le producían en la mano. ¿Sería capaz de presentar convincentemente su propio caso? Lo dudaba. Pero tenía que explicarse, saltar la barrera de esa situación difícil.

– No es cuestión de técnica -dijo, apartando la mirada de los pechos de Himiko-. El problema es el miedo.

– ¿El miedo?

La chica pareció darle vueltas a la palabra, intentando descubrir el meollo de una broma.

– Le temo a las cavidades oscuras donde fue engendrado mi monstruoso bebé -intentó explicarse Bird-. Cuando le vi con la cabeza envuelta en vendas, pensé en Apollinaire. Suena cursi, pero sentí que al bebé lo habían herido en el campo de batalla. A él le alcanzaron en una batalla solitaria, dentro de un agujero oscuro y sellado que nunca he visto…

Mientras hablaba, recordó las lágrimas dulces y salvadoras que habla derramado en la ambulancia,… Pero las lágrimas de vergüenza derramadas en el corredor del hospital, ésas sí que eran imperdonables.

– … No puedo mandar mi pene enfermizo a ese campo de batalla.

– Pero ¿no es algo entre tú y tu mujer? Quiero decir, ¿no es un miedo que experimentarías sólo con ella?

– Suponiendo que alguna vez volvamos a hacerlo… -titubeó Bird, que ya se sentía angustiado por la consternación que experimentaría cuando se presentase el momento-. Sé que cuando ocurra, aparte del miedo, sentiré como si estuviera manteniendo una relación incestuosa con mi bebé. ¿No basta eso para aflojar el pene más vigoroso?

– Pobre Bird. Si te diera la oportunidad, enumerarías un centenar de complejos con tal de justificar tu propia impotencia.