Pero sobre todo, mientras evalúan este fenómeno en sus casas provistas de energía-Y, consideren el actual brote de sentimientos irracionales hacia los "insomnes" a partir de la publicación de los descubrimientos conjuntos del Instituto Biotech y la Escuela Médica de Chicago sobre regeneración de tejidos en los insomnes.

La mayoría de los insomnes son inteligentes. La mayoría son calmos, si se entiende este término tan maltratado como la capacidad de dirigir las energías a resolver problemas más que a emocionarse con ellos. (Aún la ganadora del Premio Pulitzer Carolyn Rizzolo nos brindó un asombroso juego de ideas, no de pasiones desencadenadas.) Todos ellos muestran una tendencia natural a realizar logros, decididamente respaldada por tener un tercio de tiempo más al día para alcanzarlos. Sus logros residen, en su mayor parte, en campos lógicos más que emocionales: computadoras, ley, finanzas, física, investigación médica. Son racionales, ordenados, calmos, inteligentes, alegres, jóvenes, y posiblemente longevos.

Y, en nuestros Estados Unidos de prosperidad sin precedentes, crecientemente odiados.

El odio que hemos visto florecer tan acabadamente en los últimos meses, ¿brota, realmente, de la "ventaja desleal" que tienen los insomnes sobre el resto de nosotros para conseguir trabajo, ascensos, dinero, éxito? ¿Es realmente envidia por la buena suerte de los insomnes? ¿O proviene de algo más pernicioso, enraizado en nuestra tradición de acción del "pistolero más rápido" americano: odio por el que es lógico, calmo, considerado; un odio, de hecho, hacia la mente superior?

Si es así, tal vez debamos pensar en los fundadores de esta nación: Jefferson, Washington, Paine, Adams… todos habitantes de la Edad de la Razón. Estos hombres crearon nuestro sistema de leyes, ordenado y equilibrado, precisamente para proteger la propiedad y los logros creados por los esfuerzos individuales de mentes equilibradas y racionales. Los insomnes pueden ser la prueba interna más severa de nuestra sensata creencia en la ley y el orden. No, los insomnes no fueron "creados iguales", pero debemos examinar nuestra actitud hacia ellos con igual cuidado que nuestra jurisprudencia más sensata. Puede que no nos guste lo que encontremos sobre nuestras motivaciones, pero nuestra credibilidad como pueblo puede depender de la racionalidad y la inteligencia de este examen.

Ambas cosas estuvieron escasas en la reacción del público ante los resultados de la investigación del mes pasado.

La ley no es teatro. Antes de redactar leyes que reflejen sentimientos dramáticos y exaltados, debemos estar muy seguros de comprender la diferencia.

Leisha se arrebujó feliz, sonriente, contemplando con deleite la pantalla. Llamó al Times: ¿quién había escrito el editorial? La recepcionista, que la había atendido con cordialidad, se volvió reticente. El Times no proporcionaba esa información, "sin investigación interna previa".

No logró deprimirla. Rondó por todo el departamento, tras días de estar sentada ante su escritorio o la pantalla. El contento le exigía acción física. Lavó platos, ordenó libros.

Habían quedado huecos en el mobiliario cuando Richard se llevó sus pertenencias; algo más calmada, reordenó los muebles para cubrirlos.

Susan Melling la llamó para hablar del editorial del Times, y charlaron cálidamente unos minutos. Cuando Susan cortó la comunicación el teléfono volvió a sonar.

– ¿Leisha? Tu voz es la misma de antes. Habla Stewart Sutter.

– ¡Stewart! -No lo había visto en años. El romance había durado dos años y luego se había disuelto, no por algún suceso desagradable sino por la presión de los estudios de ambos. Parada frente a la terminal, oyendo su voz, Leisha sintió nuevamente sus manos en los pechos como en la estrecha cama del dormitorio: tantos años hasta encontrarle un buen uso a una cama. Las manos fantasmales se convirtieron en las de Richard, y la atenazó una repentina pena.

– Escucha -dijo Stewart-, te llamo porque hay cierta información que creo que debes conocer. Das tus exámenes la semana próxima, ¿verdad? Y luego tienes un posible trabajo con Morehouse, Kennedy amp; Anderson.

– ¿Cómo sabes todo eso, Stewart?

– Rumores en el "Caballeros".

Bueno, no exageremos, pero la comunidad legal de Nueva York (al menos esta parte) es más pequeña de lo que crees. Y tú eres una figura muy visible.

– Sí -admitió Leisha, neutral.

– Nadie duda que obtendrás el título, pero sí hay dudas respecto al trabajo con Morehouse, Kennedy. Tienes dos socios principales, Alan Morehouse y Seth Brown, que cambiaron de idea desde este… sacudón. "Publicidad negativa para la firma", "convertir la ley en un circo", bla, bla, bla. Conoces el paño.

Pero tienes también dos ardientes defensores, Ann Carlyle y Michael Kennedy, el propio patriarca. Es todo un cerebro. De cualquier modo, quería que te enteraras de todo esto para que supieras cómo es la situación exactamente y con quiénes contar llegado el momento de la lucha interna.

– Gracias -dijo Leisha-.

Stew… ¿Por qué te preocupas por si entro o no. ¿Por qué te importa?

Hubo un silencio al otro extremo de la línea. Luego Stewart dijo, muy bajo: -No somos todos cabezas huecas aquí, Leisha. A algunos todavía nos importa la justicia. Y también el progreso.

Leisha se iluminó, como una burbuja de luz animada.

– También tienen mucho apoyo aquí -dijo Stewart- para esa estúpida demanda por la zonificación en Santuario. Puede que no se den cuenta, pero la tienen. Lo que los de la Comisión de Parques tratan de conseguir es… pero sólo están siendo usados de fachada. Tú lo sabes.

De todos modos, cuando llegue a la corte tendrán toda la ayuda que necesiten.

– Santuario no es obra mía, para nada.

– ¿No? Bueno, hablaba de vosotros en conjunto.

– Gracias, en serio. ¿Como están tus cosas?

– Bien. Soy papá.

– ¿En serio? ¿Niño o niña?

– Una niña. Una hermosa brujita que me tiene loco. Me gustaría que conocieras a mi esposa, Leisha.

– A mí también -respondió Leisha.

Pasó el resto de la noche estudiando. Seguía sintiendo la burbuja, y reconoció exactamente qué era: alegría.

Todo estaría bien. El contrato, no escrito, entre ella y su sociedad -la sociedad de Kenzo Yagai, la de su padre- se cumpliría. Con disenso y conflictos y, sí, algo de odio: de repente pensó en los mendigos en España de Tony, furiosos ante el fuerte por no serlo ellos. Sí, pero se cumpliría.

Creía en eso. Decididamente.