– Se calmará -dijo Leisha.

Richard no contestó.

La ciudad de Salt Springs, Texas, promulgó una ordenanza local que no permitía a los insomnes tener licencia de expendio de licores, basándose en que los estatutos de derechos civiles descansaban en la cláusula de que "todos los hombres fueron creados iguales", lo que claramente no incluía a los insomnes.

No había insomnes en un radio de más de cien kilómetros de Salt Springs y nadie había pedido una licencia de expendio de licores en los últimos diez años, pero la United Press y la Datanet News tomaron la historia y en veinticuatro horas aparecieron calurosos editoriales, de ambos bandos, por toda la nación.

Se dictaron más ordenanzas locales. En Pollux, Pennsylvania, se podía denegar el alquiler de departamentos a insomnes basándose en que su prolongada vigilia aumentaría el uso y desgaste de la propiedad y las cuentas de servicios. En Cranston Estates, California, se prohibía a los insomnes operar negocios abiertos las veinticuatro horas: "competencia desleal".

Iroquois County, Nueva York, les prohibía actuar como jurados, arguyendo que un jurado que incluyera insomnes no constituía "un jurado de pares".

– Todas estas reglas serán abolidas en instancias judiciales superiores -dijo Leisha-. ¡Pero, Dios! ¡La pérdida de tiempo y dinero para lograrlo! -mientras lo decía una parte de su mente notaba que su tono era igual al de Roger Camden.

El estado de Georgia, en el cual algunos actos sexuales entre adultos que consintieran en ellos aún eran considerados crímenes, decidió que el sexo entre insomnes y durmientes era una felonía de tercer grado, clasificándolo como bestialismo.

Kevin Baker había diseñado un software que revisaba las redes de noticias a alta velocidad, señalaba todas las historias que implicaban discriminación o ataques contra los insomnes y las clasificaba. La Red del Grupo daba acceso a esos archivos.

Leisha les dio una leída y llamó a Kevin.

– ¿No puedes crear un programa paralelo que señale las notas que nos defienden? Estamos obteniendo una visión parcial.

– Tienes razón -dijo Kevin, algo sorprendido-. No lo pensé.

– Piénsalo -dijo sombríamente Leisha. Richard la miraba sin decir nada.

La alteraban mucho las noticias sobre niños insomnes. Aislamiento escolar, maltrato verbal por los hermanos, ataques de matones de barrio, confuso resentimiento de padres que querían un niño excepcional pero no habían considerado que pudiera vivir siglos. El consejo escolar de Cold River, Iowa, votó que se excluyera a los niños insomnes de las aulas convencionales, porque su rápido aprendizaje "creaba sentimientos de inadecuación en otros, interfiriendo en la tarea educativa". Destinó fondos para que los insomnes tuvieran tutores domiciliarios, pero no consiguió voluntarios entre su plantel de profesores.

Leisha comenzó a pasar tanto tiempo en la Red con los niños como destinaba a estudiar para sus exámenes, que estaban fijados para julio.

Stella Bevington dejó de usar su módem.

El segundo programa de Kevin catalogó editoriales impulsando un trato justo para los insomnes. El consejo escolar de Denver destinó fondos a un programa por el cual los niños más dotados, incluidos los insomnes, podrían utilizar sus talentos y formar equipos para ser tutores de niños más pequeños. Rive Beau, en Louisiana, eligió a la insomne Danielle du Cherney para el Consejo Metropolitano, a pesar de que sólo tenía veintidós años, lo que no era reglamentario. La prestigiosa firma de investigaciones médicas Halley Hall publicitó ampliamente la contratación de Christopher Amren, un insomne con doctorado en física celular.

Dora Clarq, una insomne de Dallas, abrió una carta que le estaba dirigida y un explosivo plástico le voló un brazo.

Leisha y Richard contemplaron el sobre en la repisa del vestíbulo. El papel era grueso, color crema, pero no caro: el tipo de papel voluminoso teñido en un tono pergamino. No tenía remitente. Richard llamó a Liz Bishop, una insomne que se estaba especializando en Justicia Criminal en Michigan. Nunca había hablado con ella (ni tampoco Leisha), pero en seguida se conectó con la Red y les dijo cómo abrirlo, o que si lo preferían volaría ella para hacerlo. Richard y Leisha siguieron sus instrucciones para detonación remota en el sótano del edificio. Nada explotó. Una vez abierto el sobre, sacaron la carta y la leyeron:

Estimada Señora Camden:

Usted fue muy buena conmigo y yo siento hacerle esto pero renuncio. Se están poniendo muy pesados en el sindicato no oficialmente pero usted sabe como son esas cosas. Yo en su lugar no iría al sindicato por otro guardaespaldas y trataría de encontrar uno privadamente. Pero tenga cuidado. Repito que lo siento pero yo también tengo que vivir.

Bruce-No sé si reírme o llorar -dijo Leisha-. Nosotros dos llevando semejante equipo, pasando horas en instalar esto para que no detonara un explosivo…

– De todos modos no tenía mucho más que hacer -dijo Richard. Desde la oleada antiinsomnes, todos sus clientes de consultoría marina excepto dos, vulnerables ante el mercado y por lo tanto ante la opinión pública, habían cancelado sus cuentas.

La Red, todavía conectada en la terminal de Leisha, emitió un llamado de emergencia. Leisha llegó primero. Era Tony.

– Leisha, necesito tu ayuda legal, si aceptas. Tratan de atacarme en Santuario. Por favor vuela aquí.

Santuario era un conjunto de toscas cuchilladas de color marrón en la tierra primaveral.

Estaba situada en los Montes Allegheny, al sur del estado de Nueva York, antiguas colinas redondeadas por el tiempo y cubiertas de pinos y nogales americanos. Una estupenda carretera llevaba allí desde la ciudad más cercana, Belmont. Allí se levantaban, en distintas etapas de construcción, edificios bajos, fáciles de mantener, de diseño sencillo pero gracioso. Jennifer Sharifi, con aspecto agotado, salió al encuentro de Leisha y Richard.

– Tony quiere hablar contigo, pero me pidió que primero les mostrara todo a ambos.

– ¿Qué pasa? -preguntó suavemente Leisha. No había visto nunca a Jennifer antes, pero ningún insomne lucía así (estrujada, exhausta, desgastada) a menos que el nivel de tensión fuera enorme.

Jennifer no trató de evadir la pregunta.

– Luego, primero vean Santuario. Tony respeta tu opinión enormemente, Leisha. Quiere que vean todo.

Los dormitorios eran para cincuenta personas, con habitaciones comunes para cocinar, comer, descansar y bañarse, y una zona privada de oficinas, estudios y laboratorios para trabajar.

– Los llamamos igual dormitorios, a pesar de la etimología -dijo Jennifer, tratando de sonreír. Leisha miró a Richard.

La sonrisa fue un fracaso.