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Siguió contemplando al grupo de los Mayores y al Presidente; escuchó al profesor Skarbinski que trataba de explicar la tecnología del "Cerdo" de la manera más simple posible, aunque cualquier universitario clásico lo podía haber hecho mucho mejor. Miró las pantallas de televisión vacías, que estaban esperando tragarse el próximo o el último pedacito de la historia y se preguntó en qué capítulo y bajo qué nombre describirían la escena las Escrituras del futuro.

Tiempo atrás había visto una copia de la Biblia traducida al inglés y tuvo la sensación de que el profesor Skarbinski estaba traduciendo en términos científicos un capítulo de la Biblia futura.

Se preguntó si en los siglos venideros los santos de los iconos, las figuras humanas de los frescos y las imágenes religiosas se pintarían sobre las pantallas verdes de las televisiones. Sería el equivalente de las colinas florentinas de los primitivos italianos. Después del Renacimiento el primer arte que aparecería, sería probablemente más severo que el de los italianos. Más parecido al arte primitivo bizantino del siglo quince.

Exvoto… El primer atisbo de renacimiento espiritual sería ingenuo e inseguro, salido del corazón del arte primitivo, un recuerdo de la era de la depravación tecnológica.

Se dirigió a la sala de sonidos donde se encontró con los ojos cansados y profundos del ingeniero de sonido. Se grababa cada palabra. Esta vez, las Escrituras no serían una cuestión de tradición oral de lo que se ha oído o presenciado. Surgirían de las palabras aún vivas, cuidadosamente grabadas y preservadas, enterradas más profundamente que los silos de Minutemen.

Por el micrófono reconoció la voz del senador Bolland.

– No se preocupe por la jerga científica, profesor… Lo que en realidad está diciendo es que el arma devastadora es la propia alma destructiva del hombre…

– Senador, no es mi especialidad. Es retórica, metáforas, elocuencia. Estoy hablando como científico.

– Y a esta hora tardía el Presidente nos informa que los albaneses están al borde de desatar sobre el mundo la monstruosa energía destructiva… Que el país más fanáticamente stalinista, que sufre de un agudo complejo de inferioridad y manía de persecución, el día de mañana se encontrará, si no es hoy, en posesión del arma absoluta…

– Senador, estoy hablando en lenguaje de cantidades físicas. Esto se remonta al trabajo de Einstein en 1917, aunque en aquella época nadie podía imaginarse las consecuencias. El laser es esencialmente el control total de la luz…

– Usted lo ha dicho, profesor. De nuestra luz interior…

– Desde el trabajo original del francés Kastler sobre el laser, éste continuó siendo considerado como una imposibilidad teórica, hasta el punto que Maiman tuvo que publicar su descubrimiento fuera de los Estados Unidos, en la revista inglesa Nature. Ninguna revista seria de cualquier país se lo hubiera publicado. Luego, el Japón tuvo éxito provocando el "rayo" laser… dentro de un rubí… Pero, entonces, lo que teníamos era un poderoso rayo que se desvanecía en seguida, o una continua descarga muy baja de energía… Luego el Círculo de Erasmo…

Russel Elcott silenció el micrófono. Sobre el piso había varias latas herméticamente selladas que contenían bandas magnéticas grabadas.

– Escucha, Steve, queremos que cada media hora se archiven bajo tierra las grabaciones. Por supuesto, ya lo sabes.

El ingeniero lo miró.

– ¿Por qué? ¿Qué esperan? ¿El fin del mundo? Hace mucho tiempo que sucedió. Éste es un mundo nuevo.

– Steve, todos seremos juzgados. Por todo lo que aquí se ha decidido y se ha dicho. La historia requerirá todas las pruebas necesarias. No queremos que los manuscritos del mar Muerto vuelvan a perderse… si te das cuenta de lo que quiero decir.

– ¿Escrituras nuevas? ¿Astronautas de otros mundos que ahonden para saber qué sucedió y qué anduvo mal?

– En los siglos venideros habrá mucha curiosidad, Steve.

Se dirigió al baño de hombres y se encontró entre el Presidente y el general Franker. El Presidente le dirigió un guiño amistoso.

– ¿Sorprendido de verme, hijo?

– No, señor.

Nada puede impedir que un Presidente orine. Es un deseo vital, puramente animal, para seguir viviendo. El hombre prevalecerá, como diría el senador Bolland…

– Hace el efecto, señor, de que el hombre se está volviendo rápidamente obsoleto.

– ¿Qué quiere decir?

– Por unos pocos miles de años el hombre ha sido convencional, convencional en el sentido de cuando hablamos sobre armas "convencionales". Necesitamos un hombre nuevo. Un hombre nuevo que salve al espíritu. O si no…

El Presidente había terminado de aliviar su vejiga.

– ¿O si no?

– No lo sé, señor. Un derrumbe total de la civilización tecnológica, aunque esto significase un mostruoso holocausto. Debemos alejar la ciencia de la paranoia del poder y devolvérsela al hombre. La ciencia está en el proceso de convertir al hombre en un ser absoluto sin concederle ninguna oportunidad de transformarse en un hombre nuevo…

Por un momento, el Presidente se quedó mirando a su asistente; luego se dirigió al general Franker.

– ¿Ha notado, Phil, que a nuestra edad, a pesar de sacudirla mucho, la última gota siempre cae en los pantalones? Pueden desintegrar nuestra alma y transformarla en una bomba, pero no pueden impedir que la maldita última gota se quede dentro de los pantalones… ¡Imposible señor!… ¿Algunas sugerencias, hijo?

Russel Elcott conocía el juego familiar defensivo del Presidente: resguardarse detrás del sentido del humor seudofolklórico, como la tortuga debajo del caparazón. El procedimiento que había adoptado para la higiene mental…

– Señor, lo que estoy diciendo es que parecería que estamos alcanzando un punto en que la destrucción de las tres cuartas partes de la humanidad constituye la única salvación para los otros…

Ahora el Presidente miraba al joven con atención. Russel Elcott no era un fanático. Entre la gente que rodeaba al Presidente no había lugar para fanáticos ni extremistas, de izquierda o de derecha, ni lugar para los halcones o las palomas. Solamente para pájaros prudentes, grises y vigilantes.

– ¿Dar una nueva oportunidad a Adán y Eva? No, gracias. Siempre será la misma envejecida oportunidad.

– Algún día este país puede ser destruido durante el sueño sin ninguna advertencia previa -dijo el general Franker-. Y con ese temor en la mente de todos uno u otro está destinado a golpear primero. Mejor que seamos nosotros. Ya no podemos seguir aceptando el riesgo de lo desconocido.

– Pensamiento de computadora -respondió el Presidente.

– Sí, señor, así es. Con las computadoras hay una sola cosa equivocada: Que se equivocan muy pocas veces.

El presidente sonrió.

– Espero que el baño no esté conectado con los grabadores. Si lo estuviese, asegúrese de que todo lo que acaba de decirse aquí desaparezca…

– No hay problemas, señor. Ningún micrófono.

– Bueno, parece que el único ruido que hago no será juzgado por la posteridad… Lo que usted realmente está diciendo es que debemos golpear primero y matar cientos de millones de gente para destruir la civilización pagana de los adoradores de la energía y así asegurar la supervivencia espiritual del hombre… El único problema con este modo de pensar es que escudándose en la supervivencia espiritual del hombre, habría cientos de millones de cadáveres que significarían su muerte espiritual.

Hubo un silencio, y luego el rumor de las cascadas de agua provenientes de las paredes azulejadas que los rodeaban…

– Ahora bien, sobre el asunto albanés -dijo el Presidente.

– Sí, señor.

– Quiero que olvidemos a Albania. Seamos conservadores… en un lapso de seis semanas debe borrarse del mapa.

– Sí, señor, -repitió el general Franker.

– Iremos con los rusos. Una invasión de comando, como nos lo sugieren. Si no podemos hacerlo en silencio, bueno, "en silencio" es aquí un comentario muy relativo, tendremos que borrar de la tierra a toda la zona. Ningún ultimátum: nada. Como se eliminó a Pearl Harbor de la existencia. Borrarla. No importa lo que se diga. Seré un Judas. ¡Por lo que me importa!… Y, de ahora en adelante, quiero, sobre la zona, un alerta "púrpura" alrededor del reloj, una fuerza máxima de choque. Consulten con los yugoslavos.