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Y hubo rencor cuando dijo:

– Alá es el más grande y su alfanje rebanará vuestras cabezas.

Hay que matar a los infieles allá donde se hallen.

Pero hay una sombra en el jardín y poco a poco se concreta en la figura de un muchacho sin otro vestuario que un taparrabos ceñido con una cinta de oro.

– ¿Qué haces ahí? ¿Me espiabas?

– Me ha dicho el señor Joan que viniera a hacerle compañía. Me ha dicho que a usted no le gustan las bailarinas, que prefiere los bailarines.

Ya es cariño lo que la mirada de Djem reparte por las apenumbradas formas del muchacho.

– ¿Eres un buen bailarín?

De rodillas cardenales y nobles, Orsini, Della Rovere, Colonna, Medicis, Sforza, Campofregoso, nombres que Rodrigo va mencionando a medida que le besan la mano, como si hiciera el inventario de los vencidos. Los gestos de Rodrigo se han vuelto más solemnes y da la espalda a los que le homenajean para subir tres escalones y quedar a un nivel superior.

Desde su nueva estatura les ordena que se levanten y se santigua, provocando la mimesis del gesto y un murmullo que se corta cuando habla el papa.

– Os agradezco que hayáis venido a mi casa para ratificar vuestra adhesión. Burcardo prepara el protocolo adecuado para la ceremonia de la coronación y Dios está con mi alegría y con la vuestra para mayor esplendor de la Iglesia. No es el momento de deciros cuán ambicioso será mi pontificado, pero sí quiero hacerme eco de lo que ya es profecía: de la fuerza del Vaticano depende el futuro de la cristiandad, y pasaron aquellos tiempos de debilidad en los que había que pactar con los poderes temporales.

El papado es un poder espiritual y ha de ser un poder temporal respetado. Desde esta fuerza cumpliré el deseo de mi tío, Calixto Iii, e impulsaré una Santa Cruzada contra el Turco, también la cristianización de los nuevos mundos conocidos o por conocer. La con quista de Granada por parte de los reyes de Castilla y Aragón significa la derrota del infiel en España ocho siglos después de la invasión. Es un motivo de gozo y una premonición. Id a prepararos para mi investidura. Os comunico que me haré llamar Alejandro Vi por el orden sucesorio que me impone la existencia de cinco papas que Alejandro se llamaron.

Salieron mansamente los que habían expresado su inquebrantable adhesión, mientras Burcardo examinaba con mil ojos cuanto los rodeaba, según su costumbre, y cuando quedaron a solas el papa y el maestro de ceremonias, Rodrigo le preguntó:

– ¿Qué se dice, Burcardo?

– Que ha habido simonía.

– ¿Simonía? Me he limitado a repartir mi dinero entre los pobres. Los cardenales suelen ser los más pobres hijos de familias ricas, pero pobres al fin y al cabo.

– Respetuosamente, mi consejo sería que repensara el nombre de Alejandro, habida cuenta de la escasa relevancia de los papas que así se llamaron.

– Alejandro Ii plantó cara a un emperador, Alejandro Iii se opuso a otro emperador y nada menos que a Federico Barbarroja. ¿No estamos en un momento en que hay que plantar cara a los soberanos de España y Francia?

– Nadie se acuerda de esos papas, y existe el referente peligroso de la grandeza de Alejandro el Magno.

– ¿Qué mal tiene ese referente?

Se cuenta que los Borja somos descendientes indirectos de los amores de Julio César con una tarraconense, y después de Alejandro ha sido Julio César el más grande caudillo de la Historia.

Se le puso el peor ceño a Burcardo al ver cómo Adriana del Milá entraba en la estancia y se retiró sin darle otra acogida que un arqueo de cejas.

– Este Burcardo no soporta el olor de las mujeres. No quiero entretenerte, pero no podía dejar de venir a abrazarte. Rodrigo, ¡por fin!

Se abrazan y hay ternura en los ojos de Rodrigo hasta que llora.

– Es un triunfo de nuestra familia, Adrianeta. Si mi madre viviera este momento, cuán temerosa estaba de nuestro futuro cuando nos dejó ir a Roma bajo la protección del "oncle"

Alfons. También a tu padre, mi primo. Tú eres una Borja, Adriana, más incluso que muchos Borja de la rama directa. Tú eres sobrina nieta del "oncle" Alfons, de su santidad Calixto Iii. Conoces la lucha de los Milá codo con codo con los Borja.

– Asómate a la ventana, Rodrigo.

– No es prudente.

– Asómate y prolonga tu vista hasta aquel grupo de muchachas que camina a lo largo del Tíber.

No divaga demasiado la mirada Alejandro Vi y sus labios emiten un nombre que parece golosina.

– ¡Giulia!

Más que verla ha presentido su aura dorada jugueteando entre sus amigas.

– Quiere brindarte el homenaje de su presencia, aunque sea a lo lejos.

– Apenas la veo pero la presiento. Los cuerpos amados emiten una energía que nos llega al estómago. Quién fuera el aire que la rodea, más grácil ella que el aire mismo. ¿Cuántos años tiene tu nuera?

– Lo sabes mejor que nadie.

Todos sus años son tuyos.

– ¿Cuántos?

– Diecisiete.

Los ojos de Rodrigo acarician la silueta lejana y cuando vuelven a entrar en la estancia se estrellan con Burcardo, que ha hecho una entrada silenciosa, y le habla de perfil para no aceptar en su ámbito visual la presencia de Adriana.

– Creo conveniente que pruebe la silla gestatoria. No es fácil sentarse bien en esa silla, aunque usted tiene cuerpo suficiente para realzarla.

– Vente conmigo, Adriana, y dime qué te parece.

Toma el papa a Adriana de una mano y la hace descender casi sin pies los escalones que los separan del patio de carruajes. Allí espera la silla y sus portadores y allí está también César con Michelotto y sus guardaespaldas con toda la gravedad que la ocasión requiere en su rostro. Conturba a Rodrigo la presencia de su hijo, pero se sube a la silla, comprueba la posición más requerida forzando el trabajo de los portadores y pide opiniones.

– ¿Quién puede a quién, la silla o el papa? ¿Cómo me veis?

– Como un papa de Roma. Eso es todo -comenta Adriana entusiasmada, y complace su comentario a Rodrigo, pero queda pendiente de la opinión de César.

– ¿Nada tienes que decir?

César se acerca a la ventanilla y se inclina para que sus palabras se queden entre su padre y él.

– "No guanyarás aquest joc si jo no jugue amb tu"

– "De quin joc parles? Es un joc complir el mandat de la Divina Providéncia?"

Ordena Rodrigo que prosiga el ensayo e incluso saluda con una mano y desde una sonrisa protectora y blanda a la supuesta multitud que le aclama. "Ave Maria gratia plena dominus tecum…"

Maquiavelo se estremece y cierra la contraventana. Por un momento el cristal le devuelve su imagen y le retiene como una sorpresa.

– Viví unos años dorados cuando fui embajador de la República de Florencia y conocí a Catalina Sforza, una mujer de un poderío extraordinario que me puso en ridículo, aunque lo tenía fácil porque yo era un embajador novato. A la Sforza sólo la pudo dominar César Borja. No negocié con el rey de Francia, cuya fuerza era la de su Estado. Él no era casi nada.

César era otra cosa. Podías hablar con él de filósofos y de magia, de pintura y de poesía, de armamento y de traiciones. Él podía inventarse un Estado. Sobre los Borja, todo lo que no fue verdad fue calumnia. La calumnia.

Recuerdo un cuadro de Botticelli que se llama "La calumnia".

Ya es de noche en la casona de Maquiavelo y de sus pensamientos vuelve para advertir que Juanito dormita desguazado sobre el sillón.

Da dos palmadas en el aire para despertarle y el sobresalto del durmiente le pone en pie y ladea el sillón hasta volcarlo.

– Tengo mal dormir.

– La gente de armas tiene mal dormir y la de letras también. Yo duermo mal porque soy un hombre de letras y quisiera serlo de armas.

Decía que Botticelli pintó un cuadro titulado "La calumnia" en el que denunciaba los excesos de los jueces florentinos contra los calumniados. Pero si en Florencia se calumniaba bien, en Roma la calumnia rozaba la perfección. La calumnia mancha y es muy difícil quitarte de encima esa pintura.