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Le coge la mano la gitana y examina la palma.

– Larga vida y tendrás un hijo rey.

– ¿Rey? ¿De dónde? ¿De Samarkand? ¿De Asmara?

– De Italia, rey de Italia.

Cabecea Rodrigo sonriente, condescendiente, y le da a la gitana una moneda, pero ella no la recoge porque huye despavorida ante la presencia de un grupo de facinerosos que rodean al hombre, le obstruyen el paso, mientras hablan entre sí como si no advirtieran su presencia.

– Creo que han llegado a Roma más marranos catalanes, como si no estuviéramos suficientemente infectados de judíos.

– Y de suizos.

– Y de turcos.

– Sólo hay una condición peor que la del judío, y es ser suizo, y peor que suizo, turco, y peor que turco, catalán.

– Oye tú, figurín. Contigo hablo. ¿Tú eres catalán?

– Yo soy valenciano.

– Valenciano, catalán, aragonés, ¿no es lo mismo? ¿No sois acaso sicarios de la política de Nápoles? ¿No serás el sobrinito que estaba esperando su santidad el papa?

Rodrigo intenta avanzar, pero allí siguen los obstáculos humanos.

Finalmente empuja al más próximo hasta derribarle y se revuelve para darle un puñetazo al que se le echa encima. Con una mano en el cinto y el otro brazo marcando las distancias afronta a los otros dos que avanzan hacia él. De pronto un bulto humano irrumpe en la pelea y se lanza gruñendo y jadeante sobre los enemigos de Rodrigo. Es Pere Lluís, bravucón y desafiante, pero en su arrogancia descuida la defensa y recibe un golpe en la nuca y varios puñetazos de los agresores hasta que Rodrigo viene en su auxilio. Huyen los hostigantes y Rodrigo ayuda a izarse a su hermano, doblado de dolor.

– "Saps qué et dic, Pere Lluís? No m.ajudes mes, perqué cada vegada que m.ajudes rebem tots dos"

.

– De la santidad de mi sobrino hablan sus obras de caridad, de su buena preparación adquirida en los estudios de Lleida y Bolonia, su habilidad como gestor de los bienes de la Iglesia y como diplomático, ¿qué se puede oponer a su nombramiento como cardenal?

Casi todas las cabezas cardenalicias asentían y entre dos relativamente jóvenes purpurados era especial el acuerdo por la nominación de Rodrigo para cardenal, aunque en voz baja su argumentación no coincidía con la de Calixto Iii.

– Nos conviene que este semental llegue a cardenal porque nos interesan los cardenales robustos y fogosos.

– Sería un desastre que prosperasen los cardenales delgados de ayuno y secos de castidad. Abundan los predicadores que reclaman cardenales escuálidos, como si la delgadez estuviera en relación directa con la santidad. Lo que me parece empeño más necio es nombrar capitán general militar al otro sobrinito, Pere Lluís. Ése orina con la bragueta cerrada y se abre la bragueta cuando ya no tiene que orinar.

– Rodrigo es un buen cazador de jabalíes y de mujeres y ha demostrado ser un buen administrador, trabajador.

Pero la voz de Calixto Iii se alzaba sobre los reunidos y era urgente el silencio.

– Otra de mis primeras decisiones es la canonización de Vicente Ferrer, el gran predicador valenciano que estuvo en el origen de nuestra dedicación a la Iglesia y que profetizó que nos llegaríamos a papa.

Rumores de admiración y algunos ojos sarcásticos que se relajan cuando el pontífice reparte su bendición y la reunión descompone su formalidad para crear grupos según afinidades. Los dos jóvenes cardenales convocan el interés de un grupo en torno a la historia de Vicente Ferrer.

– Retengo que fue un hombre muy milagroso y muy influyente políticamente. Entre los milagros no escasean los que hacen referencia a la cocina. Imaginad, eminencias.

Imaginad, sobre todo, la historia de la leyenda áurea de san Vicente Ferrer que voy a relataros. Era tanto su prestigio que podría hablarse de un nuevo Pablo de Tarso, predicador y urdidor de iglesias. En cierta ocasión aceptó la invitación a cenar de un feligrés y la noticia causó gran conmoción en el anfitrión y su familia. María, podemos suponer que la esposa del buen creyente se llamara María, esta noche viene a cenar el fray Vicente y quiero que le des a probar lo mejor que tengamos. Llegó la hora de la cena, se presentó el próximo santo y los tres se sentaron a la mesa a la espera de los manjares. Trajo la esposa con melancólica satisfacción una gran bandeja con la que apenas podía y de la que emanaban fragancias de hierbas aromáticas y especies. Salivaba el santo, salivaba el marido y la mujer levantó la tapadera provocando un grito terrible en el uno y en el otro: sobre la bandeja y blondas empanadas de salsa, un niño desnudito con el color inequívoco de un tostón asado y repetidamente lubrificado con sus propias grasas fundidas mezcladas con miel, alcaravea, anís, jengibre y comino.

¡Qué has hecho, desgraciada! El marido. ¡Tú me pediste que le cocinara lo mejor que tuviéramos!

¿Qué cosa mejor que nuestro hijo único? La mujer. Tragedia era lo que se vivía hasta que sonó la voz serena del santo: no hay que preocuparse. Se concentró. Elevó sus ojos al cielo y a continuación rezó una fórmula milagrosa. Nada más terminar, la salsa empezó a removerse y el niño asado se puso finalmente en pie, se frotó los ojitos, que le picaban del mucho jengibre, y tendió sus bracitos para que su madre lo acogiera.

– Sospecho que la madre no lo acogería.

– ¿Por qué, su eminencia reverendísima?

– Porque con tantas grasas y aderezos el infante estaría hecho un asco y le pondría perdido el vestido. ¡Qué iba a decir el santo Ferrer de tanto descuido!

Las risotadas del grupo atrajeron el avance de Calixto Iii flanqueado por sus sobrinos.

– ¿Qué es motivo de tanta risa, monseñor Orsini?

– De tanto gozo, santidad.

Contábamos milagros de san Vicente Ferrer, y son prodigiosos.

– ¿Por ejemplo?

– El del niño cocinado por su madre para satisfacer el apetito del santo. Y me plantea un serio problema de lógica corporal, aunque bien sabido es que, en cuestión de milagros, sólo Dios pone la lógica.

– Sabia apostilla.

– Pero es probable, santidad, que el niño fuera cocinado según la receta del asado de cerdo o de cabrito. Soy buen comedor y recuerdo la receta de Giovanni Bockenheym, el gran cocinero del papa Martin V. Dice así: "Sic debes asare porcum. Recipe intestina eius, scilicet jecorem et pulmonem, et pista ila cum cultello, et tempera illa cum ova dura, lardone et petrocilinio, maiorano et uva passa et speciebus dulcibus. Et tunc scinde porcum per latus…" En fin, para qué seguir. Después de tanto destrozo de vísceras y troceamientos, ¿cómo recomponer el cuerpo y su alma mortal?

Sostiene Calixto Iii la mirada socarrona del joven cardenal y no le contesta, prosigue su camino, mientras con una mano retiene la voluntad de intervención violenta de Pere Lluís. Cuando se han alejado del grupo de todavía rientes cardenales, Calixto Iii reconviene a su sobrino:

– Pere Lluís, un militar debe tener la sangre más fría.

– Es que estaban burlándose de su santidad, no de san Vicente Ferrer.

– Estaban burlándose, eso es todo. Y eso es muy romano.

Es destreza la que demuestra el joven cardenal Orsini cuando hace vibrar el arco, lo tensa y saca del carcaj la flecha para montarla. A su lado le secundan como comparsas entregados el señorío de Roma que espera el blanco espectacular.

Cuando se produce hay aplausos y los arcos cuelgan fláccidos de las manos de los rivales a priori derrotados.

– Es inútil.

– Aciertas porque piensas que el blanco es el corazón de un Borja. ¿De cuál de los dos?

– De cuál de los tres, preguntarás, porque los dos sobrinos no serían nada sin el tío.

– Es una vergüenza que el patriciado romano se haya tragado un papa extranjero, obediente a la estrategia del rey de Nápoles.

El acalorado y sesentón patricio ve cómo su carrillo izquierdo es pellizcado hasta el dolor por Orsini.